¿Claudia Sheinbaum es la anti-Trump?
Por Michelle Goldberg
The New York Times
Columnista de Opinión, reportando desde Ciudad de México
El año pasado fue malo para los partidos políticos en el poder, pues los votantes de todo el mundo se rebelaron contra los representantes del statu quo. Fue un mal año para la izquierda, con la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y el avance del nativismo reaccionario en Europa. Y fue un mal año para las mujeres en la política; como informó la BBC, en el 60 por ciento de los países que celebraron elecciones en 2024, descendió el número de mujeres en las asambleas legislativas.
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Sin embargo, en un país no se cumplieron estas tendencias: México, donde Claudia Sheinbaum, heredera del llamativamente disruptivo líder de izquierda Andrés Manuel López Obrador, ganó la presidencia con una victoria decisiva.
Sheinbaum, científica ambiental y judía laica, es en muchos sentidos la antítesis de los líderes arrogantes que hacen que este momento de la política mundial resulte tan agobiante. No me refiero solo a Trump y Vladimir Putin, sino también a los nuevos tecnocaudillos de América Latina, figuras como el salvadoreño Nayib Bukele y el argentino Javier Milei, que combinan la política de extrema derecha con la actitud posmoderna de los trolls de foros de internet.
En todo el mundo, el humanismo liberal se tambalea mientras las fuerzas de la crueldad reaccionaria avanzan. Por eso Sheinbaum, quien ha adoptado el lema de López Obrador “Por el bien de todos, primero los pobres”, puede parecer una excepción luminosa al espíritu dominante de machismo autocrático.
“Me siento muy orgullosa de ella”, me dijo la semana pasada en Ciudad de México Marta Lamas, profesora de antropología y destacada feminista mexicana, quien conoce a Sheinbaum desde hace años. “Ella es una luz en esta terrible situación a la que nos enfrentamos: Putin, Trump”.
Lamas dijo que había temido una reacción sexista contra Sheinbaum, la primera mujer en la presidencia de México, pero a los seis meses de su mandato no hay señales de ello. Sheinbaum fue elegida con casi el 60 por ciento de los votos. Hoy su índice de aprobación supera el 80 por ciento. La semana pasada, Bukele, a quien le gusta llamarse a sí mismo “dictador más cool del mundo mundial”, preguntó a Grok, el chatbot de inteligencia artificial de Elon Musk, el nombre del líder más popular del planeta, esperando evidentemente que fuera él. Grok respondió: “Sheinbaum”.
Para quienes estamos impregnados de la política identitaria estadounidense, puede resultar difícil comprender cómo una mujer como Sheinbaum llegó a dirigir el undécimo país más poblado del mundo. Sus padres, ambos de familias judías que huyeron de Europa, eran científicos que habían participado activamente en el movimiento estudiantil político de izquierda de la década de 1960. De niña, Sheinbaum se dedicó a bailar ballet, una disciplina que aún se aprecia en su grácil postura y en los numerosos videos de las redes sociales en los que baila danzas folclóricas con sus seguidores. Investigó para su doctorado en ingeniería energética en la UC Berkeley y compartió el Premio Nobel de la Paz de 2007 por su trabajo en el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas.
En resumen, forma parte de la intelligentsia cosmopolita típicamente demonizada por los movimientos populistas. Pero, como me dijeron una y otra vez en México, sus antecedentes intelectuales significan poco a la luz de su relación cercana con López Obrador, con quien había trabajado desde que era jefe de gobierno de Ciudad de México, hace 25 años, y cuyo populismo económico le granjeó la devoción duradera de muchos ciudadanos que habían sido ignorados.
Como presidente, López Obrador aumentó el salario mínimo y lo vinculó a la inflación para garantizar que los trabajadores no quedaran rezagados. Echó a andar programas sociales ambiciosos, incluidos estipendios para los jóvenes que realizan formación laboral y, lo que es más importante, transferencias monetarias universales para las personas mayores. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social de México, cinco millones de mexicanos salieron de la pobreza durante los primeros cuatro años de su presidencia. (La pobreza extrema, sin embargo, aumentó en casi medio millón).
En la antesala de las elecciones más recientes, en 2024, una encuesta de Gallup reveló que los mexicanos eran más optimistas sobre la mejora de su nivel de vida que en cualquier otro momento desde que Gallup empezó a realizar encuestas en el país.
