El durmiente envidiado
Oscar López Reyes
Cada mañana, a vecinos de confianza, parientes, compañeros de trabajo y alumnos, pregunto: ¿dormiste mucho, y bien?, y la respuesta sobrevuela por el tabernáculo de la leve sonrisa de negatividad, con los ojos decaídos, entristecidos y naufragantes. Otros parlotean, sin inteligencia artificial y mecidos en un arlequín sin falsa apariencia: “dormí muy poco”.
Estudios clínicos revelan que uno de tres adultos (el 33.33%) sufre de trasnoches, que por lo menos una vez en la vida todas las personas padecen ese trastorno onírico, y que otros se despiertan a medianoche o a las tres de la madrugada. Y usted, ¿se ubica en uno de estos episodios, o lo concilia rápido, relajado?
La cortedad del sueño irrita las ondas cerebrales, fatiga en el olvido y nubla en el cansancio. Embota la mente en una torpeza desquiciante y disminuye drásticamente el rendimiento estudiantil y la productividad intelectual. Motoriza accidentes de tránsito y laborales, y abre la compuerta conducente a un infarto al miocardio.
El insomnio mella como una epidemia, deriva de la complejidad de la post-modernidad. Más que formular una advertencia velada, o mandar a tantos pacientes a terapias con un psiquiatra, neurólogo, otorrinolaringólogo, neumólogo u otro especialista en medicina del sueño, preferimos suministrarles un recetario, a ritmo de poesía, para estimular la ensoñación en el castillo más rozagante.
Para ellos puse a correr la musa, que parió el poema El durmiente envidiado. Disfrútelo.
Me envidian,
desde la alborada hasta que el Sol se acuesta,
oda en mi dormir como un recién nacido
abandonado en la cama
unido a la diosa naturaleza,
y en el corear de ciguitas y ruiseñores,
el rocío de los follajes
y la sinfonía del piano en su exquisitez sublime.
Orgulloso me siento que envidien mi descanso profundo,
purificador de mente y cuerpo,
en el rejuvenecer de la vitalidad calórica,
a piernas sueltas,
sin píldoras ni consultas médicas.
No doy vueltas cuando poso el lomo del tálamo,
tampoco me desvelo en el sillín,
ni gimo en el piso mirando el techo de la estancia
en ausencia de silbatos en el aposento.
Me envidian, ¡upa!,
porque desde que sujeto el cráneo en almohadillas,
caigo en brazos de Morfeo,
desamparado sin saber de mí,
imitando tal cual a los murciélagos,
también a gatos, tigres y leones.
Me alegra que los somnolientos ansíen
el Don divino de yacer como yo,
acompasado en el lecho confortable del dormir,
bajo el control pausado de la respiración,
para la claridad después del bello amanecer.
A los que no pegan los ojos,
les ruego que cenen a prima noche y liviano,
en beso de la misma hora;
como la paloma se echen temprano en el diván;
sin rompecabezas, temores ni ansiedades;
sin sorbo de café,
calentura televisiva ni el duende del reloj despertador
que hunde en vigilia de cirios con dientes y sin claveles.
Me acuesto armonizando espíritu y tronco
en compás del universo cósmico,
sin desafiarlo,
distanciado de los sucesos del discurrir,
sedante como el fluir del río;
coplando y retozando sin parpadear
en vibra musicalizada de la métrica biológica;
sin bocados artificiales y con paz
en el olor festivo de mis almendras.
¡Ah!, a los soñolientos les pido que sigan codiciando
mi ser interior, en la sencillez del gozo
que adormece en el aire puro de la oscuridad,
con apaciguantes colores de catedrales góticas
y en nubes de paciencia que desfilan
por los cielos de esperanza de los cinco sentidos:
la vista, los oídos, el tacto, el olfato y el gusto.
La vista para recrearse en hermosos paisajes:
jardines, montañas, saltos, arrecifes de corales,
peces y playas en vientos de cocoteros.
Los oídos para escuchar con placidez melodías tranquilizantes,
en sonido bajo.
El tacto para masajear suavemente la piel,
en duchas de baños tibios,
gimnasias en rituales libres de competencias,
luces apagadas y caricias.
El olfato en el vagabundear de flores aromáticas
y aceites terapéuticos,
que invaden las fosas nasales
en el regazo de la meditación,
el humor del abrir de ojos
y el cacarear de gallos.
Y aquel gusto pernocta en sabores de frutas,
legumbres y semillas;
en leche cálida y agua limpia,
sin cafeína, nicotina ni tragos de aguardiente.
¡Ea!, a esos futuros colegas de una buena noche de sueño,
les pido que maten el insomnio en los nuevos hábitos
del valle de flamencos, rolitas y lechuzas,
que tejen leyendas en vuelos sonoros y visuales,
soltando siluetas en aleteos de anhelados
plumajes de una vida larga y lozanía placentera.