En Manzanillo: Consorcio de gas arrasa con el bosque de miel y las generaciones de productores
Por Frank Valenzuela
Manzanillo, Montecristi, 13 abril.- El terreno está cercado con malla metálica y, tras ella, solo queda un vacío polvoriento donde antes latía un bosque. En cuestión de semanas, el consorcio Manzanillo Gas & Power arrasó más de 500,000 metros cuadrados de bosque seco costero sin consultar a las comunidades locales ni realizar un estudio de impacto ambiental previo. Solo después de la intensa presión ciudadana encabezada entre las cales se encontraba el Centro Bahía de Manzanillo para el Desarrollo Regional (CEBAMDER) y sus aliados, los responsables contrataron a la firma consultora EMPACA para hacer tardíamente un estudio ambiental, cuando ya era demasiado tarde: el ecosistema había sido destruido. La devastación es irrefutable –donde antes se escuchaba el zumbido de abejas, el vuelo de las palomas y el susurro del viento entre árboles centenarios, hoy solo hay tierra arrasada y el transitar de arriba abajo de bulldozer, grandes camiones y palas mecánicas.
Los gigantes detrás del gas
Detrás de la sigla Manzanillo Gas & Power se encuentra una coalición empresarial de gran calibre que impulsa la central termoeléctrica y la terminal de gas natural en Manzanillo. El proyecto es liderado inversionistas poderosos como, el consorcio está respaldado por grandes corporaciones nacionales e internacionales: Haina Investment Company (HIC), Shell Gas & Power Development (filial de la anglo-holandesa Royal Dutch Shell) y Energía de las Américas (ENERLA). Igualmente, Coastal Petroleum Dominicana, S.A., Manzanillo Energy, S.A.S., Antremar, S.R.L., Inversiones Santa Marta, LTD., la firma internacional Lindsayca, Inc. y la sociedad Jones & Brache.
Estos gigantes energéticos –con amplio respaldo financiero y político– iniciaron las obras con premura. “Tienen tanto poder que se sintieron por encima de la ley”, comenta con ironía contenida Frank Valenzuela, presidente de CEBAMDER. La construcción de sus instalaciones avanzó sobre el terreno sin los estudios ambientales ni las socializaciones requeridas. Para la comunidad, resulta evidente que el consorcio actuó con una sensación de impunidad: llegó, valló el lugar y procedió a transformar la bahía a su antojo, pasando por alto a quienes han vivido allí por generaciones.
Haina Investment Company (HIC) es una tenedora de acciones dominicana vinculada al influyente Grupo Vicini, copropietario de la generadora EGE Haina, principal empresa público-privada eléctrica del país. A través de EGE Haina, HIC ha canalizado inversiones millonarias, contando con financiamiento internacional mediante bonos verdes y sostenibles. Sin embargo, pese a su proclamada responsabilidad social, HIC arrastra sombras en su historial: en 2012, un tribunal internacional de arbitraje en París la condenó por defraudar al Estado dominicano desviando fondos por más de 30 millones de dólares. “Esa es la clase de socios que tenemos: empresas sancionadas por estafa ahora adueñándose de nuestros recursos”, apunta Valenzuela con tono mordaz.

Shell Gas & Power Development aporta al consorcio su capital y experiencia en gas natural licuado, administrando una considerable flota de buques metaneros a nivel global. La multinacional petrolera se presenta públicamente como garante de las mejores prácticas de seguridad, ética y sostenibilidad. Sin embargo, la comunidad cuestiona duramente esta imagen corporativa: “¿Sostenibilidad? Que vengan a ver lo que queda de sostenible tras su paso”, señala irónicamente un apicultor local, indicando el terreno arrasado.
ENERLA, por su parte, es una gestora regional de activos energéticos involucrada en importantes proyectos dominicanos de gas como Energas y ENADOM, este último en asociación con AES Dominicana. Detrás de ENERLA subyacen capitales transnacionales de trayectoria difusa, alineados estratégicamente con la expansión energética del Caribe.
