Encrucijadas y desafíos económicos

Daris Javier Cuevas

Han transcurrido más de dos décadas del siglo XXI, en las que se han producido acontecimientos económicos, políticos y de salud que han transformado el entorno internacional, los cuales han impactado en las diferentes economías y en el ambiente político doméstico, razón por la que ha surgido un amplio consenso en torno a la importancia de las instituciones y la capacidad de los Estados para proporcionar bienes públicos indispensables como determinantes esenciales del crecimiento económico.

El énfasis en las políticas económicas, que caracterizaron gran parte de las décadas de los ochenta y noventa ha dado paso a una mayor apreciación del hecho de que las políticas deben ejecutarse dentro del marco institucional apropiado, aunque en el caso de América Latina, la debilidad institucional y el fracaso de algunos gobiernos crean un ambiente adverso al progreso de cada nación.

En ese contexto, hay que interpretar que la situación internacional de la segunda década del siglo XXI viene caracterizándose no solo por la crisis económica y crisis sanitaria, sino también por el auge de lo que se conoce como geoeconomía, o espacios económicos comerciales entre naciones.

Pero es que la defensa de los intereses comerciales, energéticos, institucionales y culturales define hoy las prioridades de las agendas políticas, configurando una suerte de rivalidad económica internacional en la que no todos los Estados asumen las mismas reglas; se trata de un hecho fehaciente, a la espera de que el proceso de apertura social y económica se logre a escala global.

En los países desarrollados está en juego la posibilidad de preservar una vida en común; en tanto que la desigualdad social en países de economías emergentes, como los de América Latina, no debe ser abordada con la mirada que actualmente prevalece en Europa.

En el caso europeo, y también en el anglosajón, el crecimiento reciente de la desigualdad implica una verdadera contrarrevolución que marca una clara ruptura con lo ocurrido durante el siglo XX, cuando se desarrollaron los Estados de bienestar que impulsaron un movimiento continuo de reducción de las desigualdades.

Pero es que, en el caso de América Latina, la desigualdad es una vieja y persistente herencia histórica, que exige otra tarea: construir versiones regionales del Estado de Bienestar, ya que en la región no tiene sentido hablar del retroceso de la ciudadanía social frente a la ciudadanía política, sino de una democracia desgarrada. Pues se trata de un mundo donde la democracia no ha logrado minar las desigualdades heredadas, que aún son un destino infalible para numerosos grupos sociales.

Pero resulta que la situación de América Latina, a pesar de haber mejorado en las dos primeras décadas del siglo XXI, aún sigue manteniendo números muy preocupantes en cuanto a la desigualdad y la inequidad económica.

Por igual, la precariedad e informalidad exhibida por el mercado laboral se convierten en el principal soporte de la expansión de la desigualdad socioeconómica, de tal magnitud que la pobreza continúa siendo una expresión de obstáculo al desarrollo económico de América Latina, ya que más de la mitad de la población rural vive por debajo de la línea de pobreza e indigencia, donde solo el 2,1 % de ellos logra obtener acceso a los mercados de trabajo formales, fruto del vínculo dinámico de este flagelo con la precariedad del mercado laboral predominante en la región, tal como quedó evidenciado con la crisis sanitaria.

Esas son razones muy poderosas para elevar el nivel de preocupación ya que las consecuencias económicas y sociales de la pandemia han dejado huellas desalentadoras para el futuro inmediato en cuanto a la aceleración de la economía.

En efecto, resulta desalentador que en el año 2022 la región de América latina registrará un anémico crecimiento del PIB por el orden de 3,2 % y para el 2023 se acentuará la desaceleración de la economía a un ritmo de 1,4 %, en un contexto de fuertes restricciones exógenas como endógenas, conforme lo ha sostenido la CEPAL.

En adición, se espera un 2023 muy desfavorable en lo que se refiere al crecimiento económico y el comercio global. Peor aún, los niveles inflacionarios estremecerán a las diferentes economías, con tasas de interés muy elevadas y menos liquidez a escala global, lo que en los hechos puede interpretarse como un escenario incierto para las políticas monetaria y fiscal cuyas consecuencias es un aumento del riesgo país en los criterios de las calificadoras de riesgos.

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