¿Culpa de los haitianos?

José Luis Taveras

A una buena parte de los dominicanos les preocupa la incontrolada irrupción haitiana; sin embargo, ignoran un derecho básico: saber cuántos vecinos indocumentados residen en la República Dominicana. 

No se cuenta con esa información. Lo que tenemos son estimaciones. Tal omisión estatal evidencia la pobre atención que, fuera del juego político, se le ha prestado al tema de la inmigración, muy a pesar de los resabios del momento. Tampoco el Gobierno ha contado con un registro de la ocupación laboral haitiana, menos de sus condiciones de vida y de trabajo, para empezar a entender el problema.

Algunos abstraídos prefieren aferrarse al espejismo de que el Gobierno dominicano tarde o temprano no dejará un inmigrante ilegal sin ser repatriado, como si alguna nación del mundo —aun desarrollado— lo hubiese logrado. La verdad, aunque irrite, es que estamos condenados a convivir con una realidad que no se resuelve ignorándola, como lo han hecho irresponsablemente los gobiernos. Esa inmigración ha crecido en gran medida porque los intereses coludidos de funcionarios públicos, agentes consulares y mafias del tráfico la han propiciado como razón de sus oscuros negocios. No ha bastado considerar los veintitrés gobiernos que hemos tenido desde la caída de Trujillo y ver cómo esa afluencia, lejos de ser controlada, adquiere talla de ocupación pacífica. 

Cualquier buen sensato nos diría que se nos hizo tarde, pero se prefiere callar, porque pocos quieren oír esa verdad ni quien la diga recibir de paso un necio estigma ideológico. La mala noticia es que Haití sigue ahí, como una bomba activada en conteo regresivo y con un futuro cada vez más atado al nuestro.

Ahora lamentamos las secuelas de la apatía. Algunos prefieren vaciar sus enfados en contra de los haitianos, cuyo mayor pecado ha sido huir de una nación malograda. Es desde ese punto que debemos observar el cuadro para no perder la perspectiva por los delirios que nublan los extremos.

Se emigra por motivos económicos, un mejor nivel de vida, condiciones de trabajo o acceso a oportunidades. En Haití seis de cada diez habitantes viven con menos de dos dólares diarios; un 60 % de la población es pobre y un 24 % vive en la pobreza extrema, mientras que el 50 % padece de un estado de inseguridad alimentaria crónica. Ese relato propone los contextos ideales para el éxito del negocio fronterizo, ese que ha sumido en la informalidad la dinámica migratoria de ambos países. 

La inmigración ilegal haitiana ha devenido en un asunto de alta atención pública, como la delincuencia, el costo de la vida o la corrupción. Por eso no es accidental que hoy sea la lírica más aplaudida por quienes buscan simpatías gratuitas. Se trata de los mismos políticos que poco o nada han hecho para desmontar la estructura de corrupción que convirtió la frontera en un desfiladero de negocios clandestinos. Ahí están, con tres pasos al frente de las primeras columnas, en defensa de la soberanía nacional en nombre de los patricios. 

¿En algún momento nos hemos preguntado cómo y por qué han ingresado tantos haitianos? ¿Forzaron ellos los controles fronterizos? ¿Es Haití quien debe cuidar nuestra frontera? ¿Qué ha hecho la República Dominicana para contener ese flujo migratorio? No, los haitianos en su mayoría no entraron; sencillamente los dejaron entrar. 

Los que viven en ambos países saben que la frontera separa todo menos los negocios. Se trata de un mercado abierto para el contrabando, el tráfico de drogas y de personas dominado por redes binacionales y en el que participan, por omisión o comisión, los organismos de seguridad de los dos lados. Esas mafias no son leyendas errantes: existen y mandan. Son nuestros coyotes. 

El comercio de la inmigración es tan retributivo que hasta la visa se ha convertido en un instrumento de especulación mercantil, a tal punto que, según una reciente investigación de un diario local, desde el 2015 hasta mediados de este año, de las 818,885 visas concedidas por el país, el 89 % han sido emitidas por los consulados dominicanos en Haití. Se sabe que los consulados más apetecidos son precisamente los acreditados en ciudades haitianas y que los funcionarios consulares terminan siendo ricos en poco tiempo; por eso la alternancia en esos puestos es tan rotante, tanto como los escándalos que históricamente se han suscitado. 

Otro factor responsable en la consolidación de la inmigración ilegal ha sido el mercado laboral. De hecho, el movimiento migratorio nació de la mano de las contrataciones colectivas de los braceros haitianos usados en el corte de la caña de azúcar y asentados en comunidades laborales o bateyes en condiciones infrahumanas. Esa mano de obra se ha desplazado desde medianos del siglo pasado a las labores agrícolas, la construcción y en menor medida a los servicios. ¿Podemos prescindir de esa mano de obra? ¿Realizarán los dominicanos los trabajos que hoy controlan los haitianos? ¿Pagarán los empleadores mejores salarios a los dominicanos en una eventual sustitución de la mano de obra? Son algunas de las preguntas que quedan sueltas. En todo caso se trata de un estatus ya establecido muy complejo para enderezar. Una política migratoria debe ser integral y comprometer decisiones sobre varios factores de la ecuación como el empleo y la productividad, de ahí que la organización del comercio y del trabajo deben ser premisas para una reforma migratoria de amplio calado.

La formalización de las relaciones de ambos países le molesta a no muy pocos intereses. La opacidad ha sido la mejor garantía para toda suerte de tratos clandestinos. Solo el país sale perdiendo. Lo penoso es que después que el Gobierno dominicano se gana la mala voluntad internacional con las deportaciones —a las que tiene legítimo derecho— el país desconoce si trata de un esfuerzo fallido porque sabe cuántos son repatriados, pero ignora cuántos entran. Se trata de un circuito vicioso frustrante que no permite conocer el real impacto de esa medida de control migratorio. Un muro no será suficiente cuando la vigilancia fronteriza dependa de factores humanos y sobre todo si los empleados en esa misión son viejas mentalidades montadas sobre las mismas estructuras de corrupción que han dominado el negocio migratorio.

¿En algún momento nos hemos preguntado cómo y por qué han ingresado tantos haitianos? ¿Forzaron ellos los controles fronterizos? ¿Es Haití quien debe cuidar nuestra frontera? ¿Qué ha hecho la República Dominicana para contener ese flujo migratorio? No, los haitianos en su mayoría no entraron; sencillamente los dejaron entrar.

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