¿Aún se vale soñar, doctor King?
Edgar Lantigua
Esta semana el mundo a recordado el natalicio del gran luchador norteamericano por los derechos civiles, el doctor Martin Luther King, las fechas relacionadas con este gran hombre son motivo frecuente para la reflexión.
Se recuerda sobre todo su legado en la lucha por los derechos civiles de la población afrodescendiente de los Estados Unidos, pero también, por sus condiciones excepcionales como orador, en particular por su discurso del 28 de agosto de 1963, próximo a cumplir 60 años, I have a dream, yo tengo un sueño.
El sueño de Martin Luther King era esencialmente el sueño de la igualdad ante las múltiples manifestaciones de racismo de la sociedad norteamericana de entonces, cien años después de la abolición formal de la esclavitud.
Cuando dice: “Tengo el sueño de que mis cuatro hijos, algún día vivirán en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”. Retrata la esencia de sus aspiraciones, en un discurso que se enseña aun hoy, como ejemplo de la buena oratoria.
Resulta particularmente significativo que el primer presidente negro de los Estados Unidos, Barack Obama, sobresaliera igualmente por la fuerza de su oratoria, por su extraordinaria formación intelectual, características comunes con King, doctorado en filosofía en la Universidad de Boston, en momentos en que pocas personas de color lograban acceder a esas facultades.
A estas alturas y en estas latitudes, la gran reflexión a la que nos conduce el ejemplo del Dr. King es preguntarnos si aún se vale soñar con un futuro mejor para las nuevas generaciones de dominicanos.
El año preelectoral, 2023, marcado por los pronósticos, el más reciente del Banco Mundial, de recesión mundial, a pesar del buen manejo que tiene la economía dominicana, la sabia dirección del Banco Central y el aplomo de los gobiernos de los últimos años, parecen colocarnos en una situación privilegiada para capear el temporal que se anuncia.
Pero nadie olvida, que los años preelectorales, históricamente se corren las tuercas, se expande, a veces excesivamente, el gasto; la cartera gubernamental suele estar más al servicio electoral que al sano manejo de las cuentas nacionales, en particular en este, que marcará el rumbo electoral del 2024, de un modo o de otro.
Al margen de los ominosos pronósticos, uno pretende soñar con que menos dominicanos se aventuren a arriesgar su vida y para la quimera americana. Duele ver como tantos se aventuran a hipotecar la vida por alcanzar la vuelta mexicana, o las selvas del Darién, como nos viene contando el Listín, en una serie de magníficos reportajes de Carolina Pichardo.
Sueña uno, para no dejar de soñar, que finalmente se logre un acuerdo que ponga fin al pleito sin fin entre el CMD y las ARS, una vuelta de tuerca en la que solo pierden los ciudadanos que pagan con regularidad obligatoria sus seguros de salud y varios meses después están en el aire con pleito como en la lucha libre de Jack Veneno, a tres caídas y sin límite de tiempo.
Espera uno que los pasos en reversa que han supuesto la guerra y la pandemia y en la reducción de los índices de pobreza puedan ser revertidos y alcancemos los niveles de bienestar que casi 50 años de estabilidad y crecimiento deberían darnos.
Y si no fuera demasiado soñar espera uno que no haya ningún “maco”, en tanto afán de fideicomisos públicos y nuevos paradigmas.
Hay que preguntar: ¿Aún se vale soñar, Dr. King?