En conjunto, estas corporaciones reúnen capital local tradicional (HIC/Vicini), multinacionales energéticas (Shell) e inversores regionales (ENERLA), todos bajo un mismo objetivo: explotar la estratégica Bahía de Manzanillo y convertirla en un nuevo hub energético. Valenzuela cuestiona firmemente la responsabilidad social de estas compañías y sus financiadores. “Hablan de desarrollo sostenible en sus memorias corporativas, pero en el terreno actúan con codicia, como colonizadores”, afirma.
CEBAMDER también denuncia que bancos internacionales respaldan financieramente al consorcio a pesar de las flagrantes violaciones ambientales. Estas corporaciones bancarias internacionales, no nombradas públicamente, pero señaladas en la denuncia comunitaria, apoyan la construcción en zonas protegidas sin exigir los debidos estudios previos. Para Valenzuela, esto evidencia una alarmante hipocresía: “¿Dónde está el escrutinio de los bancos que dicen promover políticas verdes? Están financiando la destrucción ambiental mientras se lavan la cara con marketing verde.” Esta complicidad financiera global, concluye Valenzuela, permite al consorcio operar con total impunidad en Manzanillo.
El bosque seco, alma de un ecosistema y sustento de la miel, tristemente devastado
El Centro CEBAMDER destaca que el área destruida no era un matorral cualquiera, sino un bosque seco subtropical, uno de los ecosistemas más frágiles y valiosos de la región. A pesar de su aspecto ralo en épocas de sequía, este bosque era el sostén de una rica biodiversidad y, en especial, la fuente de floración para miles de abejas. Cambrón, campeche, croton, guayacán, el bejuco Cissus trifoliatus, bejucos de campanita con diminutas flores blancas, cactus de maguey en flor, arbustos de cayuco, piñón cubano, leucaena, cinaso y ziziphus, entre otras especies melíferas, poblaban el área. Sus flores escalonadas a lo largo del año ofrecían néctar y polen en abundancia, conformando la base de la apicultura local. Los apicultores de Manzanillo solían referirse a aquel paraje como “el bosque de miel”, porque de sus árboles y arbustos dependía la producción de un néctar apreciado dentro y fuera del país.
Todo eso desapareció bajo las palas mecánicas. En días, bulldozers y motosierras redujeron a rastrojo décadas de crecimiento natural. “Fue como si hubiesen prendido fuego a nuestro banco de alimentos”, grafica un joven apicultor mientras señala el horizonte vacío donde antes veía verdor. Sin las flores del cambrón, campeche, vinagrillo (Cissus trifoliatus), campanita y otras, las abejas se quedaron sin alimento. Muchas colmenas colapsaron o las abejas emigraron en busca de otras fuentes. El suelo, antes cubierto por raíces y hojarasca, quedó expuesto a la erosión y al sol inclemente. Y con el bosque arrasado, se esfumó de golpe un delicado equilibrio ecológico construido a lo largo de siglos.

Expertos y lugareños coinciden en la importancia crítica de este ecosistema para la apicultura. La mayoría de plantas melíferas identificadas por los apicultores pertenecen a la vegetación del bosque seco. En épocas de floración, las abejas encontraban alimento abundante; en épocas de escasez, el mosaico de manglares cercanos y matorrales les ofrecía opciones para sobrevivir. No es casualidad que las comunidades costeras de Montecristi hayan protegido tradicionalmente fragmentos de bosque seco y manglar: sabían que de allí dependían la miel, la pesca y la protección contra huracanes. El Parque Nacional Manglares de Estero Balsa –adyacente a la central eléctrica– es hogar del manglar más extenso del país (81 km²) y refugio de flamencos, tortugas carey, garzas y otras especies amenazadas. Es un sitio designado Ramsar de importancia internacional, un patrimonio ecológico que ahora está bajo asedio.
