Cinco siglos de la búsqueda de la identidad
Fabio R. Herrera-Miniño
Estamos en el fragor de un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad del Ozama a orillas del río de ese nombre en la costa sur de la isla cuando a los codiciosos españoles se les dijo que allí había mas oro que en los ríos de la costa norte donde se ubicó el poblado de La Isabela a orillas del río Bajabonico.
Los yacimientos de oro de la costa sur fueron más prometedores que los de la costa norte y la ciudad del Ozama comenzó a crecer sin haber recibido todavía los afanes urbanísticos de Nicolás de Ovando, que al inicio del siglo XVI, llevó a cabo la tarea de trazar la primera urbe hispánica de América.
Todavía hoy nos empeñamos en rescatar aquellos sueños de los primeros intrusos europeos, que junto a una pléyade de hombres de fe, implantaron sus improntas en una tierra virgen que mostró su rechazo con plagas de hormigas, huracanes y terremotos que hacían temblar las primeras construcciones de la piedra caliza recogida en los yacimientos aledaños a la villa.
La maldad europea, alentada por los vicios hispanos cuando en los primeros años del siglo XVI crecía la colonia, las calles tomaban forma en la ciudad de los colones con un trazado similar a las ciudades españolas de donde venían esos colonizadores, que justo con la llegada de los africanos esclavizados traídos en precarias condiciones a través del océano, poblaron la diezmada población se vieron ayudados por la codicia de los filibusteros franceses, flamencos, ingleses, que bajo la dirección de Francis Drake asolaron en 1586 el asentamiento de Santo Domingo.
En la isla iba surgiendo una nueva población mestiza. En ese crisol de las razas surgió un nuevo ente humano por la mezcla de indígenas, negros africanos, blancos europeos y fue la raíz de la raza dominicana tan definida con relación a las demás del continente.
Las devastaciones que en 1605 llevó a cabo el gobernador español Osorio marcó para siempre a los habitantes de la isla que al recibir la llegada de los franceses al extremo occidental de la isla, una porción cedida por España, asimiló la llegada de miles de esclavos africanos que provenientes de una tierra tropical africana llegaron a algo similar. Segregados de los colonos franceses mantuvieron sus esencias de creencias y costumbres.
La identidad dominicana permanece en un crisol de la adaptación y de la mezcla cuando creemos que ya podrían definir nuestros orígenes pero aparecen detalles inéditos de una raza muy peculiar cuyo rasgo mas definido la alta dosis de indolencia captado genialmente en los versos del Himno Nacional, ese es un sello que nos atosiga y nos amarra a la condición de ser descuidados en nuestras acciones para sobrevivir.
Nos hemos modernizado pero junto a los altos edificios y a los coloniales que abundan en la parte baja de la ciudad hay las muestras de la pobreza en la marginalidad donde precariamente subsisten miles de personas. Están sujetas a la politiquería de los políticos gobernantes, que en base a subsidios y programas de dación de ayudas de alimentos, viviendas y medicinas subyugan a un segmento poblacional en que se les destruyen sus ansias de progresar por su esfuerzo y es la masa humana para asegurar la continuidad en el poder.
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