Entre burbuja y manipulación

Manolo Pichardo

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 Administrar­se con caute­la frente a un gobierno que heredó la peor de las calamidades sanitarias que haya vivido la humani­dad y que trajo como conse­cuencia una de las más pro­fundas crisis económicas sufridas por el capitalismo, era lo correcto para un par­tido de oposición responsa­ble, que sin dejar de jugar su rol de atalaya popular, pres­tara los servicios de sus téc­nicos para hacer frente a una emergencia nacional, que no solo desbordaba al sistema de salud en lo relativo a su presupuesto y la carga hora­ria de todo su personal, que no solo dañaba el aparato productivo nacional e impac­taba en el mercado laboral, disminuyendo la calidad de vida de los ciudadanos, sino que se convirtió en un drama cuasi apocalíptico que sem­bró mucho dolor y muerte.

La Fuerza del Pueblo (FP) interpretó a cabalidad el es­cenario y actuó con la res­ponsabilidad que ha carac­terizado a Leonel Fernández y a todo su liderazgo. Esta actitud fue incomprendida, y desde partidos que en Go­bierno decidieron tirar la brú­jula que les marcaba el norte que define la naturaleza de toda formación política, en su afán por impedir el creci­miento de la nueva articula­ción, lanzaron la campaña de que la colaboración ofertada respondía a una alianza que se cuajó durante el pasado proceso electoral, una alian­za coyuntural que solo se ex­presó en el nivel senatorial y que buscaba lo que finalmen­te resultó: una victoria que posicionó al partido de la ca­yena blanca como segunda fuerza senatorial.

A medida que el gobier­no avanzaba, la comunidad política y la sociedad espera­ban, con la ansiedad que las circunstancias imponían, la definición de una ruta clara que se encaminara hacia la solución o mitigación de los acuciantes problemas deriva­dos de la crisis. El Ministerio de Salud fue relevado de sus funciones constitucionales y la empresaria vicepresiden­ta comenzó a “gestionar” la cuestión sanitaria desde la visión empresarial; así, vacu­nas, pruebas y toda suerte de insumos para la prevención o tratamiento de covid-19, se convirtió, a los ojos de los ciudadanos, en una cuestión de mercado más que de sa­lud; los préstamos comen­zaron a percibirse como un festín. A partir de entonces empezó a definirse el talan­te de la nueva administra­ción que, mientras construía su perfil mediante acciones sanitarias, económicas y de gestión, articulaba un relato sobre una justicia indepen­diente que de inicio miró ha­cia ciertos opositores -em­barrados en corrupción- y luego hacia algunos funcio­narios suyos de origen bajo pequeño burgués señalados por escándalos, mientras los de origen diferente, con más señalamientos son vistos co­mo vacas sagradas.

La señal estaba dada: co­menzábamos a asistir, entre burbujas y manipulaciones, a un gobierno de ricos; al de los oscuros fideicomisos es­tructurados bajo la ecuación de la avaricia y el despojo del patrimonio público; al que se alimentó de la base social he­redada del PRD para luego despojarla de su triunfo y en­rostrarle la cara fea de la oli­garquía sin sentido de patria. La improvisación comenzó a ser su marca distintiva, pues ya no era cosa de novatos, si­no de aquella impronta de fracasos administrativos ini­ciados por Antonio Guzmán en 1978/1982 -que brindó al país libertades públicas- cuyo gobierno fue un fracaso eco­nómico, seguido por Jorge Blanco en 1982/1986, que hundió al país en una de las peores crisis económicas, y luego por la administración 2000/2004, todas marcadas por inflación, devaluación de la moneda, quiebras de ban­cos y financieras, estampida de capitales, generación de pobreza con pobladas inclui­das, como las de 1984 en las que el ejército asesinó en las calles a más de 150 personas que protestaban por el alto costo de la vida.

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