CATALEJO: La traición política

Por ANULFO MATEO PEREZ

Puede ser que el sujeto nunca haya renegado de sus ideas políticas, porque a lo mejor jamás las tuvo; es probable que al dar el paso de cambiar de “chaqueta grupal” sólo se trate de quitarse el antifaz.

Cuando a Winston Churchill se le acusó de traidor por pasar del partido liberal al conservador, se olvidó que él nunca dejó de pertenecer y representar con ‘orgullo’ a la aristocracia inglesa.

Traiciones las ha habido siempre. Las hubo durante la Revolución de Octubre de 1917, luego de la caída del zar Nicolás II en Rusia, y en la Francesa, iniciada con la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789.

El traidor no conoce de lealtades ni de valoraciones éticas; lo que mueve su conducta es el egoísmo y la mezquindad; escala la cima del éxito con hipocresía, mentiras, intrigas y adulonería.

La traición es una de las acciones más deleznables del ser humano; por eso, Dante en La Divina Comedia califica la misma como el máximo pecado que amerita la peor de las condenas.

Hace ya algún tiempo, un amigo me mostró una fotografía donde renombrados intelectuales posaban para la instantánea, y rio carcajadas cuando le pregunté “de ellos, ¿cuál es el traidor.

No se trata de valorar las conductas partiendo del maniqueísmo en que se plantea la lucha entre el “héroes y villanos” de la política, sino de separar a las personas íntegras de las envilecidas.

Así, apreciamos en el escenario político a verdaderos traidores… que en el pasado militaron contra dictaduras, la corrupción y el crimen… y hoy hacen causa común con lo peor de la sociedad.

El traidor no se inmuta ni se ruboriza ante nada; se arrastra como la serpiente para impregnar su veneno. En ocasiones se yergue como la cobra. Y como a la “cobra real”, su naturaleza lo lleva a devorar a sus iguales.

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