El auto-engaño de Argentina y el FMI

Andres Oppenheimer

 Por fin, después de un largo ti­ra y afloja, Ar­gentina llegó a un acuerdo preliminar con el Fon­do Monetario Internacio­nal (FMI) — el prestamis­ta de última instancia para los países deudores — para evitar caer en una cesación de pagos por décima vez en su historia.

Pero el acuerdo es un parche, que no logrará em­pezar a curar los problemas de fondo del país.

El acuerdo preliminar del 28 de enero exige me­didas económicas a corto plazo, las más dolorosas de las cuales recién entrarán en vigor en 2024, después de que asuma el próximo gobierno. O sea, patearon el problema para más ade­lante.

Mientras tanto, Argen­tina ha hecho vagas pro­mesas de que reducirá el gasto público, recortará al­gunos subsidios a la ener­gía y tomará medidas con­tra la evasión fiscal. Pero el acuerdo no incluye medi­das para corregir los pro­blemas estructurales que han hecho que la Argentina sea un país en declive des­de hace varias décadas.

El acuerdo no incluye medidas para que Argen­tina empiece a desmontar las leyes antiempresariales y los controles cambiarios que ahuyentan las inversio­nes, ni que flexibilice sus ri­dículas leyes laborales que impiden que las empresas contraten a más gente, ni que se haga una muy nece­saria apertura comercial.

Alejandro Werner, quien hasta el año pasado fue el director del FMI para Amé­rica Latina, me dijo que el nuevo acuerdo preliminar del FMI con Argentina es “débil.”

“Los anuncios que se han hecho hasta el mo­mento muestran un pro­grama muy flaco,” me dijo Werner. “Desde un punto de vista estructural, no tie­ne un paquete de medidas que uno piense que puedan elevar la competitividad de Argentina y abrir el camino para un crecimiento soste­nible.” El acuerdo prelimi­nar, que de hecho es un me­morando de entendimiento que aún debe ser aproba­do por las máximas autori­dades del FMI, en esencia permite que Argentina y el FMI eviten una crisis inmi­nente.

Argentina tenía que pa­gar $700 millones de su deuda de $44,500 millones al FMI el 18 de enero.

Ambas partes firmaron el acuerdo preliminar pa­ra salvar la cara. Fernández quería evitar un default que hubiera hundido aún más al país, y al mismo tiempo quería evitar acordar me­didas de austeridad que lo dejarían mal parado con su base peronista. Y el FMI te­nía que salvar la cara evi­tando un incumplimiento del pago por parte de su mayor deudor, lo que hu­biera hecho un agujero enorme en sus libros con­tables. “El FMI enfrenta­ba la disyuntiva de apoyar un programa en el que no cree plenamente, o insistir en un programa que Ar­gentina nunca implemen­taría,” me dijo Werner. “Decidió apoyar el mejor programa posible que es­te gobierno está dispuesto a firmar.”

Como dijo correctamen­te el diario The Washington Post el lunes 31 de enero, “Argentina es un país adic­to a la deuda, y el FMI es su distribuidor de drogas.” Agregó que “si la Argentina es una víctima, lo es por he­ridas auto-infligidas.”

Efectivamente, Argenti­na fue una vez uno de los países más ricos del mun­do, pero ha estado gastan­do más de lo que gana y yendo cuesta abajo desde que el difunto presidente Juan Domingo Perón llegó al poder en 1946.

Cuando los precios mun­diales de las materias pri­mas suben y las exportacio­nes de granos de Argentina se disparan, el país se enga­ña a sí mismo creyendo que los buenos tiempos durarán para siempre. Y cuando los precios mundiales de las ma­terias primas caen, Argenti­na toma enormes préstamos del FMI, al que después cul­pa de los males del país.

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