Entre Sal y Agua: Las Parras y el carreteo

Por la Redacción

Un espectáculo penitenciario: La tragicomedia de Las Parras

En el último acto de esta tragicomedia gubernamental, el Presidente Luis Abinader ha convocado a un elenco de notables para poner fin —o al menos intentarlo— al interminable sainete de la cárcel de Las Parras, en Guerra. La movida, inspirada tras un tétrico tête-à-tête con Roberto Santana, nuestro laureado experto penitenciario, descorre el telón sobre una verdad incómoda: durante estos casi cuatro años, la voluntad política ha sido tan sólida como un castillo de naipes en medio de un huracán para encarar la puesta en operación del nuevo recinto.

Y como en toda buena obra de teatro, no falta el giro argumental: el Ministerio Público, cual villano de opereta, parecía más interesado en convertir la nueva penitenciaría en el escenario perfecto para una acusación de corrupción contra el ex procurador Jean Alain Rodríguez, que en aliviar la trágica realidad de la sobrepoblación carcelaria en La Victoria.

Solo tras un incendio de proporciones bíblicas, con su correspondiente catástrofe de 13 almas perdidas, es que nuestros protagonistas descubren —¡oh, revelación!— que la situación en la Penitenciaría Nacional de La Victoria es, efectivamente, desesperada. Un lugar donde el macuteo y los negocios turbios entre reclusos y policías dictan las reglas del juego.

La Procuradora General, Miriam Germán, se defiende como gato panza arriba, alegando que su despacho no es una una tabla de picar carne. Pero olvida, quizás, que fue su despacho el que, con ojo avizor, recomendó poner freno a Las Parras en búsqueda de más pruebas contra Jean Alain y su comparsa. Ahora, en un giro de guion digno de Hollywood, esos «elementos de prueba» ya no parecen ser tan cruciales.

Y he aquí al Presidente Abinader, quien, tras justificar la parálisis gubernamental en una cuestión de presupuesto —nada menos que 1,600 millones de pesos—, se erige como el héroe que abordará este drama… después de 13 muertes y con un presupuesto misteriosamente reducido a 280 millones, según los cálculos de Santana.

Así que, con la varita mágica en mano, esperemos que este nuevo conjunto de notables logre, por fin, convertir la cárcel de Las Parras en algo más que un decorado en esta comedia de errores. El reloj avanza, y el público espera el desenlace de una obra que, hasta ahora, ha sido cualquier cosa menos entretenida.

«El Desfile de la lentitud: Un epílogo a la Semana Santa»

Como si fuera un acto de magia gubernamental, nuestras autoridades nos presentan cada año el «Operativo por la Vida Semana Santa», una cruzada noble y, sin duda, necesaria para preservar vidas. Sin embargo, en este festín de buenas intenciones, nos topamos con el plato menos deseado: el carreteo. En medio de un contexto de celebración y descanso, donde muchos optan por el retiro a playas y montañas, alejándose del bullicio cotidiano, surge este peculiar método de gestión vial, destinado a ser el epílogo de nuestras escapadas festivas.

Por un lado, el baile de decisiones sobre las fiestas en las playas, marcado por la confusión y las quejas de comerciantes que ven evaporarse sus inversiones, pinta un cuadro de improvisación que ya no sorprende a nadie. Es el preámbulo de la verdadera estrella del show: el retorno en cámara lenta de las vacaciones. Desde las 2:00 de la tarde del domingo, el carreteo se erige como el guardián del regreso, prometiendo seguridad a cambio de un ejercicio extremo de paciencia

El carreteo en las carreteras y autopistas al final de la Semana Santa, práctica promovida por las autoridades como medida para reducir los accidentes y preservar vidas, en realidad se convierte en el telón de fondo de una escena caótica y desesperante para los conductores. Lejos de ser una solución, el carreteo genera interminables atascos que se extienden por kilómetros, transformando lo que debería ser un regreso seguro y tranquilo en un calvario de horas atrapados en el tráfico. La lentitud forzada del desplazamiento no solo prueba la paciencia de los viajeros, sino que también eleva el riesgo de situaciones potencialmente peligrosas causadas por la frustración y el cansancio.

Además, esta medida ignora otras estrategias más efectivas y menos intrusivas para la gestión del tráfico y la prevención de accidentes. En lugar de aliviar el problema, el carreteo agudiza el estrés de los conductores, quienes, después de un fin de semana de descanso, se ven obligados a enfrentar este innecesario obstáculo en su camino a casa. En última instancia, la retención de la velocidad se convierte en un parche que no atiende las causas raíz del problema: la necesidad de una educación vial más profunda y de infraestructuras viales que soporten de manera eficiente el flujo vehicular, especialmente durante las temporadas altas

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