Derivaciones de la llamada a la tribu

Eduardo García Michel

Creo que fue en 2018 cuando, horas antes del regreso a Santo Domingo desde Madrid, penetré a una librería, como suelo hacer cuando viajo al exterior, a adquirir algunos libros que tardarían algún tiempo en llegar al país. Entre ellos estaba «La llamada de la tribu» de Mario Vargas Llosa.

Lo puse junto a mis papeles y durante todo el vuelo de regreso de casi 8 horas estuve leyéndolo, ensimismado.

He leído casi todas las novelas de Vargas Llosa (salvo La fiesta del chivo que me niego a abrirla porque conozco demasiado de cerca la trama del 30 de Mayo como para no dejar que mi humor se exaspere por disonancias con la ficción que narra, según lo intuyo). Y estoy consciente de su abultada cultura, pero no imaginaba que tuviera un dominio tan profundo de algunos aspectos del pensamiento filosófico y político.

Este libro es, en el fondo, un sólido repaso sobre la armadura teórica del liberalismo, en oposición a comunismo y fascismo, o de socialismo y conservadurismo, fundamentado en su experiencia de vida e hilvanado a través del prisma de un conjunto de grandes pensadores liberales: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich A. von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlín y Jean Francois Revel.

La coletilla y las cajas destempladas en este ensayo le tocaron a Jean Paul Sartre, a quien desnuda, inclemente, vengativo. Lo deja en cueros al afirmar que «Tal vez, el temible enemigo de los demócratas, el anarco comunista contumaz, el Mao incandescente, era solo un desesperado burgués multiplicando las poses para que nadie recordara la apatía y prudencia frente a los nazis cuando las papas quemaban y el compromiso no era una prestidigitación retórica sino una elección de vida o muerte».

Vargas Llosa reconoce que en su juventud fue admirador de Sartre y también comunista. Con el tiempo fue desencantándose de ambos, del hombre y de la doctrina.

De Sartre lo apartó, según relata, declaraciones del filósofo relativas a que comprendía que «los escritores africanos renunciaran a la literatura para hacer primero la revolución y crear un país donde aquello fuera posible». O expresiones como las de que «frente a un niño que moría de hambre, la náusea no sirve de nada».

Se pregunta: ¿Cómo podía afirmar eso quien nos había hecho creer que escribir era una forma de acción, que las palabras eran actos, que escribiendo se influía en la historia?  Y de ahí concluye que con respecto a la polémica que surgió entre Sartre y Camus sobre los campos de concentración en la URSS era Camus quien había acertado: «Su idea de que cuando la moral se alejaba de la política comenzaban los asesinatos y el terror, era una verdad como un puño». 

El laureado novelista arremete contra «el espíritu de la tribu», como llamaba el filósofo Karl Popper al irracionalismo del ser humano primitivo. Y lo acusa de ser fuente del nacionalismo y causante, junto al fanatismo religioso, de las mayores matanzas de la historia de la humanidad.

Luego de determinar, siguiendo a Hayes, que el liberalismo y el conservadurismo son cosas diferentes, y de establecer que tanto entre ellos como con respecto al socialismo democrático existen coincidencias y valores comunes, procede a explicar qué entiende por doctrina liberal.

Lo explica así: es algo que no tiene respuestas para todo (como el marxismo doctrinario) y admite la divergencia. Posee un pequeño cuerpo de convicciones: a) La libertad es el valor supremo y debe manifestarse en todos los dominios, económico, político, social, cultural; b) El Estado debe ser fuerte y eficaz, lo que no quiere decir grande, y debe asegurar la libertad, el orden público, el respeto a la ley, la igualdad de oportunidades; c) Salvo la defensa, la justicia y el orden público, lo ideal es que en el resto de las actividades sociales y económicas se impulse la mayor participación ciudadana en un régimen de libre competencia; d) La descentralización del poder es deseable, a fin de que sea mayor el control que ejerce el conjunto de la sociedad sobre las diversas instituciones sociales y políticas. 

Armado con estas convicciones Vargas Llosa se presentó como candidato presidencial a elecciones en su país natal, Perú, y fracasó, demostrando así que ser buen novelista no es sinónimo de éxito en la jungla de la política latinoamericana.

Nadie sabe qué tipo de presidente habría sido. De lo que no queda dudas es de que fue un escritor genial, de prosa excelsa, brillante narrativa y pensamiento profundo.

Este libro es, en el fondo, un sólido repaso sobre la armadura teórica del liberalismo, en oposición a comunismo y fascismo, o de socialismo y conservadurismo, fundamentado en su experiencia de vida (de Vargas Llosa) e hilvanado a través del prisma de un conjunto de grandes pensadores liberales.

Diario Libre

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