El camino de la paz

Margarita Cedeño

@Margaritacdf

A veces damos como un he­cho cierto que vivir en paz es muy fácil, hasta que los aconte­cimientos se sobreponen a nuestra percepción y nos recuerdan que, a cada mi­nuto de cada día, en algu­na parte del mundo, se vive un conflicto capaz de colo­car a la humanidad al bor­de de la destrucción. Esto es muy cierto, a pesar de que nuestro planeta ha vi­vido el más largo período de armonía de nuestra his­toria, si tal y como dice Ós­car Arias, premio Nóbel de la Paz, reconocemos la paz como la ausencia de gran­des conflictos bélicos.

En tiempos modernos, el concepto de paz debe cons­truirse en el espacio común que la humanidad ha creado para solventar las causas que generan la guerra. Con el pa­sar del tiempo, la Organiza­ción de las Naciones Unidas ha perfeccionado su capaci­dad para apoyar a los países a enfrentar la exclusión social, las desigualdades, la ausencia de oportunidades, la pobreza y las injusticias que generan la falta de cohesión social en los grupos sociales. Si somos ob­jetivos, la existencia de este es­pacio de diálogo y colabora­ción, ha logrado su cometido de evitar que los flagelos de la guerra cercenen, como ha su­cedido en otras ocasiones, la vida y la felicidad de los seres humanos. Pero este espíritu de diálogo y colaboración se ve amenazado en tiempos de crisis.

El populismo, la estrechez económica y las carencias so­ciales son factores que facilitan que las sociedades se aparten del camino de la paz. Tomar conciencia sobre esa realidad es clave para evitar que sue­nen los tambores de la guerra. Se requiere voluntad política, capacidad de diálogo y políti­cas públicas capaces de gene­rar cohesión social, porque la exclusión es el terreno fértil para la demagogia, el desen­cuentro social y la profundiza­ción de la crisis.

Cada vez que el mundo se coloca al borde del precipicio de la guerra, perdemos cali­dad de vida, nos apartamos de las políticas públicas que gene­ran bienestar y el mundo pier­de el enfoque y la capacidad de atender los problemas que nos presionan como humani­dad, ya sea el cambio climáti­co o la necesidad de adoptar medidas para salir de la crisis económica mundial. Por más lejos que esté el conflicto, no hay un solo país que se libre de los efectos de la guerra. En el caso actual, aunque Rusia re­presenta el 3% de la economía mundial, el efecto de sus ac­ciones sobre la inflación, la ca­dena de valor y el precio de las materias primas, es totalmen­te innegable.

En el panorama actual, lo que corresponde a los países de América Latina es liderar una iniciativa que presione el diálogo incipiente y que se su­me a las sanciones económi­cas de quienes promueven la guerra, especialmente en un momento tan delicado para las economías mundiales.

El camino a la paz se cons­truye poco a poco, en cada país y con acciones grandes y pequeñas. No importa el ta­maño del país o su lejanía del conflicto, propiciar la paz es una necesidad en un mundo globalizado, interconectado y multicultural.

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