Del polvo al viento: La vejez
Pablo McKinney
Ella te alcanzará inexorablemente, y el mechoncito blanco de los 30 años comenzará a franquear tus sienes. Las entradas, que a los 40 te daban un aspecto varonil que llamaba la atención a las damas, comenzarán a convertirse en autopistas y, de repente, un mal día cualquiera, en las salas de espera de consultas y despachos, las recepcionistas dejarán de decirte: “señor McKinney, puede pasar”, para informarte: “Don Pablo, pase usted”. (A uno es que ya sólo le llaman Pablito, como el abuelo- en el Convite banilejo o en las tertulias del Centro Perelló.)
Sin embargo, a pesar de las evidencias, uno intenta engañarse rechazando el mundo nuevo que llega, y que no es cierto que se esté acabando, es sólo que nosotros, ¡ay!, ya estamos terminando.
Uno vino con un polvo y se irá con el viento, sin su “Laura Avellaneda”, la de Mario, a la que cantó Milanés (“Mírame bien”) en una noche de tertulia dominicana en Madrid, donde Víctor Manuel (el de Ana) nos dio la mala noticia que anuncia su canción: “Laura ya no vive aquí”.
Uno se engaña, y por ratos se siente a salvo de las inclemencias del tiempo y sus maldades, hasta el bendito día en que una doctora amiga, (mulata de ojos crueles y piernas interminables), nos invita a hablar de la relación entre periodismo, política y literatura a los jóvenes de su cátedra universitaria. Muchachos que no imaginan, no pueden imaginar, que alguna vez existió un país donde los simpatizantes/militantes de los partidos aportaban dinero y tiempo a la organización.
Hablo de unos chavales para quienes los “Doce Juegos” son una docena de partidos, “Siete Días con el Pueblo” una semana con la gente del Capotillo, y el Dr. Balaguer, -el delfín más ilustrado, genial y marrullero del sátrapa más cruel de continente americano- solo fue un abuelito tierno que amó a Lucía, vivía en un “parteatrá” y casi siempre era presidente.
Jóvenes que, sin pretenderlo, nos retornan al infierno de nuestros temores al regresarnos a los detalles que cuenta Benedetti:
“Todavía tengo todos mis dientes/ casi todos mis cabellos y poquísimas canas/
Puedo hacer y deshacer el amor/ trepar una escalera de dos en dos/ y correr cuarenta metros detrás del ómnibus/ O sea que no debería sentirme viejo/ pero el grave problema es que antes/ no me fijaba en estos detalles”. Pues sí…