De leyes y letras muertas
Luis Encarnación Pimentel
El país necesita de un esfuercito mayor de distintas autoridades de turno y de la sociedad en pleno, para avanzar en el fortalecimiento institucional y superar el que el respeto a la ley, a los procedimientos y a la propia vida del ciudadano, sigan siendo mera aspiración. Mientras aquí un hecho de sangre vulgar, un abuso policial o un escándalo de corrupción sean tapados u olvidados por otro del día siguiente, sin la debida consecuencia, garantías ciudadanas y estado de derecho serán simples letras muertas (¿). Leyes y normas, definitivamente, son para cumplirlas y para hacerlas cumplir, de arriba abajo. Y así, palabra y compromisos de un presidente no son para que rueden por el suelo, sino para recogerlos y garantizar que se cumplan. Y cuando no se repare en esto ni se interprete al jefe del Estado sobre las pautas o señales enviadas, que él mismo se encargue de pedir cuenta, vía decreto, enviando a su casa al funcionario indiferente o encubridor de la falta. A juzgar por los casos y hechos – de sangre, de abusos y de dolo – ya muchas cabezas, uniformadas o no, debieron estar rodando. Aunque sea un primer ejemplo contundente hay que dar, en honor a la democracia y a la institucionalidad, desde el poder que concentra y simboliza el Ejecutivo. Porque no se corresponde con la gravedad del hecho ni con el daño irreparable ocasionado, que al comandante y la dotación policial en pleno de un lugar donde uniformados sean responsables de atropellos, torturas o asesinatos claros, se le traslade a otro sitio, sin acusación ni sanción, para seguir con el mal o los mismos malos en la población a donde sean llevados. Ahí están – reviviendo los temores de un pasado violento de la Policía, como escribiera Felipe Ciprián en el Listín – los crímenes a mansalva en San José de Ocoa del joven abogado Ray Castillo, en agosto de 2021, y el reciente del joven José Gregorio Custodio, machucado a golpes y llevado al hospital casi cadáver. Está el caso, olvidado, de la muerte por policías del coronel piloto de Fuerza Aérea Israel Rodríguez Cruz, en diciembre del 2020, en Bahoruco, Mao. ¿Y qué decir del escándalo – con cambio de cabeza y sin recomendar sanción – del antro de abusos, negocios y corrupción del antiguo Canódromo? Se prometió sanción, sí, pero ¿cuándo y para cuántos? ¡Qué no se engavete el pedido del Defensor del Pueblo! Lo peor de todo, es que casos van y casos llegan y no se dice nada a nadie, negando y violando el derecho elemental de la sociedad a estar informada. Así pasa con sentencias que no se cumplen y con culpables que no caen presos (¿). ¿Hasta cuándo?