La deforestación masiva perpetrada por Manzanillo Gas & Power asestó un golpe letal a ese equilibrio. Medio millón de metros cuadrados de bosque seco desaparecieron de un plumazo, llevándose consigo flores y abejas. “Al tumbar los árboles grandes, no solo eliminaron madera; se llevaron también nuestras abejas y nuestra esperanza”, dice Valenzuela con amargura. Los apicultores describen cómo tras la tala el paisaje quedó mudo: las campanitas ya no florecieron esa temporada, los cambrones desaparecieron bajo las orugas de los bulldozers. Con ellos se fue la principal fuente de néctar para las colmenas. Un apicultor de la zona resume la tragedia: “Sin el bosque, las abejas no tienen qué libar; sin abejas no hay miel, y sin miel nosotros no comemos.” La cadena ecológica y económica se rompió en el momento en que el bulldozer arrancó de raíz al primer árbol.
Además, la tala indiscriminada impactó otros servicios ambientales del bosque. Estas especies estaban adaptadas a retener la poca humedad del suelo, fijar nitrógeno y prevenir la erosión en terrenos áridos. Su desaparición deja al terreno expuesto a la desertificación. El consorcio prometió reforestar, pero hasta la fecha no existe un plan claro de restauración del bosque seco original. Replantar unas cuantas plántulas de acacia no reemplaza el hábitat complejo perdido, advierten biólogos de la Academia de Ciencias a quienes CEBAMDER ha solicitado intervención técnica.
La apicultura de Manzanillo, en peligro de extinción
La desaparición del bosque de miel ha colocado a la apicultura tradicional de Manzanillo al borde de la extinción. En 2021, antes de la llegada de las máquinas del consorcio, los apicultores integrados por mas de 15 productores locales cosecharon más de 20 toneladas de miel, generando alrededor de 12 millones de pesos en ingresos. Aquella producción significó sustento para decenas de familias de la zona y trabajo en la comunidad. La miel de Manzanillo –pura y de origen seco tropical– se exportaba principalmente a Estados Unidos, donde gozaba de buena demanda por su calidad. “Era una miel única, fruto de nuestro bosque”, recuerda con orgullo melancólico un veterano productor.
Hoy esa prosperidad se ha esfumado. Tras la tala masiva, la producción de miel cayó en más de un 75 por ciento entre 2023 a la fecha. Las abejas sin flores que libar no producen miel, y los apicultores se han quedado sin ingresos de la noche a la mañana. “Nos quitaron todo en un abrir y cerrar de ojos”, comenta un apicultor de Manzanillo con más de 30 años en el oficio, que prefiere mantener su nombre en reserva por temor a represalias. “Las colmenas están vacías. Ya no se escucha el aleteo en los apiarios… Es como si hubieran apagado la vida”, añade con la voz entrecortada. Otro productor, que también pide anonimato por miedo a las influencias del consorcio, comparte su desesperación: “Vivíamos de la miel. ¿Qué se supone que hagamos ahora? Ni siquiera podemos protestar abiertamente sin sentir miedo de meternos en problemas”. Los apicultores de Manzanillo, orgullosos herederos de un oficio transmitido por generaciones, se sienten acorralados y al borde de la desaparición.
Los apicultores se preguntan: ¿dónde está el plan de restablecimiento de nuestro medio de vida?
En fecha 25 de junio de 2024, los apicultores de Manzanillo fueron convocado por la empresa EMPACA, responsable de iniciar la realización del estudio ambiental del proyecto. A la reunión asistió el enlace social del consorcio Manzanillo Gas & Power. El objetivo de la reunión era establecer las bases de un Plan de Restablecimiento de Medios de Vida tras la destrucción de más de 500,000 metros cuadrados de bosque seco, la base productiva del sector apícola local, a causa del proyecto energético. En el aire pesaba la urgencia de respuestas concretas para decenas de familias cuya subsistencia depende de la miel.
En esa reunión, los apicultores presentaron un diagnóstico contundente de los impactos sufridos en los últimos meses. La pérdida de sus principales áreas de producción melífera provocó una reducción estimada del 75% en la cosecha de miel, según expusieron los productores. Además, varios apiarios destinados a la cría de abejas reinas quedaron destruidos con la deforestación masiva, obligando a migrar decenas de colmenas hacia zonas más alejadas en busca de alimento y refugio.
