Año escolar con inflación requiere de solidaridad
Los libros para la educación básica debieran ser cambiados cada 5 años, así los hermanos y primos podrían heredar los del año anterior; también en los colegios privados, reducir la cantidad de útiles que les exigen a los padres, y desde el Gobierno eliminar los impuestos a los útiles escolares, como hacen varios Estados de la Unión americana.
Las empresas y el Gobierno central también podrían ayudar con un sueldo adicional para aliviar el gasto de los asalariados, cuyos ingresos han mermado conforme a la inflación que vivimos por los factores inesperados de la pandemia del 2020 y la guerra que se inició a principio de año, que ha alterado severamente las economías de los empleados de ingresos fijos.
Esa propuesta puede contribuir para amortiguar el golpe duro en la espalda de los consumidores cuyos gastos se incrementan en agosto como consecuencia del inicio del año escolar, que amerita de útiles nuevos, zapatos, uniformes, mochilas, loncheras, mascotas y libros que son cambiados cada año.
Agosto se convierte en una especie de pesadilla para los padres, mientras el negocio de la venta de insumos para ir a la escuela se promueve ampliamente en los medios tradicionales de comunicación incentivando el consumo.
La educación es un derecho y es a su vez vinculante con otros constitucionalmente protegidos, como es el derecho a la dignidad, el cual pensamos que, con la gran inversión del cuatro por ciento del PIB, diez años después se iba a lograr más. No ha sido así.
Cuando se pensó en el 4% del PIB para la educación en el 1997, se inspiró en un modelo totalmente inclusivo donde por igual los niveles de aprendizaje dieran espacio para el cierre o reducción de la brecha social que hace desigual el valor y el resultado de la enseñanza.
Los procesos educativos son lentos, hay que esperar entre 10 y 12 años para aprender bien en la educación básica y, pese a tanto dinero, nuestros alumnos siguen muy atrás respecto a sus iguales en otros países.
Si el 4% del PIB no ha sido suficiente para que los niños y jóvenes dominicanos aprendan a leer bien, a sumar, restar y multiplicar, ¿de qué ha valido la inversión? ¿Si esta suma no ha generado la confianza suficiente en el sistema educativo para que los padres y madres confíen sus hijos a los maestros de las escuelas públicas, tiene sentido la inversión?
Las penurias de las familias por el nuevo año escolar están vinculadas con lo que ocurre en el sistema educativo del país, el cual debió mostrar resultados distintos en estos últimos 10 años. Al menos debió generar confianza.
Hay que repensar el sistema, la inversión y enfocar el rumbo hacia donde queremos llegar como país. Aprender a aprender de nuevo, requiere de voluntad política, liderazgo, amor y determinación para apreciar los resultados esperados.
Saber leer y escribir es fundamental, aprender a leer y entender lo que se lee es primordial, quien sabe leer sabe de ciencias; todo comienza por la lectura. La lectura comprensiva no debe ser un adorno, sino una obligación si queremos hacer una revolución en la educación la cual no requiere de mucho dinero, sino de disposición y voluntad de construir un mejor país.
Publicado originalmente en Hoy