Así ganó Luis Abinader las elecciones de 2020

FELIPE CIPRIÁN

Cuando a mediados de octubre de 2019 el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) quedó dividido, a solo meses de las elecciones generales de 2020, el país entró en una nueva etapa de su vida política.

La característica fundamental era la inexistencia de un partido dominante, arraigado en las masas y con sólido liderazgo, individual o colectivo.

Hasta ese momento era el PLD la organización que había probado mayor eficacia para ganar elecciones, y hasta cierto punto, acumuló capacidad de gestión administrativa, impulsó importantes avances institucionales, obras de infraestructura, crecimiento económico y logró la ampliación de una clase media con mucho mejor nivel de vida, pero también con nuevas expectativas sociales y políticas.

Los demás partidos, el Reformista (PRSC) y el Revolucionario Dominicano (PRD), venían en un proceso de desgaste progresivo por la falta de liderazgo político, que había sido aplastado en ellos por dirigentes más inclinados a los negocios desde la política, que a la política como servicio al pueblo.

El Partido Revolucionario Moderno (PRM), que había sido fundado en septiembre de 2014 por la mayoría de los dirigentes y miembros del PRD a los que se les negó sus derechos políticos en el perredeísmo, cinco años después aun no era una fuerza mayoritaria en las simpatías electorales ni por su representación legislativa y municipal.

El PRM, formulado originalmente por el doctor Hugo Tolentino Dipp como Partido Revolucionario Mayoritario, tampoco disponía de un liderazgo sólido, sino que su hegemonía estaba en cabeza de Hipólito Mejía y Luis Abinader, quienes a su vez competían por la candidatura presidencial desde antes de salir del PRD.

Elecciones sin un partido dominante

Con la renuncia de Leonel Fernández del PLD el 20 de octubre de 2019 luego de considerarse estafado en las primarias abiertas celebradas el 6 de ese mes para escoger al candidato presidencial del PLD, el país quedó sin un partido mayoritario.

En esas circunstancias, el país fue a elecciones municipales en febrero con un sistema híbrido de votación que naufragó a las pocas horas de abrir los centros de sufragio, obligó a la suspensión del proceso y a reorganizarlo para un mes después con voto y conteo manual.

El país estaba en la peor etapa de la pandemia del Covid-19, contagiando a miles de personas cada día, matando a decenas –incluidas personalidades destacadas de todos los ámbitos sociales-, sin vacunas y emergiendo los primeros tratamientos para salvar vidas.

La magnitud de la emergencia sanitaria impedía la campaña y fue necesario posponer las elecciones presidenciales de mediados de mayo, al 5 de julio de 2020.

Sin un partido claramente dominante, las alianzas se impusieron para formar mayorías electorales.

La Fuerza del Pueblo (FP), liderada por Leonel, junto a partidos de escasa influencia electoral, pactaron una alianza municipal-legislativa con el PRM que en marzo significó una derrota importante para el PLD en los municipios.

Faltaba la elección legislativa y presidencial de julio y para ella había una alianza de esos partidos, principalmente para los senadores.

Alianza para senadurías en 23 provincias

Llevaron candidaturas senatoriales comunes en 23 provincias y había un pacto tácito de darse respaldo con el voto en una eventual segunda vuelta, pues el escenario estaba claro de que no había un vencedor en la primera.

“Operación remate” para evitar segunda vuelta

Aunque tanto el PLD, que postulaba a Gonzalo Castillo, como el PRM que llevaba a Luis Abinader, estaban punteros para las elecciones del 5 de julio, respaldados por alianzas, sin llegar al 50%, la expectativa era que habría segunda vuelta y la FP, que postulaba a Leonel, sería decisiva para definir al nuevo presidente.

Con el país bajo azote del Covid-19, la economía paralizada con excepción de la agropecuaria, el comercio y los servicios de salud, las elecciones se realizaron principalmente por la presión que imponía el calendario electoral fijado en la Constitución.

Tres factores confluyeron para definir en primera vuelta las elecciones el 5 de julio: Una abstención récord de los últimos 20 años (45%) motivada por la situación sanitaria y la falta de un partido con vocación de imbatible; y la puesta en marcha de la “Operación remate” por parte de Abinader y la oligarquía que se ha servido de los gobiernos blandengues para asaltar el patrimonio público.

Esencialmente, la “Operación remate” consistió en abacorar a la opinión pública con un grupo de “encuestas” de último momento en las que se presentaba a Abinader como un vencedor indiscutible por encima del 55% de la intención del voto en primera vuelta.

Soltaron en banda a Leonel a última hora

Esa operación implicaba –y los oligarcas participantes lo sabían muy bien- arrojar a Leonel fuera de la gloria de sacar del poder con sus votos al PLD que dejaba atrás y su extraordinario aporte a frenar los intentos de modificación de la Constitución para habilitar a Danilo Medina para que buscara un tercer período presidencial en 2020.

La verdad histórica es que el mérito mayor de frenar la modificación constitucional en 2019 corresponde a Leonel, Johnny Ventura, los remanentes manipulados de la Marcha Verde, Abinader y la mano siniestra de Mike Pompeo-Donald Trump haciendo uso de su macana para dar órdenes a presidentes plegadizos y estos acogerlas al grito de ¡Yes, Sir!

Pero la ingratitud contra Leonel, en este caso de oligarcas y del liderazgo del PRM, fue elocuente y aleccionadora.

La “Operación remate” se impuso y Abinader ganó las elecciones no tanto por la fuerza de su partido, sino por la debilidad del PLD que había entrado en una barrena insoportable después de la salida de Leonel, que si bien era candidato, no tenía un partido organizado para convertir en votos su simpatía entre las masas.

Pobre crecimiento del PRM en cuatro años

A la misma votación que obtuvo Abinader en 2016 con su PRM (1,613,222), se sumaría una parte importante de los 884,454 que había obtenido Leonel en las primarias del PLD y que no votaron por él ni por Gonzalo el 5 de julio; y otra porción de más de 400,000 empleados públicos danilistas que trataron de asegurar sus puestos ante la eventualidad de un cambio.

A pesar de eso, el resultado fue que Abinader resultó electo presidente en 2020 con 2,154,829 votos, un aumento absoluto de tan solo 541,607 sufragios con relación a su votación de 2016.

Esa combinación de factores llevó a Abinader al poder y lo ha convertido en una especie de Quss ben Saida del siglo XXI hablando a las multitudes, no de la Feria de Zoco de Okaz, sino del presente de fotoshop, redes sociales, opinadores sin alma, inteligencia artificial y mucho dinero en manos de ambiciosos sin patria y sin honor.

Solo hay un problema: ahora la historia se repite con elecciones en 2024 y parece que como tragedia.

Me ocuparé de explicar por qué, si Dios lo permite, el próximo miércoles.

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