Dajabón: La frontera debe transformarse en un verdadero polo de desarrollo
Wellington Rosario
Dajabón vuelve al debate nacional. Y no es casualidad. Mientras la República Dominicana discute cómo cerrar brechas territoriales y cómo impulsar un desarrollo más equilibrado, esta provincia fronteriza se convierte en el espejo más honesto de nuestras contradicciones: enorme potencial económico, una ubicación estratégica que cualquier país quisiera… y, al mismo tiempo, una estructura productiva frágil, poco diversificada y demasiado expuesta a crisis externas.
La frontera no es un borde: es un punto de encuentro. Y Dajabón, en particular, puede ser mucho más que el “mercado de los lunes y viernes”. Puede ser una plataforma logística nacional, un eje agroindustrial, un espacio de integración productiva y un destino de turismo rural con identidad propia. Pero para que eso ocurra, hay que asumir decisiones que por décadas hemos pospuesto.
Un potencial que el país aún no ha entendido del todo
Dajabón no es cualquier provincia. Es el principal punto de interacción económica con Haití, un territorio donde se mueven millones de pesos cada semana en comercio binacional, y una zona agrícola con productos que pueden ser transformados localmente: leche, maní, frutas, vegetales, madera y derivados. A eso se suma una población joven, un tejido emprendedor dinámico y paisajes que, con una mínima inversión, podrían abrir puertas al ecoturismo y al turismo rural.
En otras palabras: Dajabón tiene las piezas para elevar su competitividad, pero carece de la infraestructura y de los encadenamientos productivos para ensamblarlas correctamente.
La realidad económica reciente lo confirma: las exportaciones vía la frontera han crecido más de un 20 %; sin embargo, la mayor parte del valor agregado se genera fuera de la provincia. Dajabón es puente, pero aún no es polo. Y ese es el cambio que urge impulsar.
El mercado binacional: de caos funcional a nodo comercial moderno
El mercado binacional es el corazón económico de Dajabón. Nadie que lo observe con seriedad lo subestima. Pero tampoco podemos seguir ignorando lo evidente: el mercado necesita una transformación integral.
Durante años, se ha operado bajo un esquema improvisado, donde la informalidad, el hacinamiento, la falta de señalización, la inexistente gestión de residuos y la poca inocuidad alimentaria ponen en riesgo no sólo la salud pública, sino también la competitividad comercial.
El mercado debe dejar de parecer un campamento provisional y convertirse en un espacio ordenado, higiénico, visualmente atractivo e integrado urbanísticamente a la ciudad.
Las mejoras urgentes incluyen: Áreas de manipulación de alimentos con estándares de inocuidad, vigilancia sanitaria y condiciones mínimas de refrigeración.
Infraestructura adecuada: pisos drenados, techados dignos, iluminación, baños públicos, agua potable y manejo responsable de residuos.
Rediseño visual del entorno: señalización, mobiliario urbano, entradas organizadas, control de flujo de peatones y vehículos.
Ordenamiento comercial para evitar el desorden que encarece las operaciones, dificulta la seguridad y deteriora la percepción del visitante.
Un sistema de administración moderna del mercado, con gobernanza compartida entre autoridades, comerciantes y usuarios.
No se trata de “embellecer”, sino de dignificar y de convertir el mercado en un espacio competitivo, atractivo para inversionistas y seguro para productores, comerciantes, consumidores y turistas. Si Dajabón aspira a posicionarse como una plataforma logística comercial del Caribe, su principal nodo debe estar a la altura.
La agroindustria: el paso que falta para romper el techo del crecimiento
La provincia produce, pero produce materias primas. Y las materias primas pagan poco. Ese es el límite estructural. El maní, la leche, los vegetales y la madera pueden generar empleos formales, exportaciones y cadenas de valor si se procesan localmente.
La verdadera transformación vendrá cuando Dajabón pueda pasar: del maní crudo al maní procesado y empaquetado; de la leche fresca a los derivados lácteos industrializados; de la madera sin tratamiento a muebles y productos terminados; de los cultivos tradicionales a invernaderos tecnificados para exportación.
La provincia tiene tierra, gente joven y vocación productiva. Lo que falta es capital, tecnología y asistencia técnica. Y para eso se necesita una política industrial regional articulada, no iniciativas aisladas.
Infraestructura: la llave para todo lo demás
Hablar de desarrollo en Dajabón sin mencionar infraestructura es un ejercicio incompleto. Los caminos rurales siguen siendo una barrera para la producción; la conectividad eléctrica y digital aún presenta brechas; y la provincia necesita una red vial que la vincule mejor con Montecristi, Santiago Rodríguez y el resto del país.
Asimismo, es indispensable una zona logística y una zona industrial ligera donde pequeñas y medianas empresas puedan operar con servicios comunes, energía estable, acceso a financiamiento y conectividad segura con la frontera. Sin infraestructura, el desarrollo no camina; apenas sobrevive.
Un nuevo pacto territorial para Dajabón
Transformar la provincia no es tarea exclusiva del Gobierno central. Se necesita: Articulación entre los municipios fronterizos; alianzas público-privadas; participación de cooperativas, asociaciones de productores y comerciantes; instituciones locales fortalecidas para ejecutar proyectos; y una visión compartida que coloque a Dajabón como parte de una frontera productiva, no de una frontera marginal. El desarrollo en la frontera no es un gasto social: es una inversión estratégica para el país.
Dajabón puede ser mucho más
Puede ser un corredor económico conectado al Caribe, un modelo de integración fronteriza, un centro agroindustrial y un destino turístico diferente. Lo que no puede ser —y lo que no debe seguir siendo— es un territorio con potencial sin convertir, esperando por decisiones que siempre se aplazan. La frontera puede ser el próximo gran capítulo del desarrollo dominicano. Y Dajabón, sin duda, puede ser donde ese capítulo comience a escribirse de verdad.

