El futuro será mundano

Por Nick Foster

The New York Times

Foster es un diseñador que ha estudiado y diseñado para el futuro en empresas como Apple, Google, Nokia y Sony.

El interés por “cómo será el futuro” casi se ha duplicado en todo el mundo desde 2020, según Google Trends, y en muy poco tiempo, nuestras vidas se han saturado de innumerables historias sobre lo que nos espera.

Miremos donde miremos, se nos presenta otra visión intensa del futuro. Hay quien es optimista al respecto, o al menos está dispuesto a vendernos su visión del futuro, de la que presumiblemente sacará ganancia. Los estrategas corporativos, con sus chaquetas polares de media cremallera, presentan sus increíbles proyecciones con una confianza tan grandilocuente que sería comprensible pensar que las líneas punteadas de sus gráficos son tan reales como las sólidas. Nuestras pantallas de TV traen cientos de horas de contenido sobre el futuro a nuestras vidas, desde películas heroicas de la edad de oro y programas de TV distópicos contemporáneos, hasta los innumerables reportajes y documentales que pintan el futuro como un lugar totalmente aterrador. Detrás de todo esto, nuestros narradores de historias religiosas siguen avanzando, emitiendo sus propias cadencias fiables de salvación y perdición.

Solemos disfrazar nuestras ideas sobre el futuro de especulaciones, predicciones o proyecciones, pero en realidad no son más que historias, suposiciones, pequeños retazos de vida que nos mostramos unos a otros con la esperanza de que nos den la razón o nos aprueben. Desgraciadamente, tanto si estas historias se cuentan con palabras, números o imágenes, el futuro casi siempre se presenta como un lugar de extremos.

Cada uno de nosotros puede encontrar estos extremos desastrosos o deseables, pero todos tendemos a centrarnos en los escenarios más salvajes, los picos más agudos y los extremos más delgados de la curva de campana. Pero este hábito no nos hace ningún favor y nos distrae de la realidad. Cuando llegue el futuro, no nos parecerá extremo; nos parecerá ordinario. Solo que nuestra idea de lo ordinario cambiará un poco.

Echa un vistazo a tu alrededor: el presente nos ofrece todas las pruebas que necesitamos.

Cuando yo era niño, en la década de 1980, un reloj indicaba la hora y, si tenías mucha suerte, la fecha, pero hoy mi reloj controla mi pulso cuando estoy dormido y puede llamar al 911 si me desmayo. El primer láser de helio-neón fue construido por los Laboratorios Bell con un costo de 2 millones de dólares, pero hoy puedo comprar un puntero láser para molestar a mi gato por un par de dólares en 7-Eleven. Hay un robot aspirador en casa de mi amigo Andy, el papa está en Instagram, el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal en casi 40 países y tengo retacitos de Gore-Tex cosidos en el corazón.

Tanto si observas el mundo desde una perspectiva tecnológica, política, científica o social, muchos aspectos de la vida actual son radicalmente diferentes de las vidas que conocieron nuestros abuelos. Pero en realidad no lo parece, ¿verdad? Estas cosas nos parecen ordinarias y normales. Las hemos absorbido en nuestras vidas y las sentimos como partes normales de 2025. En una palabra, nos parecen mundanas.

Tenemos la costumbre de ignorar todo lo mundano, pero —por mucho que prefiramos pensar lo contrario— aquí es donde ocurre la inmensa mayoría de la vida. Crecí en una ciudad húmeda y postindustrial en medio de Inglaterra, y mi visión del mundo se formó con las historias que me rodeaban. Historias de ahorrar todo el año para pasar una semana al sol. Historias de cervezas un viernes, resacas un sábado y frituras un domingo. Historias de divorcios turbios, chaquetas heredadas, sótanos inundados, estafas con chatarra, cortes de pelo en la cocina, viajes en autobús, citas malas, hurtos menores y pastillas sospechosas.

Puede que tu propia vida sea un poco diferente, pero supongo que estas historias te suenan familiares de algún modo. Sin embargo, cuando imaginamos el futuro, ¿adónde van esas historias? ¿Qué ocurre con todos esos personajes y con las vidas que llevan? ¿Por qué nuestras historias sobre el futuro no incluyen tacos, pañuelos, lápices y pinchazos, y qué podría ocurrir si los incluyeran? No puedo evitar pensar que empezaríamos a imaginar el futuro de forma un poco diferente.

Sin duda, en nuestro futuro se avecinan grandes cambios de todo tipo, pero no llegarán con un espectáculo de fuegos artificiales o una partitura de Hans Zimmer. Es mucho más probable que lleguen con el tiempo y se amontonen con todas las cosas que actualmente llenan nuestras vidas. Aparecerán en la letra pequeña de los envases de pasta de dientes, al final de la declaración de impuestos, en las pólizas de seguros de nuestros vehículos y en las estanterías de Costco.

Tanto si hablamos de inteligencia artificial, cambio climático, robótica o tiempo de pantalla de los adolescentes, es increíblemente fácil —e increíblemente perezoso— presentar el futuro como un lugar de extremos. Es mucho más difícil —pero mucho más útil— intentar comprender cómo esas cosas podrían afectar algo tan cotidiano como pasear al perro.

Los humanos somos increíblemente adaptables. Hemos demostrado ser muy capaces de ajustar nuestro comportamiento e integrar lo que se nos presente en el tejido continuo de la vida cotidiana. A lo largo de mi carrera he descubierto que pensar en el futuro como una experiencia ordinaria —en lugar de como una fantasía utópica o un horror distópico— siempre ayuda a la gente a aceptarlo, a darle sentido y a entablar conversaciones más detalladas sobre él.

Al considerar el futuro, siempre debemos dejar espacio para los planes grandiosos y ambiciosos, y alertar a la gente sobre posibles colapsos o desastres, pero el trabajo no acaba ahí. Aunque las historias de cambios radicales pueden llenarnos de emoción u horror, también pueden parecer increíblemente abstractas. Si no empezamos a pensar en el futuro como una extensión del presente —y si no desarrollamos un enfoque tenaz sobre las implicaciones del cambio en los ritmos mundanos de la vida cotidiana— el futuro seguirá sintiéndose distante, intangible y de algún modo “otro”, y esta debilidad puede convertirse en un fallo crítico de nuestra generación.

Ya seamos empresarios que planean una fusión o gente corriente charlando en un bar, estas historias que nos contamos unos a otros sobre el futuro realmente importan, y ya es hora de que todos empecemos a protagonizarlas.

The New York Times

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