El ego y el exceso de palabras
Juan F. Puello Herrera[email protected]
Thomas Carlyle fue enfático al escribir en el Sastre Remendado (Santor Resartus, libro III, capítulo III) que el hablar es el arte de sofocar e interrumpir el pensamiento, idea que tiene mayor relevancia si la confrontamos con lo poco escrupuloso que se es cuando para hablar bien se necesita hablar mucho.
Que difícil se hace pronunciar la frase oportuna y justa sin querer abusar de la paciencia del que escucha. Un precepto monástico lo explica mejor: “Hay ocasiones en que no debe decirse nada, y otras en que hay que decir algo; pero ninguna en que haya de decirse todo”. Diríase, que el exceso de palabras que se pronuncian reviste al hablador de una pobreza que no le basta el uso de lo que tiene.
Citando una vez más a Carlyle, quien, en Características (Characteristics I, Edinburgh, The Edinburgh Review, Vol. LIV, december, 1831) al referir que no se puede susurrar al propio corazón porque se estaría volviendo inútil, hace esta advertencia: la autocontemplación, es infaliblemente un síntoma de enfermedad, sea o no el signo de la cura (self-contemplation, on the other hand, is infallibly the symptom of disease, be it or be it not the sign of cure), que sin duda, es la enfermedad del egoísmo que entra por la puerta grande de escucharse así mismo.
Como nos dice Henry J. M. Nouwen en el Camino del Corazón (pp. 54-55), que nos “hemos dejado influir por un mundo tan sobrado de palabras que hemos llegado a sostener la engañosa opinión de que las palabras son más importantes que el silencio”.