El indeseable fruto de la desigualdad

Juan Temístocles Montás

Recientemente, Joseph Stiglitz publicó un artículo bajo el título de Desigualdad y democracia, en el que llama la atención al hecho de que en los últimos años hubo mucha preocupación por la retirada de la democracia y el ascenso del autoritarismo, evidenciado en figura como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y Víctor Orban en Hungría. A esto se le puede agregar la emergencia de importantes grupos de derecha en una buena parte de los países desarrollados.

Stiglitz señala que existen diversas explicaciones sobre este fenómeno, entre las que destaca es el aumento de la desigualdad, lo que el achaca al capitalismo neoliberal moderno, que, a su vez, puede guardar vínculos con la erosión de la democracia.

El planteamiento de Stiglitz tiene base sólida. Las estadísticas que aporta el World Inequality Database muestra como a partir de segunda mitad de los años 40, la desigualdad social se redujo en forma apreciable en todos los países desarrollados, cuestión esta que comienza a cambiar a partir de la década de los 80, con la emergencia del neoliberalismo a nivel mundial. La desigualdad de riqueza se agravó en los Estados Unidos y en varios países desarrollados.

Por ejemplo, en 1980, el 1% más rico de la población norteamericana controlaba el 23.2% de toda la riqueza; en cambio para el año 2019 pasó a controlar el 35.3% de la riqueza. En Francia, el 1% más rico de la población controlaba el 16.7% de la riqueza en 1980 y para 2021 el porcentaje se había elevado al 26.8%. En el caso de Inglaterra, el 1% más rico controlaba el 17.8% de la riqueza, pasando a controlar el 21.3% en 2021. Algo similar ha ocurrido con la desigualdad de ingresos.

En gran medida, lo ocurrido a partir de los años 80 ha sido el resultado de las políticas neoliberales que se pusieron en marcha con la llegada al poder de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Inglaterra.

En el caso de los Estados Unidos, las razones por las que la riqueza se acumula en los en el 1% más rico son las decisiones fiscales favorables a los ricos, incluidos los recortes fiscales en lugar de los impuestos progresivos, así como las bajas tasas impositivas a las ganancias de capital, entre otras medidas. Una de las consecuencias de estas decisiones ha sido que los ultra ricos han llegado a pagar tasas impositivas efectivas más bajas que la clase media.

De acuerdo con un trabajo de Katharina Buchholz, publicado por Statita, los recortes de impuestos bajo el presidente Ronald Reagan redujeron drásticamente la tasa impositiva marginal en los Estados Unidos de alrededor del 70% al 50% por ciento en 1981; y nuevamente, a 28% en 1998. Esta política fue continuada por el presidente George W. Bush, quien bajo la tasa impositiva marginal del 40% al 35%; lo mismo hizo el presidente Donald Trump, quien la disminuyó nuevamente de alrededor del 40% al 37%. Estas decisiones se justificaron sobre la base de que beneficiaban al pueblo norteamericano.

Stiglitz señala que el problema de la desigualdad no puede verse al margen de políticas tributarias que favorecen a los ricos, un sistema educativo que beneficia a los ya privilegiados y una regulación de defensa de la competencia mal diseñada y mal fiscalizada que tiende a dar a las corporaciones vía libre para acumular poder de mercado y explotarlo.

Las medidas anteriormente señaladas, combinadas con otras decisiones en el ámbito financiero, han conducido a una situación en la que la riqueza en poder de los súper ricos norteamericanos ha crecido más rápidamente que antes, ganando varios puntos porcentuales en el contexto de la pandemia de coronavirus. Esto ha conducido a los Estados Unidos a ser el país más desigual entre los países desarrollados.

Como no se trata sólo de un problema de los Estados Unidos, en gran medida, la erosión de la democracia en los países desarrollados hay que entenderla como resultado del aumento de la desigualdad social. Como expresa Stiglitz, “la desigualdad económica tiene como resultado inevitable la desigualdad política, y ésta se retroalimenta produciendo medidas de gobierno que afianzan todavía más la desigualdad económica”.

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