Cuando se apaga la vela

Por Manuel Jiménez

Sigo hurgando en mis archivos y cada vez son mayores mis sorpresas al toparme con viejas columnas publicadas en el periódico Hoy que son parte de hechos que bien pueden resumirse en un buen libro sobre mis vivencias cubriendo por más de dos décadas y media la fuente presidencial, todo lo que ocurría en el Palacio Nacional.

Todos recordamos al coronel Pedro Julio Goico Guerrero, quien a la llegada al poder del entonces presidente Hipólito Mejía, fue designado jefe de su avanzada de seguridad. En torno a este controversial oficial se generaron numerosas historias, desde su agresividad contra periodistas y medios de comunicación hasta de sus ocurrencias, a veces simpáticas, con la que se despachaba en ocasiones, pasando de un comportamiento hostil a mostrarse como un “buen muchacho”. La historia registra su involucramiento en el escándalo Baninter y justo esta columna En el Palacio que publiqué en el diario Hoy un 25 de julio del 2005, y que reproduzco a continuación, revela detalles de lo que podría titularse las últimas horas de gloria del coronel. Refiere lo ocurrido en Otawa, Canadá, en el marco de una visita que realizó a ese país el entonces Presidente Mejí

  • Hoy
  •  25 julio, 2005
En el Palacio

POR MANUEL JIMÉNEZ
Apenas había transcurrido la primera semana del mes de noviembre del 2002 cuando el entonces coronel Pedro Julio Goico Guerrero (Pepe) hizo su arribo a Ottawa, Canadá, en víspera de la gira que realizó a este país el entonces Presidente Hipólito Mejía. Pepe Goico procedía de Tokio, Japón, donde viajó unas dos semanas atrás como parte de la avanzada que organizaba una visita que Mejía realizaría a finales de ese mismo mes a esa nación asiática, al frente de una comitiva de funcionarios públicos y empresarios privados. Nunca olvidaré el gesto y la expresión con que me recibió Pepe cuando nos encontramos en el lobby del hotel donde se hospedó la delegación dominicana.

¡Mírame, estoy aquí, no estoy preso!, me gritó con cierto sarcasmo. La expresión no dejó de sorprenderme, porque para entonces no había escrito nada que tuviera que ver con algún probable encarcelamiento del entonces jefe de la avanzada de seguridad del Presidente. Pero Pepe Goico ya estaba enterado de que en el país se ataban los cabos para formalizar una querella en su contra por alegado fraude en el uso de una tarjeta de crédito del Banco Intercontinental (Baninter). El Presidente Mejía arribó a la capital canadiense el 5 de noviembre, y entre los que lo recibieron en un aeropuerto militar estaba su inseparable Pepe Goico. La prensa que daba cobertura a la gira, sin embargo, se percató pronto de que la estrella del controversial coronel había dejado de brillar de la noche a la mañana. Mejía lo saludo con frialdad, y casi evadiéndole la mirada. Para mayor desgracia de Pepe, el jefe del Cuerpo de Ayudantes Militares de entonces, el general Rafael Betances, no le reservaba el mayor de los aprecios, pues entre ambos existió siempre una zurrapita. El coronel Goico, a partir de entonces, lució un perfil bajo. Dicen que desde Canadá estaba preso sin él saberlo. Pero siempre se mantuvo en el entorno del Presidente Mejía.

 Al final de la visita a la capital canadiense, el embajador dominicano de entonces, Eduardo Fernández, ofreció una cena privada en su residencia particular al Presidente Mejía y su comitiva, a la que también invitó a la prensa. Esa noche, cuando llegué a la residencia del embajador, miré hacia una pequeña sala, con puertas de vidrio, a la entrada de la casa, y allí alcancé a ver a Pepe Goico, a solas, pensativo y con un teléfono celular en las manos. Nadie tampoco virtualmente lo sintió esa noche en la casa. El hombre, parecía consciente de su desplome. A su regreso al país fue colocado bajo arresto. Pero ese víacrucis sería tan solo circunstancial.

Su estrella volvió a resplandecer con el retiro de la querella en su contra. Se le envió a la dotación militar de La Romana y más tarde a un puesto ejecutivo en la poderosa Primera Brigada del Ejército.  Con el cambio de gobierno salió prácticamente de ese recinto militar a Francia, y más tarde siguió a España, donde hoy se hace todo un experto en criminología. Para colmo, en apenas las dos ultimas semanas, el hombre se reafirma como todo un fenómeno y vuelve a copar la atención del país. Su maestría en la Complutense de Madrid está llegando a su fin. O sea, que extraditado o no, probablemente tendrá que retornar al país, y para entonces seguirá siendo el hombre orquesta, con la atención de la prensa, de esa que hoy jura arrepentirse por los maltratos a que la sometió en sus días de gloria. ¡Cosas veredes, Sancho!

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