Algunos economistas mexicanos consideran insostenible el estado de bienestar ampliado de su país, que Sheinbaum espera que siga creciendo. Señalan que López Obrador no aumentó los impuestos a los ricos para pagarlo, sino que recurrió al gasto deficitario y a severos recortes en otras partes del gobierno. El crecimiento económico general fue lento durante su presidencia, y el sistema de salud se deterioró precipitadamente.
Carlos Heredia, economista mexicano de izquierda y antiguo asesor de López Obrador, critica al expresidente por repartir dinero en lugar de invertir en educación y, sobre todo, en salud. “En lugar de establecer y mejorar un sistema que funcione y que pertenezca a los usuarios”, dijo Heredia, “lo que tenemos es un desastre”.
Pero sean cuales sean los argumentos en contra de las transferencias de dinero como medida política, son una política excelente. El dinero en los bolsillos de la gente es sencillamente más tangible que incluso las mejoras más sabias a los servicios públicos. Francisco Abundis, director de la empresa de investigación de la opinión pública Parametrics, me dijo que al dar dinero a la gente, el gobierno de López Obrador también les dio una medida de autoestima, un sentimiento de ser vistos y valorados por su gobierno. Las personas jubiladas, dijo, ganaron independencia y mejoraron su estatus dentro de sus familias gracias a su capacidad de contribuir.
“Era una cuestión de dignidad, el papel que desempeñan”, dijo. Durante la presidencia de López Obrador, dijo Abundis, aproximadamente uno de cada cuatro adultos mexicanos había recibido ayuda del gobierno, pero ese apoyo también beneficiaba a sus familiares, de modo que el 48 por ciento de las personas que acudieron a las urnas el año pasado dijeron que habían recibido dinero del gobierno.
Los votantes mexicanos, pues, no buscaban un cambio el año pasado. Sin embargo, los presidentes del país solo pueden desempeñar un mandato de seis años. Al no poder contender por la presidencia de nuevo, López Obrador ungió a Sheinbaum, una mujer conocida por su férrea competencia y su lealtad intensa, como su sucesora, y su trayectoria la impulsó al cargo.
No es sorprendente que algunos políticos de izquierda en Estados Unidos se hayan aferrado a Sheinbaum como un singular símbolo de éxito progresista. Su ascenso parece una prueba de que el camino a la victoria consiste en oponerse a las élites económicas arraigadas y ofrecer beneficios materiales concretos a quien tiene dificultades. En otras palabras, es un dato que respalda la política de personas como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez.
Cuando hablé con el representante por California Ro Khanna en enero, describió la victoria de Sheinbaum como “un ejemplo de que la política de la clase trabajadora funciona”. En un foro para candidatos de izquierda a la alcaldía de Nueva York celebrado el mes pasado, el socialista democrático y fenómeno de las redes sociales Zohran Mamdani generó entusiasmo cuando prometió tomar “una página del manual de vecinos como Claudia Sheinbaum en México, quien ha demostrado lo que se puede ganar cuando se está dispuesto a luchar”.
Durante el primer mandato de Trump, la joven y liberal primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern fue considerada en ocasiones como la “anti-Trump”. Ahora, dijo Waleed Shahid, estratega demócrata progresista, Sheinbaum ocupa un lugar similar en el imaginario de la izquierda, como una mujer “inteligente, integradora y socialdemócrata” que ofrece una alternativa al gobierno brutal de los oligarcas.
Obviamente, México es diferente de Estados Unidos en demasiados aspectos como para enumerarlos, y sería simplista suponer que lo que funciona en ese país se podría trasladar al norte de la frontera. Pero en Estados Unidos, como en tantos otros lugares, hay una revuelta contra un estilo de política —a menudo abreviado como neoliberalismo— que confiere demasiado poder a los mercados, cediendo la capacidad del gobierno para promover el florecimiento colectivo.
Dado que esta revuelta ha conducido, en Estados Unidos y en otros lugares, a un panorama desagradable, a veces puede parecer que nuestras únicas opciones son el neoliberalismo o la barbarie. Sheinbaum es una de los pocos líderes mundiales que ofrecen la esperanza de un camino distinto.
En el caso de México, se trata de una esperanza frágil; el país tiene una economía endeble y está asediado por la violencia del narcotráfico. Trump ha favorecido la popularidad de Sheinbaum, pero sus políticas aún podrían causar estragos, aunque México se haya librado hasta ahora de lo peor de sus aranceles. Si su presidencia tiene éxito a pesar de todos estos desafíos, será una fuente de inspiración en un mundo cada vez menos inspirador.
