El cambio revolucionario en la comunicación y sus ventajas para los periodistas

Por Manuel Jiménez

Hace 18 años, en 2005, dejé de ser responsable de la fuente presidencial para el periódico Hoy, papel que desempeñé durante 27 años ininterrumpidos. Esto se debió a que asumí otro reto profesional incompatible con el ejercicio independiente del periodismo. Al mismo tiempo, también me desvinculé de la corresponsalía en República Dominicana de la prestigiosa agencia Reuters, una función que había desempeñado durante 23 años consecutivos.

Ambas responsabilidades profesionales me permitieron acumular una gran experiencia y competencia, especialmente debido a los desafíos constantes que este tipo de ejercicio impone. Estaba prácticamente alerta las 24 horas del día, pendiente de cualquier acontecimiento de interés.

El reto era aún mayor en esos tiempos, ya que no contábamos con las herramientas tecnológicas que hoy en día facilitan y respaldan el trabajo periodístico. Recuerdo que, dado que tenía que viajar constantemente tanto por el país como por el extranjero, me hice con una máquina de escribir portátil Olivetti que me resultó de gran ayuda. Cargaba mis cuartillas y redactaba mis notas para luego dictarlas por teléfono a un colega en la redacción. De esta manera, me aseguraba de que las impresiones o hechos que quería transmitir al público fueran realmente fieles y objetivos. No es lo mismo ofrecer datos a alguien que no ha sido testigo de los hechos que uno mismo redactar y verificar la información.

A principios de la década de los 80, un grupo de periodistas de diversos medios de prensa acompañamos al entonces presidente Salvador Jorge Blanco en una visita oficial a Washington, siendo el presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan.

El presidente dominicano recibió honores en la Casa Blanca, y se desarrolló una ceremonia de gala en los jardines del centro de poder de ese gran país. La situación requería una narración detallada y colorida, por lo que procedí a utilizar mi máquina de escribir portátil para redactar tres notas que capturaran fielmente lo sucedido.

En esa época, el periódico Hoy contaba con un teletipo. Cuando terminé de redactar mis notas, salí del hotel en el que me alojaba y me dirigí a una agencia de la RCA localizada en la calle 14 de Washington para enviar las notas al número de teletipo en la oficina del jefe de redacción en Santo Domingo, en ese entonces Miguel Franjul, a quien siempre he respetado y admirado.

Eran aproximadamente las 10:00 de la noche en Santo Domingo cuando entregué mis notas a un operador. Le expliqué que estaban destinadas a un número en República Dominicana, el operador lo anotó y aproximadamente una hora después me entregó una hoja con números que indicaban que mis notas se habían enviado.

Caminé de regreso al hotel, llamé a Franjul por teléfono internacional después de una lucha con la recepcionista para aceptar los cargos, y para mi decepción, mis notas no habían llegado. Volví corriendo a la agencia de la RCA, expliqué el problema y el joven pareció entender. Tomó las cintas que ya había perforado y las envió nuevamente al número que le proporcioné. Sin embargo, cuando me comuniqué nuevamente con Franjul, las notas aún no habían llegado. La única solución fue dictar mis notas a la redacción, un trabajo que concluí pasada la medianoche.

Esta anécdota ilustra la gran diferencia entre el pasado y el presente en el ejercicio periodístico. Hoy en día, con una computadora portátil, un periodista se conecta directamente a la página de su medio, redacta notas, transmite fotos y videos, y hasta diagrama. El mundo ha evolucionado, y la comunicación se ha vuelto cada vez más revolucionaria.

No fue sino hasta el día siguiente cuando, por curiosidad, regresé a la agencia de la RCA, y allí me informaron que mis notas habían sido transmitidas por error a un teletipo en California.

Nota: (El teletipo constaba de un transmisor, que incorporaba un teclado donde se escribía el mensaje para el destinatario, y de un receptor-impresor, que traducía las señales eléctricas que recibía a caracteres impresos. Por lo general, eran máquinas grandes y pesadas.)

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