Sin el néctar del bosque, los apicultores se han visto forzados a alimentar artificialmente a sus abejas para evitar la pérdida total de las colonias. Esta medida de emergencia ha implicado gastos adicionales que endeudaron aún más a un gremio ya de por sí vulnerable. A esto se suma la ausencia de un apoyo estatal efectivo: con la producción diezmada, la poca miel recolectada enfrenta dificultades de comercialización, sujeta a precios injustos y a la competencia desleal de miel importada. El panorama descrito por la comunidad apícola es el de un sector asfixiado, golpeado tanto por la catástrofe ambiental como por las fallas del mercado.
La discusión ese 25 de junio giró también en torno a las propuestas para rescatar la apicultura local y mitigar los daños. Sobre la mesa se planteó, en primer lugar, la reubicación de los apiarios hacia áreas seguras no afectadas por el proyecto. De la mano con ello, se acordó la necesidad de una reforestación urgente con especies melíferas en los terrenos arrasados, con el fin de restituir la cobertura floral perdida que alimentaba a las abejas. Asimismo, el consorcio habló de apoyar con el suministro de abejas reinas de calidad para repoblar las colmenas diezmadas y recuperar la genética de las poblaciones locales.
En el plano económico, los apicultores propusieron la creación de un fondo de producción que les brinde apoyo financiero durante el proceso de recuperación de sus apiarios. Igualmente, exigieron garantizar precios justos para la miel local y facilitar el acceso a mercados, de modo que la apicultura manzanillera pueda competir en igualdad de condiciones pese a la drástica caída de su producción. Otra pieza clave del plan esbozado fue fortalecer la organización comunitaria y la capacitación técnica de los productores, con miras a dotarlos de más resiliencia ante futuras crisis. Estas medidas, discutidas largamente en la reunión, buscaban sentar las bases de un verdadero plan de restablecimiento de su medio de vida.
Como parte del seguimiento, un equipo técnico del consorcio realizó una visita de campo a los apiarios de Manzanillo entre el 2 y el 4 de julio de 2024. Durante esos recorridos, los representantes de la empresa pudieron constatar de primera mano la magnitud del desastre: colmenas desplazadas en terrenos improductivos, bebederos de azúcar sustituyendo a las flores silvestres y extensiones de bosque seco reducidas a claros vacíos. Los apicultores mostraron sobre el terreno cómo sus abejas sobreviven apenas con suplementos artificiales, mientras la flora nativa tardará años en recuperarse. Aquella visita generó una leve esperanza de que las promesas se tradujeran en acciones concretas, pero también dejó en evidencia la urgencia de acelerar cualquier plan de recuperación.
Sin embargo, a varios meses de la reunión y de las visitas posteriores, los apicultores no han visto aún resultados tangibles. La implementación del Plan de Restablecimiento de Medios de Vida sigue siendo una promesa sobre el papel, alimentando la frustración y el escepticismo en la comunidad. “Nos preguntamos: ¿dónde está ese plan de restablecimiento de nuestro medio de vida?”, cuestionan los apicultores, ya que cada día de demora profundiza la crisis en los apiarios de Manzanillo.
La situación mantiene en vilo a las familias que dependen de la apicultura. Mientras el megaproyecto energético avanza, los apicultores de Manzanillo siguen esperando que las palabras empeñadas se conviertan en hechos. Hasta la fecha, no se ha materializado ningún programa integral de compensación ni recuperación ambiental en la zona. Este prolongado impasse ha reforzado entre los productores la sensación de abandono y de injusticia: temen que el tan anunciado Plan de Restablecimiento de Medios de Vida termine siendo otro compromiso incumplido, un capítulo más en la historia de promesas rotas ligadas a Manzanillo Gas & Power. La pregunta de fondo persiste, tan urgente como al inicio: ¿dónde está el plan que les devolverá su sustento?