Muchos mexicanos progresistas consideran exasperante la romantización extranjera de Sheinbaum, una proyección que dice más de la desesperación estadounidense que de la realidad mexicana. Después de todo, ella es la protegida de López Obrador, quien generalmente ven como un análogo de Trump, no como un antídoto.
“El populismo de izquierda no es una alternativa democrática al populismo de derecha”, dijo Carlos Bravo Regidor, analista político en Ciudad de México. “Sigue siendo autoritario, pero es un autoritarismo más digerible”.
Es importante señalar que López Obrador supervisó un importante retroceso democrático, dirigiendo ataques contra los medios de comunicación, los organismos de control y, más recientemente, contra el poder judicial independiente de México. Era una figura audaz y grandilocuente que se deleitaba insultando a sus enemigos durante sus conferencias de prensa matutinas diarias, o Mañaneras, que incluían un segmento regular llamado “¿Quién es quién en las mentiras?” en el que señalaba a periodistas que no eran amistosos a su gobierno.
Al igual que Trump, López Obrador se veía a sí mismo como la encarnación de la voluntad del pueblo y a sus oponentes, tanto en la política como en la sociedad civil, como fundamentalmente corruptos e ilegítimos. Cuando el conocido periodista Carlos Loret de Mola publicó una investigación sobre el estilo de vida opulento del hijo mayor de López Obrador, el entonces presidente contraatacó y divulgó un gráfico con los supuestos ingresos fastuosos de Loret de Mola. Utilizaba información que, según Loret de Mola, procedía de registros fiscales confidenciales.
El economista Luis de la Calle, exnegociador comercial mexicano, tiene en su oficina una lista de dos páginas escritas a mano de similitudes entre López Obrador y Trump, a quienes describe como “copias calcadas”. Para liberales como él, la gran pregunta sobre Sheinbaum es hasta qué punto seguirá el ejemplo de López Obrador.
“La verdadera prueba para ella”, dijo, “no va a ser en economía y comercio, que son importantes, por supuesto. Veremos si está realmente comprometida con los procesos democráticos y el Estado de derecho, la igualdad ante la ley. Eso es lo que va a definir históricamente su presidencia”.
Pero aunque De la Calle se muestra escéptico respecto a Sheinbaum, reconoce que su carácter es muy distinto del de su mentor político. Es una autodenominada “amante de los datos”, una persona conocida por su atención a los detalles más que por una cruzada ideológica. López Obrador se opuso a “la tiranía de los expertos”, dijo de la Calle. “Ella es una experta”.
El exmarido de Sheinbaum, Carlos Ímaz, ayudó a fundar el izquierdista Partido de la Revolución Democrática, o PRD, que López Obrador dirigió durante tres años en la década de 1990. Pero Sheinbaum no llegó a conocer a López Obrador sino hasta poco después de que se convirtiera en jefe de gobierno de Ciudad de México en 2000, cuando la nombró jefa de medioambiente, encargada de hacer frente a la notoria contaminación atmosférica de la ciudad.
Impresionado por sus habilidades, la puso al frente de un importante proyecto de infraestructuras: la construcción de un segundo piso en el Periférico, una vía de circunvalación de Ciudad de México. Se convirtió en una de sus aliadas más leales; en 2014, cuando formó su propio partido populista, conocido como Morena, se fue con él. En 2018, el año en que él fue elegido presidente, ella se convirtió en jefa de gobierno de Ciudad de México.
A menudo, durante su campaña presidencial, Sheinbaum dijo que quería construir el “segundo piso” de la revolución política de López Obrador. Sin embargo, muchos se preguntaban si ella podría mantener su ferviente apoyo sin su carisma desbordante. Al inicio de su presidencia, existía la sensación generalizada de que estaba acorralada por la necesidad de mantenerse fiel a él, incluso en áreas en las que se le consideraba débil, como la política de seguridad.
López Obrador era reacio a enfrentarse a los cárteles del narcotráfico, que se han infiltrado profundamente en la política mexicana y que supuestamente habían canalizado dinero a su fallida campaña presidencial de 2006. En una ocasión argumentó que los grupos criminales “respetan” a la ciudadanía, e intentó hacer frente a la epidemia de violencia del narco en el país mediante programas para ofrecer a los posibles reclutas mejores opciones, una política apodada “Abrazos, no balazos”.
