Dejando morir la “tanda extendida”

Por Miguel Guerrero

Aunque la dejaron morir, la tanda extendida en el sistema educativo público ha sido una de las grandes iniciativas en ese ámbito de la actividad gubernamental. Uno de los negocios de mayor y más rápido crecimiento en el país en las últimas décadas ha sido el de la educación privada, a causa del deterioro en que cayó la enseñanza pública.

El fenómeno representó una enorme carga para la clase media y un insufrible dolor de cabeza para los padres, obligados a empobrecerse para dotar a sus hijos de una educación no siempre mejor, en escuelas de pago, donde por lo menos no quedaban expuestos a los riesgos y peligros de planteles bajo la mirilla de violadores y traficantes de drogas.

El empeño del gobierno anterior de mejorar la calidad de la escuela con el programa de “Tanda extendida” prometía un cambio radical y una oportunidad invaluable para cientos de miles de familias de medianos y bajos ingresos y una propuesta firme para ensanchar la cobertura escolar e igualar el nivel de la enseñanza pública con la privada. El contenido social de la iniciativa de esa no radica únicamente en el aporte económico que significa dar a los estudiantes alimentos, útiles, zapatos y uniformes, y tenerlos más tiempo en el plantel, con más horas de clase. El verdadero significado es la oportunidad que tendrían esos jóvenes de poder competir en el futuro por los mejores empleos, los de mayor remuneración, en base a una mejor preparación académica.

Su éxito ayudará a reducir la enorme brecha social existente, al ofrecer chances iguales a ricos y pobres para competir en mercados cada día más sofisticados y exigentes, reservados en la actualidad sólo a aquellos que han tenido el privilegio de recibir una educación de calidad en las mejores escuelas y universidades, tanto aquí como en el exterior. Ignorar por tanto la importancia de este programa es un acto de mezquindad política.

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