El giro de Marjorie Taylor Greene
Por Tressie McMillan Cottom
The New York Times
Columnista de Opinión
¿Realmente hay que reconocerle algo a Marjorie Taylor Greene?
El país ha llegado a conocer a la representante por Georgia como una pitbull política dispuesta a hincar el diente a las diversas teorías conspirativas del movimiento MAGA que han ayudado al presidente Donald Trump a hacerse con el control del Partido Republicano y de Estados Unidos en general. Pero en las últimas semanas ha experimentado una especie de rehabilitación —culpando a los republicanos del cierre del gobierno y abogando por la publicación de los archivos sobre Epstein— y ha desafiado a los líderes de su partido en el proceso.
Algunas personas se apresuran a reconocer su mérito, argumentando que su cambio de opinión sobre Trump es una señal de que realmente ha visto la luz, despertando de su estado de fuga trumpiana. Pero están perdiendo de vista lo importante. No estamos viendo un renacimiento político ni una historia positiva sobre la desprogramación de los fieles al MAGA. Estamos viendo a una mujer profesional de mediana edad anticipar el mercado de sus ambiciones políticas y profesionales. Ha reconocido, quizá con razón, que no hay lugar para mujeres como ella en los salones de poder de Trump. Así que se está construyendo una vía de escape.

El viernes de la semana pasada, Greene anunció que dejará el Congreso en enero. No se va en silencio. La declaración que justifica su decisión tiene cuatro páginas. Su denuncia de los políticos de ambos lados del pasillo como un “complejo político industrial” débil, cobarde y explotador suena bien. Pero a partir de ahí todo va cuesta abajo.
Greene reitera algunos de los silbatos para perros y teorías conspirativas más viles y desquiciadas de la política estadounidense. Culpa a la “mano de obra ilegal” de los males económicos de los estadounidenses, defiende su historial antiabortista e incluso lanza un dardo contra las vacunas contra la covid. Es una perorata repleta del mismo populismo conspirativo e impopular que Greene ha practicado a lo largo de toda su carrera política. Quizá sea porque era una verdadera creyente de la ideología incoherente que impulsó a Trump al poder, o porque ella, como tantas otras mujeres, miró a Trump y vio una oportunidad para su propio interés.
Por sorprendente que parezca, Trump llegó al poder político encandilando a las mujeres. No es una figura atractiva: sus modales sociales son groseros, si es que los tiene; le pone ketchup a su filete bien cocido; se comporta de forma rara con su propia hija y es aún más raro con las hijas de los demás; solo resulta gracioso si eres un poco mezquino o un completo adulador. Algunas mujeres lo encuentran repugnante.
Pero para las mujeres de derecha, las mujeres con ambiciones, el desprecio de Trump por el decoro parecía una oportunidad profesional. Sí, podría bromear sobre agredir sexualmente a las mujeres. Pero un rompedor de reglas podría romper algunas reglas por ti. Si te sientes subempleada, infravalorada y descapitalizada, no tienes mucho que perder apostando por el tipo grosero de los chistes malos. Así es como pienso de las mujeres que construyeron la marca política Trump: al final, la ideología no les importaba, porque lo que importaba era que Trump les proporcionaba una forma de brillar.
Algunas de las groupies de Trump más visibles forman parte del gobierno: Lauren Boebert, Nancy Mace, Elise Stefanik, Kristi Noem y, por supuesto, Marjorie Taylor Greene. Estas mujeres aportaron cierto desenfado a la marca Trump, añadiendo su toque femenino a su política masculina de perturbación, estafa y sexismo, de modo que pareciera menos tramposa y más populista. A cambio, se montaron en los faldones ideológicos de Trump para llegar al poder.
Este tipo de encubrimiento profesional —en el que las mujeres dependen de hombres poderosos para su propio estatus profesional— puede ser embriagador. No es difícil imaginar a la otrora “Reina de las Nieves de Dakota del Sur” Noem teniendo problemas con el respeto profesional o a Boebert, que tiene una certificación de desarrollo de educación general en lugar de un título de bachiller, teniendo pocas opciones profesionales. Y para muchas de ellas, apostar por Trump sí valió la pena. No solo ganaron elecciones y obtuvieron cargos políticos. También se convirtieron en estrellas.
