El contexto del fatídico final de cuatro jóvenes ejemplos de valor: Germán Aristy, Perdomo Pérez, Cerón Polanco y Leal Prandy 50 años después

Por Manuel Jiménez

Santo Domingo, 12 Ene – Las décadas de los años sesenta y setenta fueron escenarios de frenéticas e inolvidables historias de valor y sacrificio por parte de miles de jóvenes que abrazaron la causa revolucionaria, entusiasmados con la idea de provocar un cambio en la situación de marginalidad, creciente desigualdad social y económica, pero esencialmente en contra del estado de represión y violación a las libertades públicas presentes en toda la región de América Latina. 

República Dominicana no fue la excepción. Son incontables las historias de militantes revolucionarios y hombres y mujeres sin partido que entregaron sus vidas en la flor de su juventud, influenciados por las nuevas ideologías que ganaban terrenos en un mundo bipoder que se debatía entre las ideas de izquierda y derecha.  

La llamada Guerra Fría que enfrentaba de un lado a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que impulsaba los cambios revolucionarios y, por el otro, los Estados Unidos, propiciadores de apoyo a gobiernos dictatoriales, represivos y negadores de la libertad y el progreso de los pueblos, representaba el marco en el que se desarrollaba esa lucha revolucionaria. 

El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 se irradió como chispa sobre el resto del Continente americano, el liderazgo de Fidel Castro, un carismático y valeroso joven que se alzó en armas con un puñado de compañeros en las montañas de Sierra Maestra y más tarde el influjo de ese místico y memorable médico argentino, Ernesto-Che-Guevara, alentaron en la región el surgimiento de movimientos que abrazaron la lucha guerrillera como única garantía de victoria frente al estado de represión, negador de derecho y libertad, que imponían regímenes represivos. 

República Dominicana, que ya en 1959 había tenido su primera experiencia guerrillera con el desembarco por Constanza, Maimón y Estero Hondo de un grupo de patriotas decididos a enfrentar la dictadura de Rafael Trujillo, repitió esa experiencia en 1963 en las montañas del país con aquel movimiento armado que encabezó Manuel Aurelio Tavárez Justo, líder del Movimiento Revolucionario 14 de Junio.  

Vivimos la experiencia del estallido revolucionario de abril de 1965 con un saldo de más de 5,000 muertos, la segunda intervención militar de los Estados Unidos, seguida de la instauración en el poder del llamado gobierno de 12 años del fenecido presidente Joaquín Balaguer.  

Fue la época de mayor efervescencia y fragor revolucionario, pero igualmente de grandes pérdidas para los sectores que en el país habían abrazado la causa revolucionaria. 

Una de esas grandes pérdidas, pasando tiempo después por la de Francisco Alberto Caamaño Deño, fue la de Amaury Germán Aristy, Virgilio Perdomo Pérez, Bienvenido Leal Prandy (La Chuta) y Ulises Cerón Polanco, caídos en combate desigual hace justo hoy 50 años en el kilómetro 14 de la autopista Las Américas. 

Pero no es mi intención hacer historias, narrar mi traumática experiencia personal, mi interés es compartir estas reflexiones que reproduzco a continuación de Elsa Peña Nadal, viuda del asesinado dirigente revolucionario Homero Hernández, quien este 11 de enero del 2022 recordó los cruciales momentos que vivió mientras seguía el desenlace final de cuatro jóvenes revolucionarios que con gallardía enfrentaban a todo un contingente militar. 

Antes, mis disculpas, entérese de las edades de estos jóvenes dirigentes del grupo Los Palmeros que me comparte mi amigo Raúl Guerrero: Murieron en la flor de la juventud: 

“En agosto de 1967, cuando fuere escogido como vicepresidente de la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), celebrada en Cuba, y compartiendo la mesa principal con Fidel Castro y otros connotados dirigentes de la izquierda latinoamericanos, Amaury Germán Aristy, contaba con 20 años de edad. 

El 12 de enero de 1972, cuando cayeren acribillados a tiros, en combate armado desigual en el kilómetro 14 1/2 de la Autopista Las América: Amaury Germán Aristy tenía 24 años. Le faltaban tres meses, para los 25. Virgilio Perdomo Pérez tenía  28 años. Le faltaban diez meses, para 29. Bienvenido Silveira Leal Prandy  («La Chuta»), tenía 32 años. Le faltaban once meses, para los 33. Ulises Arquímedes Cerón Polanco tenía los 33 años. Le faltaban dos días, para los 34. 

Ahora sí Les comparto este memorable recordatorio: 

Mis recuerdos de aquel 12 de enero de 1972 

Elsa Nadal 

Me parecía que la casa materna me caería encima, pues mientras bañaba a mi bebecita iba y venía, como buscando sin encontrar, como fiera enjaulada. Tal era mi desesperación e impotencia escuchando las fatídicas noticias en la radio, a las que todos en la familia estaban atentos.  

Mis padres sabían cómo llevaba mi duelo desde que quedé viuda, sin quejas ni lágrimas visibles para no hacerles sufrir, y sabían también, cómo esta gran e inevitable tragedia que se avecinaba, me afectaría aún más pues era un nuevo golpe sobre mis sueños libertarios, sobre mis deseos de justicia y donde habrían de perecer compañeros de lucha por una causa en común, aunque no militásemos en la misma organización política.   

Notaba la tristeza en sus furtivas miradas sobre mi accionar errático. Mamá se hizo cargo de Keskea y yo me senté junto a la radio, pasando, con suma ansiedad, de una a otra emisora.  

