Duarte tan desconocido

Carmen Imbert Brugal

Bastaba la pasión de un historiador provinciano, la repetición de la biografía en una tertulia sabatina. Era motivador el relato de las maestras, comprometidas con el ideal de los filorios, fascinadas con el altruismo juvenil de aquellos patriotas.

Con esmero, en cada clase, exaltaban el liderazgo de Juan Pablo Duarte. Mencionaban las cabriolas para engañar a las tropas de ocupación, las hazañas de los trinitarios valientes decididos a enfrentar al invasor que desde 1822 hollaba el suelo patrio.

Paso a paso relataban cómo, el cuarto hijo de Juan José Duarte y Manuela Diez conquistó a otros jóvenes para realizar el sueño de tener un territorio “libre de toda potencia extranjera”. Contaban las peripecias de una travesía que lo llevó a otros países y el influjo que produjo en su ánimo el conocimiento de otras culturas.

Detallaban la convocatoria hecha por el patricio a un selecto grupo para asistir a un encuentro, el 16 de julio de 1838, en la casa de Chepita Pérez y fundar la sociedad secreta “La Trinitaria”, catapulta para el proceso emancipador.

En esa reunión nació “el primer agrupamiento revolucionario animado por una doctrina política, con un programa y un sistema de organización. Su razón de ser estribaba en plasmar el objetivo que había predicado Duarte, derrocar el dominio haitiano para fundar un Estado independiente.” (R.Cassá. Padres de La Patria).

Era motivador participar en el concurso anual para evaluar la mejor composición con el acopio de fechas, genealogía, viajes, sacrificio, incomprensión, exilio. El premio y la lectura del texto, permitían recrear episodios difusos para entender la proeza de Juan Pablo.

De manera imperceptible pero efectiva fue escurriéndose de las aulas el interés por la historia dominicana y el afán para descubrir, conocer y honrar al padre de la patria.

Se mezcló el olvido con las imputaciones aviesas, con la reescritura y reinterpretación de los hechos previos y posteriores al 27 de febrero de 1844.

Demeritado, burlado, tal cual comenzó su póstumo destino, como lamenta Pedro Troncoso Sánchez, en “Vida de Juan Pablo Duarte”.

El autor escribe la estrofa triste de su agonía en Venezuela: “nunca fue la muerte tan piadosa, cuando besó y puso paz en la frente atormentada de Juan Pablo Duarte”. Sobre su sarcófago no fue colocada la bandera creada por él, para la nación que cinceló (página 516). Cita lo escrito por Félix María del Monte: “la juventud solo ha podido aprender a juzgarlo a favor de los relatos enconados de sus enemigos y émulos envidiosos.”

El miércoles 26 se recordará con fanfarria efímera el nacimiento de “El Cristo de la libertad”. Inclemente ha sido la posteridad con él. Ha ganado el embate certero de los conservadores, triunfó la cobardía de allegados, antes trinitarios, luego traidores. Oportunistas sin prebenda, sitiados por el miedo y el asombro de una epopeya con nombre de República Dominicana.

209 años después de su nacimiento, “El Alfa” es más conocido que el forjador de la patria. Siempre Pedro Mir ayuda para repetir que este es un país inverosímil y, a veces, no merece su nombre.

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