La carta sin respuesta
Desesperados por la situación, los apicultores de Manzanillo enviaron en agosto de 2024 una carta formal al consorcio Manzanillo Gas & Power. En la misiva, redactada en lenguaje respetuoso pero firme, describieron el colapso total de su medio de vida tras la destrucción del bosque melífero. Detallaron cómo el 75 por ciento de la producción de miel se había perdido, cómo eso les había dejado endeudados y sin poder mantener a sus familias, y exigieron una compensación justa, así como acciones concretas para restaurar al menos parte del ecosistema dañado.
El documento cerraba con un ruego colectivo: “No nos dejen perecer; solo pedimos poder trabajar dignamente”, firmaban al unísono los productores, algunos estampando solo su huella dactilar en señal de la humildad de sus recursos. Sin embargo, el silencio fue la única respuesta. Ni el consorcio ni las autoridades respondieron al llamado. No hubo reunión, ni carta de vuelta, ni siquiera una llamada telefónica de cortesía. “Entregamos esa carta con la esperanza de un diálogo, pero nunca obtuvimos ni un acuse de recibo”, lamenta uno de los lideres de los productores apícola en conversación con el Centro CEBAMDER. La falta de reacción dejó a la comunidad apícola con una mezcla de frustración e impotencia. Cada día sin respuesta se vivió como una confirmación de que, para los ejecutivos del proyecto, las voces de Manzanillo no importan.
¿Indemnización o condena?
Lejos de ofrecer una solución de fondo, la única propuesta que el consorcio ha puesto sobre la mesa ha generado aún más indignación. Manzanillo Gas & Power ha sugerido indemnizar únicamente a dos apicultores –sí, solo dos personas– por la pérdida de sus colmenas, ignorando a todos los demás productores afectados. Y ni siquiera sería de inmediato: la empresa plantea que estos dos casos “seleccionados” esperen 24 meses adicionales para posiblemente recibir algún tipo de apoyo financiero. En otras palabras, la comunidad apícola debería sobrevivir cinco años sin ingresos ni medios de vida reales (ya han pasado tres desde que destruyeron el bosque, y tendrían que aguardar al menos dos más). Para la gran mayoría de los productores, que no están incluidos en el exiguo plan, no hay absolutamente nada: ni compensación, ni alternativas.
La oferta, filtrada en conversaciones informales, cayó como un balde de agua fría. “Es una burla cruel”, opina sin rodeos uno de los apicultores excluidos. “Destruyen el bosque de toda la comunidad y solo reconocen a dosde nuestro miembros, que por decir no aceptan esa compensación si no se toma en consideración al grupo de productores.s, ¿y a los demás quién nos responde?”, cuestionan con indignación. “Es inaceptable: pretenden tapar el sol con un dedo, compensar a dos y dejar en la quiebra al resto, es una forma de dividirnos, riposto otro de los productores. . Encima piden que esas dos familias esperen dos años más… ¿De qué se supone que vivan mientras tanto?**”, declara, alzando la voz. Los datos son contundentes: la apicultura local ya lleva tres años prácticamente paralizada, sin que los productores generen un centavo por la miel; sumarle dos años más equivaldría a condenarlos a la ruina total. De hecho, varios apicultores han tenido que endeudarse o abandonar la zona en busca de otros medios para sobrevivir. Para la comunidad manzanillera, esta actitud corporativa equivale a un abandono absoluto: primero les arrebatan su principal recurso y luego los dejan a su suerte, con promesas vacías que no resarcen el daño.
La última defensa de Manzanillo
Ante lo que muchos perciben como un embate arrollador contra su forma de vida, la comunidad de Manzanillo ha encontrado en CEBAMDER y sus líderes una trinchera de resistencia. Frank Valenzuela y el equipo de esta organización ciudadana llevan meses denunciando que el consorcio no solo ha diezmado la apicultura, sino que “busca aplastar todo el modelo de vida sostenible de Manzanillo”. La central eléctrica y las obras portuarias amenazan también a los pescadores artesanales y a los emprendedores de turismo ecológico de la bahía. Muy cerca del área intervenida se encuentra la histórica Playa Estero Balsa, lugar de trabajo y recreo de lugareños, que se encuentra en vías de desaparición por la construcción de un muelle para la descarga de gas. “Están restringiendo el acceso al mar donde han faenado nuestros pescadores toda la vida”, explica Valenzuela, quien advierte que el tráfico de buques gaseros podrían diezmar la pesca y los manglares circundantes. Asimismo, pequeños proyectos de ecoturismo que operaban en torno a los manglares enfrentan un futuro incierto: el atractivo natural de Manzanillo se desvanece entre grúas, tuberías y piedras de relleno.
