El Canal de Panamá tiene un gran problema, pero no es China ni Trump

Por Dennis M. Hogan

The New York Times

Hogan enseña en el programa de Historia y Literatura de la Universidad de Harvard. Su investigación se centra en Centroamérica y Estados Unidos en los siglos XIX y XX.

En 2023, en un viaje de investigación a Panamá, reservé una visita de un día al Canal de Panamá. Esperaba oír la historia habitual sobre la épica construcción del canal, su importancia en el comercio mundial y su exitosa ampliación para permitir el paso de barcos modernos más grandes. Lo que no esperaba era la abrumadora sensación de preocupación, incluso de pánico, entre quienes dependen del canal para su subsistencia.

Era julio, plena temporada de lluvias en Panamá. Pero las lluvias habían sido escasas y el nivel del agua del canal había descendido a niveles preocupantes. Sin el agua dulce de la lluvia, explicó nuestro guía, las esclusas del canal no podían funcionar.

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Recordé aquella visita después de que el presidente electo Donald Trump dijera recientemente que los chinos amenazaban los intereses de Estados Unidos en el canal, y cayera en bravuconerías al sugerir que Estados Unidos podría recuperar el control del paso, que fue devuelto a Panamá hace exactamente 25 años, el martes. Los tratados de traspaso fueron un logro emblemático del presidente Jimmy Carter, quien falleció el domingo; los comentarios de Trump coincidieron con las críticas de larga data de que la medida fue un error estratégico.

Pero Trump no comprende la verdadera amenaza para el comercio estadounidense a través de Panamá. Si el objetivo es garantizar un acceso asequible al punto de tránsito a largo plazo, es el cambio climático, y no la influencia china, lo que debería preocupar a los legisladores estadounidenses.

He aquí por qué. Enviar un solo barco a través de las esclusas del canal puede consumir unos 50 millones de galones de agua, principalmente agua dulce recogida del lago Gatún. Aunque, por el momento, el canal funciona a plena capacidad, un clima más seco y una mayor demanda de agua potable han reducido en los últimos años el volumen de agua disponible. Esto ha obligado a la Autoridad del Canal de Panamá, gestionada por el Estado, a limitar en ocasiones el número de pasos diarios por el canal, en un momento dado hasta en un 40 por ciento.

Con menos lluvia, los embalses se llenan más lentamente, lo que significa menos agua disponible para hacer funcionar las esclusas, lo que significa que pueden pasar menos barcos. De ahí que la sequía de 2023-24, una de las peores de las que se tiene constancia, ralentizara los tránsitos y elevara los precios del tránsito, provocando grandes retrasos, bienes de consumo más caros y una mayor inestabilidad en las rutas marítimas. Estos fueron probablemente los aumentos a los que Trump se refirió como un “timo”.

El número limitado de tránsitos ha dado lugar a subastas de derechos de paso que han inflado aún más el creciente costo del transporte de mercancías por el canal. (La autoridad del canal aumentó los peajes justo antes de que empezara la sequía de 2023.) A corto plazo, la reducción del acceso hace que las mercancías tarden más en llegar a su destino, y cuestan más cuando llegan. A mediano plazo, las empresas han empezado a buscar rutas alternativas y métodos diferentes de transportar mercancías. Algunos proyectos, como un corredor ferroviario a través del sur de México, han surgido para competir directamente con el Canal de Panamá. A largo plazo, a medida que aumenten el volumen comercial y el tamaño de los barcos mientras disminuye la cantidad de agua disponible, el canal podría perder cuota de mercado, disminuyendo tanto su utilidad como su importancia estratégica.

La sequía de 2023-24 se debió en parte a un fuerte efecto de El Niño, ya que el aumento de las temperaturas de la superficie del océano Pacífico alteró los patrones meteorológicos en todo el mundo. En general, los científicos coinciden en que el cambio climático está haciendo que los fenómenos de El Niño sean más frecuentes y más graves. El aumento de las temperaturas también ha incrementado la evaporación del agua del embalse, reduciendo aún más el suministro de agua.

