Aristocracia tecnológica adquiere más poder en EEUU
Ramón Núñez Ramírez
En el sistema democrático de los EE. UU., al igual que en la mayoría de los países, los conglomerados económicos y los más ricos representan un poder fáctico, gracias a sus aportes a las campañas electorales, su capacidad de hacer lobby y obtener leyes a su favor, jugosos contratos gubernamentales e incluso colocar sus cuadros en puestos claves del gabinete o del Congreso, pero nunca como ahora un sector económico, en este caso los multimillonarios empresarios tecnológicos, habían adquirido tanto poder.
La cabeza visible de esta “oligarquía tecnológica” es Elon Musk, el hombre más rico del mundo, con una fortuna estimada en US$449 mil millones, concentrada en siete empresas, cuyo monto es mayor al PIB de Dinamarca, Sudáfrica (su país de origen), Colombia, Chile y por supuesto la RD. La tríada del top ten la completan Jeff Bezos (Amazon) y Mark Zuckerberg (Facebook).
Elon Musk aportó US$200 millones a la campaña de Donald Trump y se convirtió en un activista inseparable del candidato y ahora del presidente Trump, los otros dos en principio mantuvieron un bajo perfi, pero luego contribuyeron y se unieron en las celebraciones de la juramentación.
El hombre de Tesla, SpaceX, The Boring Company y cofundador de Neuralink y OpenAI, desde enero de 2025 ejerce como administrador del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE por sus siglas en ingles) y cuyas funciones es reducir la burocracia, eliminar agencias supuestamente afuncionales, contribuir a reducir el déficit presupuestario y como dice su nombre elevar la eficiencia gubernamental.
Resulta que el equipo de Musk en DOGE, ingenieros de software armados con avanzados sistemas de inteligencia artificial (IA), están tomando decisiones políticas con base a datos y algoritmos; el top one de la “oligarquía tecnológica” tiene acceso a informaciones privilegiadas de todas las agencias de los EE.UU., información valiosa que no está al acceso del ciudadano común e incluso de altos cargos de la propia administración.
¿Cómo un empresario, al margen de su capacidad para maximizar rentabilidades, tiene la visión política y social para cambiar la estructura del estado norteamericano que debería ser una función del Congreso o de un organismo supervisado por este y cuyos directivos deberían pasar por el filtro de una audiencia en el Senado?
Aparte de lo anterior está el tema de los conflictos de intereses de un ente privado que recibe contratos del gobierno y tiene bajo su responsabilidad decidir cuáles agencias deben desaparecer (como Usaid), cuáles reducir y cuáles sobrevivirán bajo un rediseño realizado por tecnólogos de su entorno.
Estamos en presencia de la sustitución de las instituciones democráticas por un esquema de gobierno donde el ciudadano pasa a un segundo plano relegado por soluciones de IA y la aristocracia tecnológica está en la cúpula del poder político tomando decisiones con impacto en el futuro y la vida de los norteamericanos y los demás habitantes de este planeta, sin haber sido electos por el pueblo o ratificados por el Congreso.
Obviamente nada es improvisación en la agenda de Trump, salvo su incontinencia verbal y escrita, todo es parte de un guión preparado por The Heritage Foundation, bajo el titulo “Mandate for Leadership: The Conservative Promise”.
En ese Proyecto 2025 está definido desde la reducción del estado federal hasta los planes migratorios; desde las relaciones con china hasta las reformas económicas y el destino de los programas sociales.
Hoy