Aunque la tasa de homicidios descendió ligeramente hacia el final de su presidencia, siguió siendo excepcionalmente alta, con más de 30.000 asesinatos en 2023. En 2022, Reporteros sin Fronteras declaró que el país era el más mortífero del mundo para los periodistas.
En las encuestas, los mexicanos calificaron mal a López Obrador en materia de seguridad, pero varias personas me dijeron que sus principales seguidores verían como una traición cualquier intento de distanciarse de sus políticas. “La gente adora a López Obrador”, dijo Lamas, profesora de antropología, quien fue asesora de Sheinbaum durante su campaña a la jefatura de gobierno. “Vas a las comunidades rurales y él es Dios. No te vas a pelear con Dios”.
Sin embargo, si al inicio el margen de maniobra de Sheinbaum era algo pequeño, Trump lo ha ampliado. Sheinbaum se ha ganado elogios generalizados, incluso de los críticos de López Obrador, por su hábil manejo de las erráticas amenazas arancelarias de Trump.
Sheinbaum ha halagado a Trump sin parecer complaciente; él la ha llamado “dura” y “mujer maravillosa”. A diferencia de los líderes canadienses, que se han escandalizado por la beligerancia estadounidense y han canalizado la furia de su población, ella ha sido estoica y estratégicamente paciente al anunciar medidas de represalia. Utiliza con frecuencia la expresión “cabeza fría”, y la gente también la utiliza para referirse a ella.
“Ha sido increíblemente buena administrando el tiempo”, dijo Bravo Regidor, el analista político. Trump, señaló, impuso inicialmente aranceles del 25 por ciento a México y Canadá el 4 de marzo. Sheinbaum anunció que tendría una llamada por teléfono con él dos días después y que daría a conocer las contramedidas de México en un mitin luego de dos días. Eso dio tiempo a que aumentara la presión de las industrias estadounidenses afectadas por los aranceles, y el mismo día en que Trump habló con Sheinbaum, declaró que los aranceles se retrasarían.
Aunque Trump pareció reconocer a Sheinbaum el mérito de la medida, no está claro el papel que realmente desempeñó su conversación, ya que Canadá también obtuvo una prórroga. Tampoco se sabe lo que ella podría haber ofrecido a Trump a cambio. Pero al menos en México, parecía que la llamada de Sheinbaum había funcionado muy bien. “No tenía una gran mano, pero la que tenía la jugó bien”, dijo Bravo Regidor.
Desde entonces, Trump ha impuesto aranceles a las exportaciones mexicanas que no están cubiertas por el T-MEC, el tratado comercial que negoció con México y Canadá durante su primer mandato. Aun así, México ha salido mucho mejor parado en sus relaciones económicas con el nuevo gobierno de Trump que muchos otros países. El miércoles, cuando Trump desencadenó una nueva ronda de los llamados aranceles recíprocos, tanto México como Canadá fueron excluidos, para profundo alivio de México. Héctor Cárdenas, presidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales, predijo celebraciones oficiales, y aunque no había votado por Sheinbaum, pensaba que se las había ganado.
“No sé si ‘triunfo’ es la palabra adecuada, pero es un resultado con el que México puede vivir”, dijo. “Ahora, por supuesto, no sabemos lo que vendrá la próxima semana”.
A Cárdenas también le ha impresionado la forma en que Sheinbaum ha utilizado la presión de Trump en su favor para hacer frente al crimen organizado. Existe un gran temor en México de que Trump pueda atacar unilateralmente a los cárteles de la droga del país, una idea que cada vez está más extendida en los círculos republicanos en Estados Unidos. Trump ya emitió una orden ejecutiva que designa a los cárteles extranjeros como organizaciones terroristas internacionales, y al parecer está considerando declarar el fentanilo “arma de destrucción masiva”.
“Hay más probabilidades de una acción militar estadounidense en México que en ningún otro lugar del hemisferio occidental”, me dijo Brian Finucane, asesor principal del International Crisis Group. Una acción de este tipo prácticamente garantizaría un estallido nacionalista en México, lo que haría imposible que Sheinbaum coopere con Estados Unidos en materia de narcotráfico o migración.
