EL BULEVAR DE LA VIDA
Esta vez podría ser la última
Pablo McKinney[email protected]
Como en la canción de José Antonio Rodríguez que Carlos Luis canta como cantan los ángeles cuando se pasan de tragos, la que se inició esta semana es “Una más, una esperanza más”, una nueva oportunidad que viene a relevar a otras tantas fallidas ocasiones.
Hablo de los intentos, esfuerzos, iniciativas, planes y proyectos para crear una Policía Nacional, y de paso salvar a nuestra democracia en bandolera.
Menos mal que Giuliani se quedó en sus asuntos por los nuevayores, y ahora tenemos a la excelente Policía española, más un Roberto Santana que tiene los pies en la tierra, toda la experiencia en el manejo policial en más de un país, y unas calidades éticas que todos le reconocemos.
“Una más, una esperanza más”, pero no basta. La fiebre no está sólo en las sábanas policiales sino también en el edredón de corrupción generalizada con que se duerme y se vive en nuestro país. No nos caigamos a mentiritas ni a chistes malos, por favor. La Policía tiene los mismos problemas que el resto de las instituciones del Estado con sus cómplices corruptores del sector privado, pero ella es la responsable de la seguridad ciudadana.
Se dice, -y las evidencias sobran-, que miembros de la institución extorsionan a los gerentes barriales del narcotráfico, el lavado y sus barriales expresiones de colmadón, puticlubs y bancas de apuestas, aunque, claro, “ni son todos los que están, ni están todos los que son”. (Generalizar es equivocarse, pero las evidencias sobran, ya dije).
Como ocurre con tantas instituciones del Estado y sus funcionarios (los actuales funcionarios son nuevos, démosle un par de años) la auditoría visual de muchos servidores públicos de todos los niveles dice más que todo lo que podría “denunciar” una de esas ONG unipersonales, que utilizan el tema de la corrupción para ganar nombradía y crear nombres propios, entre otros objetivos.
Lo de Luis Rodolfo, Chu, Then y Roberto es “una más”, “una esperanza más”.
Finalmente, una advertencia: Sin seguridad ciudadana, y con una vida trasnochada por la incertidumbre de la muerte o el asalto; sin orden, prigilio ni ley, nuestra democracia en pañales seguirá languideciendo descangayada, ahítos los ciudadanos de buenos discursitos y poesía de la mala.
El caso es que aquí estamos, saludando incrédulos una esperanza más y citando temerosos a Mario Benedetti: “Ojalá que no. Pero esta vez, acaso sea la última”.