Ningún, ningún. Invasión haitiana

Ellis Pérez

Hace mucho tiempo que el país es el objeto del predicamento de los haitianos de que la isla es una e indivisible. Llegué a Puerto Príncipe por primera vez en el 1959, como asistente del Director de Cruceros del barco Evangeline. No era un simple visitante, tenía que llevar cabo la tarea de organizar y supervisar los recorridos de visitas a la ciudad y al interior del país, subiendo las colinas y montañas que pasaban por Petionville y llegando hasta Boutilliers y Kenskoff. Eso implicaba interactuar con una cantidad de haitianos y uno que otro ejecutivo extranjero que vivía en Haití. Llegué a entender, a través de reiteradas visitas que los dominicanos no éramos bien vistos en Haití y que de hecho prevalecía el concepto de la una e indivisible.

Hace unas cuentas décadas ya, que nuestros diferentes gobiernos  han estado siendo objeto de reiteradas presiones de organismos internacionales como la ONU y la OEA para que nuestro país se ocupe de resolver el problema interno socioeconómico y político que ha prevalecido en Haití por la ineficacia de su liderazgo,  tanto público como privado, para llevarlo a ser  un país viable. Estos organismos consideran que las deficiencias de Haití pueden ser absorbidas fácilmente por una República Dominicana, que sin importar los nombres de sus gobernantes y líderes del sector privado, ha aprendido a trillar el camino del desarrollo económico, la estabilidad política y un progreso social que aunque dista mucho de ser perfecto no ha dejado de mostrar sus logros.

Estos organismos multilaterales han pretendido aplicarnos a nosotros resoluciones concebidas para ser aplicadas, no en casos especiales como el nuestro, sino en casos generales relacionados con la inmigración, la trata de personas, el exilio político, o los campamentos de refugiados. En nuestro caso ninguna de esas descripciones es aplicable al problema particular de nuestra frontera con Haití y de las dificultades de ese país para autogobernarse.

Estimo que los ciudadanos dominicanos debemos, en gran consenso,  arrimar el hombro y manifestar nuestro repudio y desestimación de aplicación de esas resoluciones que no guardan ninguna similitud con las diferencias particulares haitiano- dominicanas.  Al gobierno se le hace muy difícil enfrentar solo esta situación porque lo presionan y acogotan buscando obligarlo a sucumbir. El conjunto de nosotros, los ciudadanos dominicanos debemos pronunciarnos a plenitud para rechazar esas intenciones internacionales de sojuzgarnos.

Nadie nos puede pedir y mucho menos exigir más de lo que estamos haciendo por Haití en plena solidaridad con un vecino que necesita ayuda. Pero todo tiene su límite.

Comentarios
Difundelo
Permitir Notificaciones OK No gracias