Entre el escepticismo y el peso de una realidad que contagia y mata

¨Por Manuel Jiménez

Estuve entre los escépticos cuando la comunidad científica comenzó a evaluar la posibilidad de un refuerzo a las personas que habían recibido las dos dosis reglamentarias contra el Covid-19, no influenciado por las teorías de conspiración que se alimentaban en redes sociales, sino más bien motivado en mi sentido común.

Cuando pequeño, como ocurrió prácticamente con toda mi generación, recibí diversas vacunas, inoculaciones que se repetían un año después, salvo en el caso de la del Polio en la que se estableció aplicar tres dosis a niños recién nacidos, en intervalos mensuales. El antídoto contra la fiebre amarilla requiere de nuevas inoculaciones si transcurrido un año tiene previsto viajar a un país con presencia de la enfermedad. Lo del Coronavirus, en cambio, nos llenaba de escepticismos e incredulidad.

En medio del debate de si resultaba imprescindible protegerse de este fatal virus con una tercera dosis, la incertidumbre aumentaba cuando los organismos de control y regulación en el ámbito de la salud como la Organización Mundial de la Salud (OMS), Los Centros para el Control de Enfermedades Transmisibles (CDCs de los Estados Unidos) y la Agencia Europea de Medicamentos advertían que no poseían estudios concluyentes que probaran científicamente la viabilidad del refuerzo.

La prudencia que mostraban estos centros rectores parecía comprensible. Pese a la urgencia para que la humanidad contara con un medio efectivo para combatir una pandemia que no solo afectaba la salud global, con serios y demoledores efectos en la economía y el intercambio comercial, una decisión apresurada, sin un aval científico rigurosamente probado, nos exponía a un drama de consecuencias iguales o peores a las que afrontaba el mundo.

Hay que recordar la forma en que fueron ganando espacios las historias divulgadas por redes sociales, las burbujas que en términos de opinión pública generaban los grupos antivacunas, que más tarde se integraron a los movimientos anti-confinamientos y las propias inconsistencias de la OMS, llamada a liderar el accionar mundial contra un virus inteligente, de fácil y sorprendente propagación, pero esencialmente de consecuencia letal.

En el seno de las propias iglesias, esencialmente evangélicas y sectas ortodoxas, crecieron tendencias que llegaron a considerar el virus generador de esta desgracia como un “castigo de Dios” a una humanidad desviada en términos de conducta moral y valores cristianos.

Estuve hurgando en la internet respecto a estas posiciones y no fue sorpresa encontrar unos párrafos en una historia de la cadena alemana de televisión DW que retrata a la perfección las corrientes religiosas que tomaban cuerpo en esos días, sobre todo en Estados Unidos Asia, África, ciertas zonas de América Latina y Europa. Compartir estos párrafos puede dar una idea de que no se trataba de simples elucubraciones o ensayos mediáticos, quienes conspiraban era gente cercana al poder, próxima a Donald Trump, en los Estados Unidos y cercanas a Jair Bolsonaro, en Brasil, por ejemplo.

Veamos que nos cuenta DW:

“Si bien es cierto que la mayoría de los feligreses evangélicos acepta las medidas anti-pandemia, son muchos lo que no las respetan, celebran ritos y organizan servicios religiosos contraviniendo las normas de distancia social y porte de mascarilla. A veces la fe parece tener más peso que el conocimiento científico. Sobre todo, entre los evangélicos pentecostales, una corriente conservadora que se orienta por el antiguo testamento, cada vez más presente en las Américas, África y Asia

“Algunos de ellos interpretan la pandemia como producto de la ira de Dios. El influyente predicador estadounidense y confidente de Trump, Ralph Drollinger, declaró en 2020, por ejemplo, que Dios había enviado el virus a la humanidad porque estaba supuestamente enfadado por la homosexualidad y la protección del medio ambiente”.

“Silas Malafaia, uno de los evangélicos más poderosos de Brasil y confidente del presidente Bolsonaro, lo expresa de manera similar en redes sociales. Al mismo tiempo, sin embargo, relativiza la pandemia comparando las víctimas mortales del coronavirus con las «asesinadas por abortos» y describiendo el miedo como un sentimiento primitivo que el hombre solo ha sentido desde su expulsión del paraíso”. Hasta aquí una parte del texto del artículo.

Como podrán apreciar el mundo ha estado sometido a una permanente conspiración contra las vacunas en la que confluyen alianzas no concertadas entre izquierda y ultraderecha, sectas religiosas ortodoxas y gente de concepciones filosóficas materialistas que se justifican en los más sorprendentes y discutibles conceptos. Esta presente el punto religioso, pero igualmente el razonamiento político. El respeto a la libertad individual y el derecho al libre tránsito ha sido la fuente de cultivo para grandes concentraciones en Europa, por ejemplo, contra las medidas restrictivas para frenar la propagación del virus.

No ha bastado la muerte por infección de coronavirus de grandes activistas que saltaron al estrellato por medio de las redes sociales, fenómenos que se transformaron en líderes mediáticos mundiales por sus teorías en contra del uso de mascarillas, las vacunas y las medidas de confinamiento. Salvo Israel y la China Popular, muy pocos países a nivel global están en capacidad de mostrar una inmunidad de rebaño, un rango de vacunación que supere el 70% de su población.

República Dominicana pudo disponer a tiempo de vacunas, se organizaron campañas de motivación, se llenó el país de centros para inoculaciones gratuitas y el porcentaje de inmunizados (si en este caso el termino es aplica) con dos dosis no alcanza el 60% y tan solo una minoría que no supera el 1.3 millón ha optado por un refuerzo. No somos un caso exclusivo, es el panorama presente en la gran mayoría de países donde, incluso, gobiernos han tenido que pagar un alto costo político por proteger a la población, hasta con el desalojo del poder.

Hay casos, sin embargo, que muestran una actitud de castigo del votante frente a gobiernos que asumieron con irresponsabilidad y dilataron medidas de control a tiempo como lo ocurrido en Estados Unidos con Trump o la situación que afronta desde el punto de su popularidad, otro irresponsable, como Jair Bolsonaro, a quien todas las encuestas le adelantan una derrota segura en las próximas elecciones nacionales brasileñas.

Pero la realidad es que seguiremos expuestos a nuevos contagios, a más muertes y a irracionales enfrentamientos entre aquellos que se resisten aceptar hasta la validez del sentido común o de  quienes apegados a la supervivencia aceptamos como un hecho la utilidad de la vacuna, la pertinencia del uso de mascarillas y la efectividad del distanciamiento social.

Solo usted decide, pues como se repite tantas veces, tendremos que convivir con lo que unos llaman “castigo de Dios”, otros como la osadía de un chino que devora con buen apetito un animal salvaje o de quienes están convencido que “se escapó de un laboratorio”. Para los fines, es lo mismo, mientras tanto, el consejo más elemental es, ¡vacúnese! Los resultados están a la vista, ausencia de síntomas graves, menos hospitalizaciones, y lo más importante, te aleja de la muerte.

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