A solo tres meses y veinte días del asesinato de Homero, una gran tragedia se avecinaba sobre el movimiento revolucionario y todo el pueblo opositor al gobierno títere de Joaquín Balaguer. Tragedia que habría de convertirse en histórica hazaña de heroísmo y ejemplo sin par.  

Amaury y sus tres compañeros –máximos integrantes de Comandos de la Resistencia, llamados también Los Palmeros- último reducto de la resistencia armada revolucionaria, habían sido descubiertos y un enorme contingente militar se había desplazado por aire y tierra hacia el lugar que les servía de refugio.  

Desde Puerto Rico llegó refuerzo por aire, parecía que iban a una guerra ante varias naciones. Tal era la cobardía del alto mando militar, acorde solo con la certeza del valor que les suponían a sus oponentes, el que estos cuatro jóvenes titanes demostraron tener, con creces, en el fragor del desigual e histórico combate. 

La orden del Norte era clara, como claras fueron las que ordenaron los cobardes fusilamientos de Manolo y de Caamaño, del Che y de tantos valiosos hombres y mujeres en nuestro país, en toda Latinoamérica y en otras partes del mundo, que se rebelaron ante la opresión y la injusticia de gobiernos dictatoriales, y movidos también por el noble propósito de la toma del poder político para dar al traste con tantas injusticias y viejas deudas sociales.  

Y cuando Amaury lo dijo, todo el pueblo le creyó: él y sus compañeros morirían en combate, caerían peleando de cara al sol y con estrellas en la frente. Pelearían por todos los que no tuvieron la oportunidad de morir con las armas en las manos. Y no se entregarían jamás, pues no creían en las garantías de los sin palabras.  

Ejemplos había, y muchos, de los cobardes asesinatos de la Policía política balaguerista, cometidos contra compañeros de los diferentes grupos de oposición, a plena luz del día, algunos desarmados y sin respetar la presencia de sus familiares. Además, ellos, Los Palmeros, sabían muy bien de dónde provenía la orden primera. 

Y yo me lamentaba y en silencio repetía, ¿cómo era posible que no pudiera hacerse algo para salvarles la vida? Y en mi impotencia me preguntaba ¿qué podría haber hecho Homero si viviera para evitarles este triste final a estos muchachos? Nada, en tal situación; me respondía en mi desvarío. 

Luego nos enteramos de que el presidente Balaguer se negó a recibir a las comisiones de notables personalidades que solicitaron verle para interceder por la vida de esos cuatro heroicos muchachos; pero que siquiera los escuchara, era imposible de esperarse de un hombre tan servil e insensible como Joaquín Balaguer. Aunque sabemos que, en tal caso, ellos preferían la muerte a la derrota de vivir como prisioneros. 

Cercados hasta la inanición o usando bombas lacrimógenas, los habrían atrapado con vida. Pero este final, no formaba parte de los planes de ninguna de las dos partes.  

Fueron muchas horas, las más largas del día más angustioso por mí vivido hasta ese momento, tras haber quedado viuda. Y no me podía imaginar la angustia de sus familiares y compañeros. Se sentía sobre la ciudad la densa bruma y el peso del dolor y la impotencia colectivos, como un manto de frustración y rabia sobre la mayoría de un pueblo desafecto a ese régimen de oprobio.  

Y saber que cada minuto que pasaba acercaba la hora final: cuatro jóvenes valientes iban a caer inmolados, luchando su más grande y última batalla en defensa de sus ideales. Ese día, Ulises Arquímedes Cerón Polanco, Bienvenido Leal Prandy (La Chuta), Virgilio Perdomo Pérez y el comandante Amaury Germán Aristy, escribían sus nombres con letras de oro y polvo de estrellas, en la historia de la resistencia revolucionaria a esos 21 años de fatídicos gobiernos Trujillo-balagueristas. 

Y yo pensaba en cada una de las madres de esos muchachos, de sus esposas y familiares; ¿cómo estarían afrontando esos cruciales y terribles momentos de tanta angustia, qué podrían estar haciendo, qué podría yo decirles si lograba contactarles? 

Ese 12 de enero ha sido para nuestra generación, un día inolvidable que nos marcó a todos. Y muy a pesar de la pérdida de las valiosas e irreemplazables vidas de esos cuatro jóvenes, ese día ha quedado sellado como un hermoso hito de heroicidad y valor, en la historia de la lucha y resistencia del movimiento revolucionario dominicano. 

Y fue pensando en la familia de los muchachos que se batían en combate en esos precisos momentos, que recordé de pronto las palabras que poco tiempo atrás me dijera mi entrañable amiga, Sagrada Bujosa, entonces de Germán Aristy, las que fueron un bálsamo en mi pena, y hasta he querido creer que con esa intención me las mandó a decir Amaury y me las transmitió su valiente compañera: «Elsita, te manda a decir  Amaury que eligió como su arma personal, entre las que le mandaste conmigo, la AR-15 de Homero porque  tiene suficientes municiones y porque sabe lo que significó para él; que retiró la tela que como protección le puso Homero adentro del cañón y la limpió muy bien». 

El recuerdo de aquellas palabras de Sagrada —en ese aciago y crucial momento en que su compañero batallaba por su vida— logró de nuevo aquietar un poco mi angustia. El arma que Homero Hernández arrebatara en abril al yanqui invasor —pensé— hoy está en las mejores manos.  

Elsa Peña Nadal, Florida,11 de enero 2022. 

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