El juez antimafia Paolo Borsellino «sabía perfectamente que iba a morir»

Palermo (Italia), 18 jul (EFE).- El juez Paolo Borsellino, icono de la lucha antimafia junto a su colega y amigo Giovanni Falcone, fue asesinado en Palermo hace 30 años en un momento de connivencia del Estado con la mafia, explica a Efe su sobrina Roberta Gatani, quien recuerda con tristeza que su tío «sabía perfectamente que iba a morir».

El 19 de julio de 1992, la «Cosa Nostra», la mafia siciliana, acabó con un coche-bomba con la vida de Borsellino y cinco escoltas -incluida la primera mujer policía muerta en Italia en acto de servicio- en la Vía D’Amelio, menos de dos meses después del asesinato de Falcone, su mujer y tres agentes en la autopista entre el aeropuerto y la capital siciliana, a la altura de Capaci.

«Tras el atentado de Capaci nos preguntábamos si cometerían alguna vez otro tan terrible, pero sabíamos que sí. Lo peor es que lo sabía también él. Recuerdo un día (…) tras el 23 de mayo y antes del 19 julio, en el arco de los 57 días que pasaron entre ambas matanzas, que él vino, se asomó al balcón y dijo: ‘A mí me harán saltar por los aires aquí’. Después se giró hacia nosotros y siguió hablando. Sabía perfectamente que iba a morir».

EL ESTADO, ALIADO DE LA MAFIA

Aunque la mafia fue condenada por el asesinato de ambos, la familia Borsellino está convencida de la «complicidad» del Estado: «La bala que le mató no llegó del enemigo, sino de quien debía protegerle.Y en aquel momento estaba completamente solo», dice Gatani, que tenía entonces 18 años.

«El Estado que debía velar por su vida y su importantísimo trabajo lo abandonó (…) porque se estaba convirtiendo en un peligro, estaba tocando las teclas que no debía tocar, descubriendo» que «el Estado, en aquel momento histórico, en lugar de luchar contra la mafia, había decidido aliarse con ella».

Debido a su «enorme sentido» del deber, el juez «nunca habría aceptado algo así» y «tenía que ser eliminado», dice su sobrina, sin sombra de duda de que quien ordenó su muerte «pertenecía a las instituciones ‘desviadas’ en aquel momento, fueran políticos, magistrados, fuerzas del orden».

Por la popularidad de los dos jueces, que habían logrado despertar a los palermitanos del terror en el que la «Cosa Nostra» les había sumido durante décadas, su asesinato solo puede considerarse «un suicidio de la mafia».

LA AGENDA ROJA

La «corresponsabilidad del Estado» es también la causa de que el día de la muerte del juez desapareciese su famosa «agenda roja» en la que «lo apuntaba todo» y así se puede ver en «sentencias en las que se menciona la existencia de pruebas falsas para desviar la investigación».

El motivo era «esconder la participación de personas que no pertenecían a la mafia. Hoy está claro, hay un proceso en curso que se conoce como ‘negociación Estado-mafia’ en el que el Estado de alguna manera se juzga a sí mismo».

«Han pasado 30 años y todavía nos falta esa parte de la verdad» porque «los ‘arrepentidos’ de la mafia han contado como se produjo materialmente el atentado, pero para el resto debería salir a escena un ‘arrepentido’ del Estado», asegura Gatani, para quien eso sólo sucederá cuando hayan muerto todos los implicados y se les pueda «culpar».

«Y esto es terrible para un familiar porque cuando se sabe lo que ha pasado no es que uno se sienta menos solo, pero al menos se puede seguir viviendo. Así estamos siempre esperando algo que nunca llega», añade con tristeza.

DOS AMIGOS DE LA KALSA

Gatani dirige en la antigua farmacia familiar de su abuelo en el histórico barrio de la Kalsa la «casa de Paolo», un lugar al que acuden los niños tras la escuela para que «no tengan que tomar decisiones equivocadas», como sus padres, «dándoles alternativas y una esperanza concreta».

La amistad de Falcone y Borsellino es el germen de esta iniciativa: se forjó en los partidillos de fútbol con los niños del barrio y creció cuando ya magistrados «juntos dieron vida a unos de los juicios más importantes de nuestra historia», dice Roberta sobre el maxiproceso de 1986, el mayor hasta la fecha contra la mafia, con casi 500 imputados.

«Salvatore, el hermano pequeño de Paolo, dice siempre que su verdadero hermano era Giovanni, porque estuvo a su lado en el periodo más bello pero más difícil de su vida. Paolo nació aquí mismo, en el piso de arriba, Giovanni al otro lado de este edificio».

«Vivieron su infancia en estas calles compartiendo juegos con otros niños cuyas caras reconocieron luego en los rostros de algunos mafiosos a los que juzgaron», explica la hija de Adele, la mayor de los hermanos Borsellino.Y la «casa de Paolo» es la respuesta a la pregunta que se hizo entonces el juez: «¿Por qué yo he conseguido tener una vida al margen de la criminalidad y ellos no?», que «sería feliz si la viera».

«Por eso este cuadro es importante para nosotros», dice señalando un retrato del juez sonriente pintado por el mafioso arrepentido Gaspare Mutuolo -que sólo se fiaba de Borsellino- porque «es el que Salvatore y yo recordamos, con esa enorme sonrisa, sería feliz de conocer a sus nietos y a estos niños».

Marta Rullán

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