La necesidad de mantener la relación de México con Estados Unidos le ha dado a Sheinbaum el permiso para perseguir a los cárteles sin renegar del enfoque de su predecesor. En diciembre, las autoridades mexicanas incautaron más de una tonelada de fentanilo en el estado de Sinaloa, la mayor redada de este tipo en la historia del país. En febrero, el país envió a Estados Unidos a 29 presuntos narcotraficantes. “Nunca habíamos visto una operación tan abrumadora y diaria contra los cárteles”, declaró a The Associated Press un periodista de Sinaloa.
Queda por ver si el temperamento más tecnocrático de Sheinbaum conducirá a una gobernanza más liberal. Justo antes de dejar el cargo, López Obrador impulsó un cambio constitucional que, entre otras cosas, convertía a los jueces en funcionarios electos, en lugar de designados. Aunque ese cambio fue popular con la ciudadanía, en general, los expertos jurídicos consideraron que la maniobra de López Obrador debilita el Estado de derecho; The Journal of Democracy lo describió como “un último esfuerzo desesperado en su largo plan para socavar la democracia en México”. Despojar a los jueces de su independencia, después de todo, es una estrategia sacada directamente del manual de los líderes autoritarios, que se ha utilizado en países tan diversos como Turquía, Hungría e Israel.
Algunos en México esperaban que Sheinbaum suavizara los cambios judiciales. En cambio, se apresuró a llevarlos a cabo. Lamas cree que Sheinbaum habría preferido ir más despacio en la remodelación del poder judicial, pero que hacerlo era políticamente imposible, ya que era algo muy importante para López Obrador.
“La conozco”, dijo. “Creo que ella quiere una reforma judicial, pero no este año, en este momento con todos los problemas que está enfrentando, problemas económicos, problemas relacionados a Trump. No era el momento de hacerla, pero tenía un compromiso con López Obrador para hacerla ahora”.
Queda abierta la pregunta de si, a medida que Sheinbaum acumule más autoridad política, tendrá el deseo o la voluntad de detener el desmantelamiento de las instituciones mexicanas que podrían ser instancias de rendición de cuentas para ella y para futuros presidentes. En el pasado, Estados Unidos ejerció presión diplomática sobre México para que mantuviera cortes independientes y otras estructuras que sustentan la democracia liberal. Pero la democracia liberal no es, por decirlo matizadamente, una prioridad para el gobierno de Trump.
Y los partidarios de Morena con los que hablé se muestran desdeñosos y un poco desconcertados por las acusaciones de que Sheinbaum está traicionando los principios democráticos. “Es difícil decir que este gobierno y el anterior no son democráticos, teniendo en cuenta la popularidad que tienen”, dijo Vanessa Romero Rocha, abogada e integrante de un comité gubernamental que evalúa a los jueces que se presentan a las elecciones.
Una respuesta fácil es que la democracia significa algo más que elecciones. Pero ese argumento solo es convincente si ya has aceptado que la democracia liberal es un sistema superior, y cada vez está más claro que mucha gente no lo hace. En las elecciones celebradas en todo el mundo, estamos viendo lo poco que les importa a muchos votantes el abstracto procedimentalismo liberal; están felices de ceder poder al poder ejecutivo si creen que mejorará sus vidas.
Esta tendencia me parece trágica, pero no hay indicios de que vaya a invertirse pronto. Dada esta realidad, deberíamos juzgar a los políticos no solo por cómo acumulan poder, sino también por lo que hacen con él.
En Estados Unidos, la autoridad centralizada ha permitido a Elon Musk, inspirado por Milei, llevar una metafórica motosierra a todo tipo de programas federales, incluidos los que ayudan a los más vulnerables. Sheinbaum, por el contrario, está intentando construir un sistema nacional de cuidados para niños, personas con discapacidad y personas mayores, que alivie la carga del trabajo no remunerado de muchas mujeres mexicanas. Los progresistas estadounidenses deberían ser cautos a la hora de proyectar en Sheinbaum su desesperación por una heroína. Pero al menos ahora mismo, su tipo de populismo luce mucho mejor que las alternativas.
El año pasado, Bravo Regidor coescribió un ensayo en The New York Review of Books sobre las “argucias constitucionales y el desprecio por la ley” de López Obrador, en el que advertía que Sheinbaum podría seguir sus pasos. Los temores de Bravo Regidor no se han disipado del todo. Aun así, dice: “Si miras al resto del mundo, no estamos tan mal”.
The New York Times