El discurso de las grandes petroleras dice una cosa. La realidad, otra

Por Jason Bordoff

The New York Times

Bordoff es director fundador del Centro de Política Energética Global de la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Columbia.

Si has estado escuchando a las principales compañías energéticas del mundo en los últimos años, es probable que pienses que la transición a la energía limpia está en marcha. Pero, dado que el consumo de combustibles fósiles y las emisiones siguen aumentando, no está avanzando con la suficiente rapidez para hacer frente a la crisis climática.

En junio, Shell se convirtió en la última de las grandes compañías petroleras en frenar sus planes de recorte de la producción de petróleo después de que anunció que ya no reducirá la producción anual de petróleo y gas hasta el final de la década. La empresa también aumentó sus dividendos, al desviar dinero que podría haberse utilizado para el desarrollo de energía limpia. Los precios de las acciones de BP subieron este año cuando la empresa dio marcha atrás en su plan de reducir la producción de petróleo y gas.

El sector puede hablar de sus esfuerzos para reducir las emisiones y avanzar hacia las tecnologías de energía verde. Sin embargo, esos esfuerzos palidecen en comparación con lo que están haciendo para mantener y mejorar la producción de petróleo y gas. Como señaló la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por su sigla en inglés), la inversión del sector en combustibles limpios “está repuntando”, pero “permanece muy por debajo de donde necesita estar”.

En conjunto, se prevé que las compañías petroleras y de gas gasten este año más de 500.000 millones de dólares en identificar, extraer y producir nuevas reservas de petróleo y gas y aún más en dividendos para devolver a los accionistas unas utilidades récord, según la IEA.

En los últimos años, el sector ha destinado menos del 5 por ciento de sus inversiones a la producción y el estudio de fuentes de energía baja en emisiones, según la IEA. De hecho, el que muchas empresas (con algunas excepciones notables) parecen estar priorizando los dividendos, la recompra de acciones y continuar con la producción de combustibles fósiles por encima del aumento de sus inversiones en energía limpia apunta a una falta de capacidad o voluntad para impulsar el avance de la transición.

Contrario a lo que dicen, la conducta de estas empresas da a entender que no creen que se vaya a producir una transición hacia las energías bajas en carbono o que, si se produce, no será muy rentable.

ExxonMobil planteó hace poco en una presentación regulatoria que “es altamente improbable que la sociedad acepte la degradación del nivel de vida mundial necesaria” para alcanzar las cero emisiones netas. Y aunque Shell aseguró que seguía comprometida con el objetivo de cero emisiones netas para 2050, insistió en que también creía que alcanzar esa meta estaba fuera de su alcance: “Si la sociedad no alcanza las cero emisiones netas en 2050, a partir de hoy, habría un riesgo considerable de que Shell pudiera no cumplir su objetivo”.

Este punto de vista puede ser comprensible, dado que el mundo no está en vías de alcanzar las cero emisiones netas para 2050. La IEA prevé que, a falta de cambios importantes en las políticas, el consumo de petróleo y gas seguirá creciendo hasta el final de la década y después se estabilizará. Una mayor prosperidad en los países en desarrollo y con mercados emergentes requiere un incremento enorme del consumo energético, y hay tensiones reales entre esas aspiraciones y la descarbonización.

E incluso gobiernos que están firmemente comprometidos con la ralentización del cambio climático —el de Biden, entre ellos— han animado a las compañías energéticas a producir más petróleo para mantener a raya el precio de la gasolina.

Ahora que las temperaturas en el hemisferio norte están alcanzando unos niveles que ponen a prueba los límites de la supervivencia humana, ¿aceptará la sociedad las consecuencias de seguir haciendo lo mismo de siempre? La historia nos dice que la acción climática procederá “primero poco a poco y luego de golpe”, como dice un personaje sobre la bancarrota en Fiesta, la novela de Ernest Hemingway. Eso fue lo que ocurrió en la década de 1970, cuando el esmog crónico y las aguas contaminadas sacaron a la calle a uno de cada 10 estadounidenses el primer Día de la Tierra e impulsaron la aprobación de unas leyes medioambientales históricas en Estados Unidos.

El hecho de que los accionistas parezcan preferir que las ganancias del petróleo se distribuyan como dividendos, en vez de reinvertirlas más en soluciones energéticas bajas en carbono, indica que ellos también son escépticos respecto a la capacidad del sector para mantener la misma rentabilidad con la energía limpia. Su conducta indica que prefieren invertir en otras empresas que, a su parecer, poseen una ventaja competitiva en esas tecnologías.

El mundo seguirá utilizando petróleo durante décadas, aunque se acelere la acción climática, e incluso un mundo con cero emisiones netas seguirá utilizando una cierta cantidad de petróleo y gas, con tecnología capaz de capturar emisiones. Aun si disminuyera el consumo de petróleo, algunas compañías petroleras parecen estar preparándose para ser las únicas que queden al final.

Uno de los problemas de esto es que no todas las empresas pueden ser las únicas sobrevivientes al final. Otro es que muchas ni siquiera están dando los pasos necesarios para reducir las emisiones de sus propias operaciones petroleras y de gas, que en la actualidad superan con creces las emisiones de todos los automóviles del mundo en conjunto.

Las siete grandes compañías de petróleo y gas que cotizan en bolsa, como Shell y BP, conocidas como las supermajors, producen solo el 15 por ciento del petróleo y el gas del mundo, pero, como ha señalado la IEA, tienen una “influencia desmesurada en las prácticas y el rumbo del sector”. También tienen la destreza necesaria en los ámbitos de la tecnología y la ingeniería para el avance de la energía limpia.

La mayor parte del petróleo y el gas lo suministran empresas de propiedad pública total o parcial, y muchas de ellas también se están quedando cortas en sus esfuerzos por combatir el cambio climático, como se puso de manifiesto el mes pasado, cuando algunos de los mayores países productores bloquearon un acuerdo del Grupo de los 20 para reducir el consumo de combustibles fósiles y triplicar las energías renovables para 2030. Esto es especialmente preocupante, porque las empresas de propiedad estatal pueden adoptar un enfoque a más largo plazo y más allá de las presiones trimestrales de los accionistas, aunque también deban lidiar con las exigencias de satisfacer las necesidades presupuestarias nacionales.

Será más fácil lograr una transición exitosa si las grandes compañías energéticas participan más en ella. Las tecnologías bajas en carbono, como la captura de carbono y el hidrógeno, se adaptan bien a las competencias y los presupuestos de capital de la industria petrolera.

Los líderes del sector se enfrentan a una disyuntiva difícil: o bien acompañan su discurso de acciones que demuestren de forma convincente que están dispuestos a invertir a gran escala en la energía limpia, o bien reconocen que su plan es estar entre los últimos productores y apostar por una transición más lenta.

Jason Bordoff (@JasonBordoff) es director fundador del Centro de Política Energética Global de la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Columbia, exdirector sénior del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos y ex asesor especial del presidente Barack Obama.

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