Discursos gastados
Marisol Vicens Bello
Resulta decepcionante constatar que un alto porcentaje de los candidatos a cargos electivos siguen repitiendo los mismos clichés para enfrentar a sus rivales y tratar de conquistar los votos de los electores, y evidencian en muchos casos gran pobreza discursiva, pocos conocimientos de los temas que se supone tendrían que manejar si resultaran electos, y total inconsistencia entre lo que prometen y las realidades legales y presupuestarias.
Igual decepción causa comprobar que todavía en muchos casos la aceptación de un candidato se funda más por su simple apariencia física, por lo simpático o antipático que sea o resulte, por ser el delfín de tal o cual político, o por cuanto esté dispuesto a regalar en su campaña que, por las demostraciones o expectativas de buen desempeño con base en su historial de vida, y por la fortaleza de sus propuestas, como si una cara amable o agradable bastara para garantizar las debidas ejecutorias.
Incluso, muchos comunicadores les siguen el juego, ya sea por complacencia o por bajas capacidades, y en vez de interrogar a los candidatos que entrevistan sobre temas de trascendencia y los nuevos desafíos que enfrentamos, o de rebatir sus respuestas muchas veces divorciadas de las realidades, que prometen solucionar asuntos que ya no están dentro de las facultades del cargo al cual aspiran, o que serían imposibles de realizar con las asignaciones presupuestarias que se reciben.
Estamos a un mes de que se celebren las elecciones municipales, y aunque muchos candidatos critican a los actuales funcionarios y proponen soluciones a los problemas de las distintas localidades, no se producen discusiones serias sobre la imposibilidad de tener ciudades que operen adecuadamente y presten los servicios necesarios sin que se tengan no solo los recursos económicos indispensables, sino la posibilidad de aumentar ingresos y propician que en la proyectada reforma fiscal impuestos como los de la propiedad sean para el beneficio de los gobiernos locales y no del Gobierno central, y la adecuación del marco legal, el cual con tantas dispersiones ha hecho que cada vez los alcaldes tengan menos atribuciones, debido a que el asfaltado de calles, la señalización de las vías, la regulación del tránsito, los servicios de emergencias, el transporte y el alumbrado público, entre otros, se dividen entre múltiples organismos o dependencias del Gobierno central.
Por eso los alcaldes que realizan una buena gestión, muchas veces terminan frustrados y no desean repetir en el cargo, y para exhibir obras tienen básicamente que depender de las colaboraciones del sector privado para rehabilitar parques y plazas, y tratar de ser innovadores para con los magros recursos disponibles exhibir logros que produzcan satisfacción a sus munícipes, y cualquier gran obra solo puede ser realizada con el apoyo del Gobierno central si este les favorece, pues los presupuestos que manejan se van prácticamente en nómina y los pagos a contratistas por la simple recolección de la basura, sin posibilidad siquiera de una disposición clasificada de estos, la cual a pesar de la aprobación de la Ley 225-20 de residuos sólidos sigue siendo una aspiración, pues lo que recauda el impuesto establecido en esta de forma injustamente igualitaria para todas las sociedades comerciales, sin importar si se trata de grandes generadores de residuos o simples tenedoras de activos que no producen ninguno, es insuficiente y el Fideicomiso de Residuos Sólidos apenas ha podido ir impulsando algunos proyectos de valorización de residuos e ir disponiendo el cierre técnico de ciertos vertederos a cielo abierto, los que se espera desaparezcan en un plazo de 4 años.
Temas como nuestra vulnerabilidad frente al cambio climático, la forma de remediar las falencias de los sistemas de drenaje público, la necesidad de garantizar mejor prevención de incendios y respuesta ante estos, así como a eventos sísmicos, las inversiones para poder crear un sistema de recolección y disposición segregada de residuos para facilitar el reciclaje y la economía circular, las regulaciones requeridas para establecer el orden en el salvaje crecimiento urbano, las urgentes medidas para hacer de nuestra capital y otras ciudades no solo mejores urbes para vivir y amigables con los peatones, sino aptas para el desarrollo turístico, entre tantos otros de interés deberían estarse debatiendo. Pero tristemente de aquí a las elecciones seguiremos pasivamente escuchando los mismos gastados discursos.
El Caribe