Cambio climático: pesar la ciudad

Por César Pérez

Son muchos los aforismos referidos a la ciudad, pero pocos son tan reales como el siguiente: un país es lo que son sus ciudades. Podría afirmarse que, en gran medida, es en ella donde se ha jalonado la historia de la humanidad. Hablan los hechos. Hoy, es en las ciudades donde con mayor profundidad se están produciendo los cambios climáticos en todo el mundo por ser ellas el lugar donde se concentran y producen las mayores transformaciones de la riqueza, lo cual impacta profundamente en los cambios de la naturaleza toda. De ahí que, toda estrategia de lucha contra esos cambios debe partir de pensar la construcción de ciudades desde la perspectiva de esa lucha. De lo contrario, los esfuerzos para evitar una irreparable catástrofe ambiental serán en vano.

Las altas temperaturas que sostenidamente calcinan el mundo tienen expresiones dramáticas no sólo en la desertificación y salinización de los suelos, en el deshilo de milenarios glaciales polares y de picos de nieve perennes, sino en las ciudades. Según datos elaborados por la ONU-Hábitat, estas consumen el 78% de la energía mundial y producen más del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, abarcan menos del 2% de la superficie de la Tierra. Por primera vez, en toda la historia de la humanidad, los centros urbanos concentran más del 50% de la población mundial y se espera que dentro 25 años concentren más del 90%. Un problema no sólo económico, político y social, sino sanitario.

Esos gases no sólo se van a las nubes, sino que gran parte son respiradores por los sectores más vulnerables, los que viven en zonas degradadas social y ambientalmente, en grandes hacinamientos, en calles estrechas y poco o nada arborizadas, con viviendas construidas con materiales de pobre calidad y sin equipamientos que permitan una vida mínimamente digna.  Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, 1,8 mil millones de niños y niñas respiran aire contaminado. Esa circunstancia tiene un fuerte impacto en el desarrollo físico, mental y espiritual de ese segmento de la población a los que hay que sumar a los envejecientes y a las mujeres que lo sufren en sus centros de trabajos como en sus labores en sus hogares.

El calor es un factor que determina una sustancial reducción de la productividad en la economía urbana, al producir mayor estrés de los trabajadores. Este es más inclemente en aquellas ciudades situadas cerca del agua, marina o de río, porque incrementa la sensación de humedad, haciendo más vulnerables a un país que como el nuestro es insular.  Mediante estudios, se calcula que en los EEUU en el 2030 el calor provocará una pérdida de la productividad de 500 mil millones de dólares. Y es que el calor ralentiza el trabajo porque agudiza el cansancio, produciendo más pausas para paliarlo tomando más líquidos, entre otras interrupciones.  Es evidente que los efectos destructivos del calor en las ciudades, en términos económicos y humanos son mayores que los que producen los llamados desastres naturales.

En nuestro caso particular, esa circunstancia, plantea el tema de cómo y hacia dónde han de dirigirse los recursos para financiar la lucha contra el cambio climático. Debe ser en diversas direcciones, sin duda alguna, pero por su significado en el proceso de producción de bienes y servicios, aquellas que además tener esa cualidad son lugares de atracción turística tienen que vivir un proceso de activa adaptación y dotarse de mecanismos de planificación sustentados en particulares proyectos articuladores de su territorio que a su vez la articulen con otras ciudades, en una perspectiva de articulación/ordenación del territorio a nivel nacional. En breve, un ordenamiento del territorio basado en proyectos más allá de normativas generales sobre sus vocaciones a nivel general.

En lo particular, son muchas las iniciativas que deben impulsarse, entre otras, aprovechar nuestra ventaja de país con un clima que si bien es caluroso es propicio para construir ciudades con espacios arborizados, tanto calles como y plazas de recreación, normativas en la construcción y políticas de viviendas y edificios arquitectónicamente orientadas hacia la mitigación de los efectos del sol abrazador, favoreciendo el uso de energía limpia. También, tener presente que la tendencia de las grandes ciudades es a modificar su parque vehicular destinado el transporte colectivo incrementado el uso de vehículos eléctricos. Un lujo que por ahora no nos podemos dar, es cierto, pero es necesario replantearse nuestro parque vehicular y establecer medidas obligatorias que mitiguen el estrés de los trabajadores, entre otras.

En este proceso, es esencial el papel de los gobiernos locales. Sabemos que la gestión de la ciudad, en términos de su desarrollo y construcción, constituye uno de los grandes déficits de la gestión municipal dominicana. En este proceso electoral para elegir nuevas autoridades en ese ámbito, resulta de primera importancia insistir en que la eficacia de una política de ordenamiento territorial descansa en una buena gestión de lo urbano, sin esta, el enfrentamiento de los efectos del calentamiento global sería ineficaz. Por consiguiente, pensar la ciudad con nuevos criterios, dirigidas por autoridades competentes y serias constituye un imperativo para enfrentar los desafíos del cambio climático en términos políticos productivos, turísticos, sociales e institucionales.

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