El Congreso de Estados Unidos mató la reforma migratoria. Se arrepentirá.

Por Roberto Suro

The Washington Post

Un grupo de migrantes es procesado por agentes de la Patrulla Fronteriza después de cruzar el Río Bravo en Texas, Estados Unidos, el 18 de diciembre de 2022. (REUTERS/Jordan Vonderhaar)

Roberto Suro es profesor de periodismo y políticas públicas en la Universidad del Sur de California.

El Congreso de Estados Unidos no terminó de reparar nuestro sistema de inmigración disfuncional durante la penúltima semana de diciembre, con lo cual la lucha por alcanzar un acuerdo bipartidista morirá y entraremos en una era de caos, pérdidas económicas y tragedia. Lo que ahora vemos en la frontera sur es solo el comienzo.

Durante los últimos dos años ha habido miles de opciones disponibles, unas muy generales y otras muy puntuales. La inmigración no es una enfermedad sin cura, sin embargo, aún no se ha hecho nada para solucionar el problema principal. Cuando un sistema de inmigración lleva más de una década en crisis, el resultado solo puede ser desastroso.

El futuro luce desesperanzador. Si el Partido Republicano toma el control de la Cámara en las próximas semanas, un puñado de partidarios extremistas que solo aprueban muros y deportaciones controlarán la agenda.

¿Qué pasó durante los dos años que el Partido Demócrata controló el Congreso y la Casa Blanca? Varios cuentos tristes de diferentes autores.

Los republicanos contaron una historia muy simple. No importa qué tipo de reformas promovieron ni qué programa de legislación autodenominaron “amnistía”, los republicanos crearon sistemáticamente vínculos retóricos con la “invasión” en la frontera. Ese estratagema provocó un bombardeo de imágenes de miles de migrantes en el Río Bravo y de noticias sobre los arrestos desproporcionados de migrantes en la frontera, sin importar que la ley estadounidense otorgara a los extranjeros el derecho a solicitar asilo o que el mismo desorden prevaleciera bajo la administración de Donald Trump antes de la pandemia.

Los defensores de políticas migratorias más amplias nunca encontraron una narrativa coherente para la frontera. Ante un repentino aumento de inmigrantes desde que asumió el cargo, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha aprovechado las herramientas de la era Trump para bloquear las fronteras mientras los grupos de defensa hablan de una traición y los abogados defensores de los derechos de los inmigrantes buscan llevarlo a los tribunales. Aunque Biden hizo correcciones importantes en el sistema de asilo, sus pronunciamientos generales a menudo se referían a cuestiones más a largo plazo, como las causas fundamentales de la inmigración y la cooperación regional. Mientras tanto, las imágenes transmitían la urgencia en la frontera.

Los defensores eludieron en gran medida la necesidad urgente de una reforma del sistema de asilo y, en cambio, concentraron sus esfuerzos en obtener la regularización de los inmigrantes indocumentados que ya estaban allí. Inicialmente, Biden y los defensores exigieron un proceso de legislación que cubriría a toda la población indocumentada de 11 millones de personas. Luego, el mensaje y la estrategia se rompieron.

Un subconjunto más grande de la población, los dreamers (migrantes que llegaron cuando eran niños, alrededor de dos millones en total) fueron protagonistas de una narrativa más tangible y convincente que los otros 11 millones. El senador Richard J. Durbin, un poderoso defensor de las políticas migratorias, se centró incansablemente en los dreamers, contando sus historias una y otra vez.

Los dreamers podrían haber servido como emblemas para que se aplicara una legislación más amplia, sin embargo, los proyectos de ley populares y de larga data proponían regularizarlos solos. Aún así, había otras medidas que buscaban la regularización de un subconjunto de los dreamers: los 600,000 beneficiarios de una medida ejecutiva de 2012 conocida como DACA.

La causa de la inmigración se fragmentó aún más el año pasado con proyectos de ley independientes que abordarían las necesidades laborales en agricultura y tecnología, o que tenían como objetivo resolver los retrasos en las tarjetas de residencia. Cuando las posibilidades de llegar a un acuerdo en común fallaron, la causa se dividió en grupos.

Esto era precisamente lo que los defensores de la legislación llevaban años tratando de evitar.

La estrategia de 20 años detrás de una reforma migratoria integral siempre supuso una negociación bipartidista en la que una regularización más amplia se equilibra con una mejor implementación de vías para obtener la ciudadanía. Nada de esto podría resolverse por separado, o el trato se desmoronaría. Durante años, los defensores se opusieron a las medidas independientes para los dreamers porque eran un instrumento de negociación importante.

En 2013, una mayoría bipartidista del Senado aprobó una reforma profunda de varias partes. Cuando el presidente de la Cámara de Representantes, John A. Boehner, propuso dividir el proyecto de ley en partes para que fuera aprobado por los republicanos, los demócratas dijeron “todo o nada”, por temor a que se aprobara la implementación y no la legislación. Ese trato fue anulado.

En 2014, los rebeldes del Tea Party salieron en defensa de la inmigración en el establishment republicano. Ese verano, la primera gran oleada de solicitantes de asilo centroamericanos llegó a la frontera, desconcertando al gobierno del presidente Barack Obama. Después Donald Trump empezó con el mantra de “construir el muro” y aquí estamos.

Cuando termine este Congreso, algunos dirán que el tema de inmigración estuvo demasiado polarizado, demasiado complejo para las mayorías demócratas y los republicanos recalcitrantes en él. Sin embargo, las encuestas mostraron que podía haberse llegado a un consenso en torno a la regularización, un sistema de asilo funcional y un proceso metódico en la frontera. En Washington, las mayorías bipartidistas aprobaron nuevas leyes sobre el ambiente, las armas, y el matrimonio y aprobaron grandes proyectos de ley de gastos contrarios tanto al MAGA como a las viejas ortodoxias republicanas.

En cada caso, los defensores del asunto y sus aliados demócratas redujeron sus ambiciones de hacer algo al respecto.

Ahora, los costos de la paralización aumentarán. Crear una infraestructura fronteriza destinada a disuadir a los trabajadores inmigrantes mexicanos y un sistema de asilo diseñado por desertores de la era soviética pone en riesgo a Estados Unidos, ya que el país presentará barreras burocráticas mientras otras naciones se encargarán de reclutar. Los productores de alimentos deberán depender de trabajadores indocumentados. Y algunos de los millones en espera de su tarjeta de residencia morirán esperando en la fila.

Cuando Washington vuelva a la inmigración, los desafíos de 2022 parecerán fáciles.

Fuente The Washington Post

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