El riesgo de coquetear y terminar casado con la inflación

Por Magín Díaz

Las tasas de interés han aumentado desde fines del año pasado y la pregunta obligada que muchos se hacen es por qué aumentarlas si la economía iba bien en 2021, creciendo a tasas espectaculares y la inflación es un fenómeno mundial que no controlamos. Es una excelente inquietud para plantear como interrogante a los casi cien bancos centrales que han hecho lo mismo.

Es cierto que el mundo enfrenta un gran choque de oferta desde el año pasado. Producto de la disrupción en las cadenas de suministro, los encierros por la COVID y la incapacidad de la oferta de recuperarse tan fuertemente como lo hizo la demanda, muchos precios aumentaron y la inflación se hizo sentir a nivel mundial.

Pero la historia es un poco más complicada de ahí. La demanda mundial creció en parte por el empuje monetario que se implementó durante la COVID: los Bancos Centrales bajaron las tasas de interés y pusieron liquidez a disposición del sistema financiero, para que este a su vez tuviera capacidad de prestar a las empresas y consumidores y así reiniciar las economías de igual forma en que se “jumpea” la batería de un carro.

La tasa de interés de política monetaria (TPM) es el instrumento preferido de los bancos centrales para influenciar la economía. En nuestro caso, la TPM ha aumentado de 3% a 8% en los últimos meses, el aumento más grande desde el año 2005. Pero ¿Por qué aumentar la tasa de interés? Hay al menos tres razones válidas:

Cuando el Banco Central sube su tasa de referencia, esto encarece el costo de tomar prestado a los bancos comerciales, los cuales se ven precisados a aumentar los tipos de interés a los préstamos de las personas y de las empresas. La contracara de esto es que el ahorro se hace más atractivo porque no solo aumentan las tasas de los préstamos, sino la de los ahorros. Simplificando mucho: la gente tiene que dedicar más recursos a pagar sus préstamos, por un lado; y, por otro lado, en lugar de gastar prefieren ahorrar (¡quienes pueden!).

El resultado de todo esto es que a la larga hay menos dinero persiguiendo la misma cantidad de bienes y servicios; y esto reduce las presiones inflacionarias.

El Banco Central buscar afectar las expectativas de inflación al aumentar las tasas de interés. Si las empresas y las personas piensan que en el futuro habrá mucha inflación, entonces las negociaciones de los salarios, los contratos y los precios de los productos van a reflejar una alta inflación futura y por tanto ésta se hace persistente y más difícil de bajar.

En el caso de un país pequeño como el nuestro, también estamos sujetos a lo que ocurra en el mundo. Si la mayoría de los países aumenta su tasa de interés y nosotros no lo hacemos, existiría el gran riesgo de que salga dinero de la economía y esto genere una gran devaluación de nuestra moneda. Es decir, los bancos centrales deben estar atentos a que no exista un gran diferencial de tasas con países de referencia, como lo es Estados Unidos o, mejor dicho, que no se llegue a una brecha de tasas de interés que incentive la fuga de capitales.

Claro está que el mundo es más complejo. Como bien nos enseñó Milton Friedman, los rezagos de la política monetaria son largos y variables. Es decir, no sabemos a ciencia cierta cómo (ni cuándo) el manejo de la tasa de interés va a impactar el mercado financiero y en última instancia, la demanda agregada y las expectativas de inflación. En cierto modo es un arte.

Obviamente, los Bancos Centrales tienen otros instrumentos que utilizan para lograr sus objetivos, como el encaje legal o también la colocación de certificados de inversión para retirar liquidez, siendo este el instrumento cuantitativo por excelencia que utiliza nuestro Banco Central para bajar el medio circulante (¡o sea, para que haya menos pesos en la economía!).

Pero lo que debe quedar clarísimo es que el Banco Central no podía quedarse de brazos cruzados esperando que la inflación bajara por gravedad o por intervención divina. De hecho, hay países que durante décadas han aprendido a vivir con inflación moderada. Pero está más que estudiado que esto crea grandes distorsiones a consumidores y empresas, y conlleva una gran pérdida de bienestar. Como bien dijo el banquero central alemán Ottmar Emminger: “Si se coquetea mucho con la inflación, uno termina casándose con ella”. Y como no queremos casarnos con la inflación, lo mejor que se ha hecho es enfrentarla.

Fuente Acento

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