Cuba: el derrumbe de un mito
Por Manuel Jiménez V.
Cuba, el modelo socialista que en 1959 despertó pasiones e inspiró sueños de justicia social en toda América Latina, es hoy, 66 años después, el espejo roto de una utopía fallida. Aquella revolución que tantas juventudes quisieron imitar durante las décadas de los 60 y 70, hoy solo puede ser descrita como un desastre económico, institucional y social. Y no es un juicio pasional, lo dicen los datos, lo grita la realidad.
El gobierno cubano ha mantenido durante décadas un discurso que atribuye todos sus males al embargo económico impuesto por Estados Unidos. Y aunque ese factor externo es real y tiene consecuencias, ya no puede ser el comodín para justificar el deterioro generalizado de las condiciones de vida en la isla.
Hay causas internas, mucho más estructurales: la ausencia de políticas públicas que integren a la población al aparato productivo con incentivos reales, una economía centralizada que desincentiva la productividad, y una gestión pública estancada en modelos del siglo pasado.
La zafra azucarera, símbolo histórico de la economía cubana, ha colapsado a niveles inéditos. En la temporada 2024–2025, la producción cayó por debajo de las 150,000 toneladas, el nivel más bajo en más de un siglo.
Hace apenas un año se producían 350,000 toneladas; la meta oficial era 265,000. Ninguna se cumplió. Casi la mitad de los centrales azucareros no han podido operar, y los que lo hacen apenas alcanzan entre el 13% y 50% de sus planes de producción.
Esto no solo afecta el azúcar como producto; arrastra a la industria del ron, cuya producción de melaza ha caído un 70% desde 2019. ¿Qué pasó con el “grano de oro” de la Revolución?
La tragedia social no es menor. Siete de cada diez cubanos han tenido que suprimir alguna de sus comidas diarias por falta de alimentos o dinero. Entre los mayores de 61 años, ese drama alcanza al 80%.
La escasez de medicinas es igualmente alarmante: solo el 3% de la población ha podido acceder a ellas por la red estatal. La pobreza se ha convertido en norma: afecta a ocho de cada diez personas. Y hablando de empleo, la cifra también es elocuente: el 12% de los cubanos está desempleado, y de ellos, el 72% lleva más de un año sin trabajar.
Entre los jóvenes, esa proporción asciende al 81%. Un 32% lleva más de tres años sin empleo. ¿Dónde quedó el compromiso de la Revolución con el trabajo y la dignidad?
La crisis energética, mientras tanto, pone la parte amarga. Cuba ha sufrido cinco apagones nacionales en menos de un año. El más reciente dejó sin luz a casi 10 millones de personas.
Antes de eso, muchas provincias sufrían cortes de más de 16 horas diarias. Plantas obsoletas, falta de combustible, repuestos imposibles de conseguir y pese a la ayuda de países aliados como México, Venezuela y Rusia el país sigue en tinieblas.
En La Habana, una avería reciente dejó la isla sin electricidad por más de 36 horas. Los hospitales, el transporte, el agua potable y la refrigeración de alimentos están colapsando junto con el sistema eléctrico.
¿La respuesta del gobierno? Barcos generadores alquilados en Turquía y la promesa de instalar 100 parques solares para 2031. Mientras tanto, la oscuridad se vuelve cotidiana.
Todo esto ocurre en medio de un clima político tenso. La pobreza extrema afecta al 89% de la población. La desaprobación hacia el gobierno alcanza el 92%. La producción industrial, las exportaciones y las remesas están en caída libre. Y las protestas, aunque esporádicas, son reprimidas con detenciones arbitrarias documentadas por organismos internacionales.
Cuba no merece esta decadencia. Y mucho menos su gente, que sigue resistiendo con una dignidad silenciosa. La utopía revolucionaria ha envejecido sin renovarse, y hoy arrastra consigo no solo las ruinas de una economía, sino también la esperanza de millones.
Fuentes: CiberCuba, El País, de España y horizontecubano.law.columbia.edu