Por supuesto, las insinuaciones de Trump sobre la influencia china, sus exigencias de tarifas de tránsito más bajas y su discurso de devolver el canal al control estadounidense no le han granjeado admiración en Panamá, y menos aún entre los líderes cívicos más preocupados por resolver los retos del canal.

En los últimos días, el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, ha rechazado repetidamente las acusaciones de influencia china. Declaró en una conferencia de prensa la semana pasada que “el canal es panameño y de los panameños” y que el control panameño de la vía navegable había costado al país “lágrimas, sudor y sangre”. No existe ningún mecanismo legal por el que Trump pueda exigir su devolución.

Los panameños están legítimamente orgullosos de su administración del canal durante los últimos 25 años; al sugerir que Estados Unidos conserva cualquier derecho sobre él, Trump se arriesga a enemistarse con un país que sigue siendo amigo de Estados Unidos a pesar de una larga historia de arrogancia estadounidense hacia el pueblo panameño.

Panamá ha sido una encrucijada mundial desde el siglo XIX. Los españoles imaginaron por primera vez una ruta marítima a través del istmo en el siglo XVI; la ruta terrestre entre los océanos cobró importancia en las décadas de 1840 y 1850, durante la Fiebre del Oro de California. A lo largo del siglo XIX, Estados Unidos compitió con otras potencias imperiales, principalmente Gran Bretaña y Francia, por la tierra y la influencia en América Central. Controlar Panamá fue un elemento clave del ascenso estadounidense hacia el dominio hemisférico y el imperio de ultramar tras la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898.

Los panameños se han beneficiado de esa competencia, pero también han sido víctimas de ella: Panamá se independizó en 1903, pero la soberanía llegó a costa de ceder la zona del canal a Estados Unidos. Tanto antes como después de la construcción del canal, la intervención militar estadounidense fue una amenaza constante. Desde la década de 1840, Estados Unidos ha intervenido con frecuencia para proteger sus intereses comerciales en Panamá. Las tropas estadounidenses se desplegaron en Panamá 13 veces entre 1856 y 1903. Lo más grave fue una invasión en 1989 que causó la muerte de cientos de civiles panameños; según estimaciones no oficiales, el número se elevó a miles.

La historia de las relaciones entre Estados Unidos y Panamá no es sencilla ni directa. Estados Unidos construyó el canal y, sin el apoyo del ejército estadounidense, Panamá probablemente no habría podido separarse de Colombia y establecerse como nación independiente. Estados Unidos ha actuado como ocupante, pero también como importante socio comercial, aliado y fuente de influencia cultural.

Muchos estadounidenses tienen raíces panameñas, y cada vez más estadounidenses viven en Panamá. Ahora, emigrantes de lugares como Haití y Venezuela están cruzando el Paso de Darién, entre Colombia y Panamá, en ruta hacia Estados Unidos, lo que ha provocado una nueva emergencia humanitaria y nuevos retos tanto para Panamá como para Estados Unidos. Se trata de naciones cuyos destinos están ligados.

De Panamá a Groenlandia, las ambiciones expansionistas de Trump apuntan a una verdad más amplia: en un mundo cada vez más dependiente de las extensas cadenas de suministro que atraviesan el planeta, el dominio de la logística se traduce en seguridad económica. Tomar Panamá (como hizo Teddy Roosevelt), imagina Trump, podría asegurar el acceso de Estados Unidos al canal, y comprar Groenlandia (como también ha sugerido) garantizaría una presencia estadounidense a la entrada de un futuro paso del noroeste a través del hielo ártico que se derrite. Desde el punto de vista de Trump sobre la competencia internacional, parece que las rutas marítimas son para apoderarse de ellas, controlarlas y monopolizarlas, no compartirlas entre las naciones con igualdad de acceso para todos, como ocurre con el Canal de Panamá.

Los costos del tránsito por el canal están subiendo. Pero ni la llamada codicia panameña ni la influencia china determinan estos costos. La verdad es más directa, aunque más desalentadora: si queremos garantizar un acceso justo, equitativo y sostenible al canal, tendremos que vencer al cambio climático, no a China.

Dennis M. Hogan enseña en el programa de Historia y Literatura de la Universidad de Harvard. Su investigación se centra en Centroamérica y Estados Unidos en los siglos XIX y XX.

The New York Times

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