Cortesanías patológicas
Guillermo Caram
Seguimos observando predominio de cortesanías al ejercer funciones públicas que patologizan el buen gobierno y comportamientos sociales.
Los cortesanos provienen etimológicamente de las cortes monárquicas. Hoy definen aquellos funcionarios y gobernados que se pliegan dócil, incondicional y laudatoriamente a gobernantes.
Bibliatodo.com define cortesanos como quien “sirve obsequiosamente a un superior”. Obsequioso, según RAE, quien está “rendido…dispuesto a hacer la voluntad de otro”. El femenino de cortesano, cortesana, alude prostitución.
Son cortesanos aquellos funcionarios que pliegan su voluntad a la del superior, tenga o no razón, estén o no de acuerdo. Son predominantemente complacientes. No disienten.
Esperan ser reciprocados por gobernantes con favores, supervivencia burocrática y recursos presupuestarios.
Llegan a convertirse en funcionarios dóciles y anuentes. Gobiernos han caído por condescendencia a anuencia cortesana, siendo el caso Nixon/Watergate el más emblemático, por encubrir y proteger consejeros anuentes mas que por los hechos mismos.
Cortesanos exigen a su vez cortesanías derramada verticalmente hacia administraciones inferiores. Subalternos rinden cortesanía a cortesanos presidenciales. Se complacen rindiéndola y recibiéndola.
Hay cortesanía horizontal. Funcionarios del mismo nivel la practican entre ellos, formando especie de sociedades de elogio mutuo manifestándose en declaraciones de apoyo, visitas recíprocas para posar ante medios, suscripción de acuerdos para cumplir lo que leyes establecen.
La horizontalidad cortesana llega incluso hasta otros poderes del Estado. Observamos sus titulares actuando como si fueran funcionarios gubernamentales, transmitiendo señales confusas sobre separación de poderes, consustancial a la democracia.
Y en instancias sociales: empresarios que se pliegan tras privilegios, ONG tras canonjías, medios que practican la autocensura, etc. Todo ello conformando un coro consolidador de cultura cortesana previamente forjada que impide debatir problemas objetiva y holísticamente. Y procurarles soluciones adecuadas.
Esa cultura cortesana traduce exigencias de incondicionalidad a quienes, aun comprometidos con el gobierno, plantean ideas y advertencias diferentes a postuladas por el cortesanismo.
La cortesanía tiene costos socioeconómicos. Se ignoran problemas, se solucionan mal y encarecidamente. Envicia patológicamente ciudadanos convirtiéndolos en sociedad de cortesanos.
E incluso perjudica al propio gobierno al excluir voluntades que aportarían ideas que mejorarían su gestión.