Pero la historia puede decirte lo que ocurre cuando un rey agracia a una mujer con nuevos poderes: cuando el rey se cansa de ella, su reinado ha terminado.
Considerar la nueva trayectoria política de Greene como valentía supone que tenía algo que arriesgar al enfrentarse a Trump. Pero es igual de probable que, como millones de mujeres antes que ella, el estatus de Greene ante el rey ya se hubiera degradado. En una ocasión, Trump describió las frecuentes llamadas telefónicas de Greene con gran afecto. Este mes las describió como una molestia y a ella como una lunática. Es un clásico drama de ruptura.
Es una pena que Greene no parezca haber encontrado valor alguno en el feminismo a lo largo de su carrera pública. Porque lo que está dando forma actualmente a su suerte política puede explicarse de manera bastante sencilla a partir de las bases del feminismo.
La Casa Blanca de Trump es tan circense que es fácil olvidar que también es un lugar de trabajo. Y las mujeres de cierta edad saben lo que significa envejecer en el trabajo. El propio gobierno de Trump muestra los dos caminos disponibles. Susie Wiles, su jefa de gabinete, tiene experiencia y credenciales, y parece que le va bien en el universo sexista de Trump. Tampoco está cortejando la atención del público ni tratando de construir una marca pública como influente política. Si no tienes su prestigio, tu ambición depende del favor. Ahí es donde la cosa se complica. El ethos de Trump recompensa a las mujeres gregarias, con aspiraciones y más jóvenes .
Trump gobierna como solía dirigir sus concursos de belleza. Las mujeres decoran su ambiente. No deben disputarle su liderazgo.
No se me pasó por alto que el mismo mes en que Greene anunció su salida y su presidente la tachó de lunática, Zohran Mamdani, el próximo alcalde de Nueva York, visitó el ala oeste.
Mientras que Greene ha sido comedida incluso en sus desacuerdos con Trump, Mamdani es un autodenominado socialista democrático que ha denunciado las “tácticas fascistas” del presidente. Sin embargo, Trump colmó de elogios a Mamdani. Le miró beatíficamente, pareciendo a todo el mundo una jovencita de un cuadro renacentista. Cuando los medios de comunicación presionaron a Mamdani por sus comentarios anteriores y le increparon por tomar un avión a Washington en lugar de una opción “más ecológica”, Trump intervino para defenderle. A gritos, incluso.
Sí, había mucha adoración al héroe en juego. Mamdani es el chico más cool de la única escuela que le ha importado a Trump: Nueva York. Pero Mamdani también es un hombre.
El hombre en quien Greene confiaba para obtener su favor político aduló a un socialista antes de proteger a su leal representante femenina. Las mujeres ayudaron a hacer a Trump. Trump nunca tuvo la intención de devolverles el favor. Algunas mujeres se darán cuenta antes que otras.
A fin de cuentas, las fantasías sobre la evolución política de Greene son exageradas. Sus propias palabras demuestran que no tiene remordimientos por el inmenso daño que ha hecho a esta nación, a su discurso y a su legitimidad política. Sí, ofreció una disculpa tibia por su papel en nuestra “política tóxica”. Pero en general es, como muchas mujeres conservadoras, una beneficiaria del mismo feminismo que desprecia. Lleva mucho tiempo pensando que ser una chica dura que ruge junto a los chicos le granjeará su lealtad, cuando lo único que consigue es que las mujeres tengan derecho a arrojarse al fuego por hombres que nunca merecieron sus sacrificios.
Hay que reconocerle que es una sobreviviente. Analizó detenidamente su suerte política y parece apostar por sí misma. Como algunos informes indican que otros miembros de la Cámara también están pensando en retirarse, puede que acabe siendo visionaria. O puede que haya calculado mal la suerte política de Trump. En cualquier caso, eligió la única opción que tenía a su alcance.
No existe un lugar real para las mujeres en el trumpismo, en el movimiento MAGA o en la corriente principal del Partido Republicano, mientras sean una misma cosa. Pero la trayectoria de Greene es una lección digna de un cuento de hadas. Si quieres controlar tu propio destino, es mejor ser una bruja malvada que una princesa.
The New York Times