CEBAMDER denuncia que el consorcio quiere un Manzanillo sin manzanilleros, un enclave industrial que sacrifica las tradiciones locales. “Quieren borrar nuestra historia y nuestro sustento”, clama Valenzuela, “No buscamos frenar el desarrollo –aclara Valenzuela–, pero exigimos que se haga respetando a la gente y a la naturaleza. Este proyecto se ha llevado por delante todo sin ningún respeto”.
Hoy por hoy, Manzanillo libra una batalla desigual: de un lado, un consorcio multimillonario respaldado por altas esferas; del otro, ciudadanos comunes defendiendo las abejas, los peces, los manglares y la dignidad de su comunidad. La balanza, de momento, se inclina con crudeza hacia el poderoso inversor: la miel ya ha desaparecido, la pesca se dificulta y el turismo verde retrocede. Frank Valenzuela lo resume de forma lapidaria: “Esto no se trata solo de las abejas o la miel,” concluye, “se trata de la vida entera de Manzanillo. Y no nos quedaremos de brazos cruzados mientras nos la arrebatan.”
Un llamado al presidente y a la comunidad internacional
Desesperados pero firmes, los productores de miel de Manzanillo y los activistas de CEBAMDER han elevado un llamado urgente al más alto nivel. En rueda de prensa comunitaria, los productores apícolas hablaron al presidente: “Presidente Abinader, usted prometió proteger el medio ambiente y apoyar a los emprendedores rurales. ¡Cumpla su palabra! Detenga este colapso ambiental y económico antes de que sea irreversible.” Le exigen que ordene una auditoría independiente del proyecto, tenga la amabilidad de revisar la propuesta y lo que han hecho con el medio ambiente en Manzanillo. También piden la intervención del Ministerio de Medio Ambiente, no con discursos, sino con acciones concretas: sanciones a la empresa por la tala sin permiso, planes de reforestación masivos y apoyo técnico y financiero a los apicultores afectados.
La causa local ha trascendido fronteras. Organizaciones ambientales y de derechos humanos en el Caribe están tomando nota del caso Manzanillo como ejemplo de los excesos del capital transnacional en zonas vulnerables. CEBAMDER ha enviado dosier de denuncias a organismos internacionales como la ONU Medio Ambiente, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y la secretaría del Convenio de Ramsar, alertando del atentado contra un sitio ecológico de valor global. Asimismo, han notificado a bancos de desarrollo regionales (BID, Banco Mundial) sobre el rol de sus posibles financiados en este proyecto, instándolos a revisar su apoyo financiero a consorcios que violan principios de sostenibilidad. “No pedimos limosnas, pedimos justicia ambiental”, afirma Valenzuela, convencido de que la presión internacional puede hacer reaccionar a las autoridades nacionales.
Mientras tanto, la comunidad manzanillera resiste. Los pescadores, que también han visto mermar sus capturas por las perturbaciones en la bahía, se unieron al clamor de los apicultores. Ya no se trata solo de salvar abejas o árboles, dicen, sino de salvar a Manzanillo de un modelo de desarrollo extractivista que amenaza con dejar un pueblo fantasma una vez termine la bonanza de la construcción. CEBAMDER resumió así la situación: “Manzanillo está siendo sacrificada en nombre del progreso. Pedimos al mundo que mire este rincón de República Dominicana: aquí se libra una batalla entre un desarrollo mal entendido y la supervivencia de nuestra gente y nuestra naturaleza.”