ESPERANDO A LOS AMERICANOS

Por Manuel Núñez

En algún pasaje, Maquiavelo, el inmenso estratega, ha dicho que el principal defecto de los hombres es su incapacidad para ver la catástrofe, cuando en apariencias hace buen tiempo. Durante muchos años, aquellos que hemos tenido el instinto de supervivencia frente al descalabro de la situación haitiana, hemos sido víctimas de una salva de insultos zafios de aquellos que viven de la demagogia internacional, ataques desconsiderados por parte de aquellos que, en lugar de ver la realidad y anticiparse, prefieren que se ahorque en la plaza pública al mensajero. Pero ninguna de esas paparruchas ha eliminado el efecto devastador de lo que vendrá.

El dato más contundente es la desaparición del Estado haitiano. No hay ejército. No hay Armada. No hay Fuerza Aérea. No hay policía. No hay un polo de autoridad. Todo el país está en manos de las bandas que extorsionan, matan, secuestran, saquean, cobran peajes.

Las señales son grandilocuentes. Basta hojear la prensa haitiana. Veamos algunos de sus titulares: “ Morir por algunas gotas de gasolina en una gasolinera”,  “ Manifestaciones y saqueos en Los Cayos” “Protestas masivas en Fonds des Negres” “ Protestas de los empresarios haitianos reos, “ La conferencia episcopal haitiana reclama que las autoridades actúen con urgencia” “ las pobladas de Puerto Príncipe rechazan al Primer Ministro, Ariel Henry y se desata el pillaje generalizado”, declaración de Liné Balthazar: estamos en una situación objetivamente explosiva·”. Los titulares se refieren durante varios días a las jornadas de protestas, pobladas en todo el territorio de Haití, debido entre otras cosas 1. Al aumento de la cotización del dólar que pasó de 60 gourdes por un dólar a 160; 2) de la gasolina que pasó de trescientos gourdes a 2500 gourdes el galón; 3) una inflación galopante que alcanza el 27% en todos los productos; 4) la inseguridad generalizada en todo un país controlado por las bandas criminales. Desde hace varias semanas, el país vive en huelga: todas las carreteras están bloqueadas, se ha paralizado el comercio, el transporte, la educación, el servicio eléctrico y hay jornadas de protestas en todas las demarcaciones. En medio de esa circunstancia, rotundamente explosiva, el primer ministro, principal autoridad del país, decide darse un garbeo por Miami, para buscar inversionistas extranjeros.  ¿Habrá alguien capaz de invertir en un país, donde no hay catastro ni seguridad de ningún género, ni autoridad que haga cumplir la ley ni justicia, y donde todo está expuesto al caos? Salió el 7 de septiembre acompañado de una delegación, sin dar siquiera una rueda de prensa, casi a escondidas, dejando una montaña de rumores.

 Las soluciones parecen siempre nebulosas. Los economistas tienen una fórmula mágica: la desigualdad, el 64% de la riqueza del país pertenece al 20% de las personas.  Muy bien ¿qué hay que hacer? Colgar a los ricos del a árbol más alto. Solución marxista. El catecismo de los intelectuales de izquierdas busca continuamente un culpable a quien enrostrarle la inmensa responsabilidad de este desastre social.

Cada día miles de haitianos se lanzan a las calles con el propósito de que su vocinglería se transforme en una esperanza y una salida a su circunstancia desesperada: que cese la inseguridad y las muertes en las calles, que haya combustible en las gasolineras, que se acaben las violaciones de las mujeres y el pillaje. Nadie responde. La mayoría de los haitianos esperan con ansiedad la llegada de los americanos.  Antes, un golpe de Estado, una revuelta de grandes proporciones producía la mágica intervención de los Estados Unidos, y con un poco de suerte, la ocupación de las Naciones Unidas, la llegada de los impresionantes cascos azules. Pero ahora nadie está dispuesto a gastar dinero y mandar tropas a un atolladero, de donde no se tiene certidumbre de cuál será la salida. La mayoría mira hacia EE. UU, pero Biden ha dicho que Haití no es un problema de Estados Unidos. No hay bastante desastre aún que merezca una intervención. Otros más imaginativos calculan que fomentando un conflicto con la República Dominicana se hallará una salida al problema haitiano. Allí hay una considerable inversión extranjera, y parece lógico de que, si ese país queda atrapado en un trastorno con Haití, la comunidad internacional intervendrá, y rápidamente nos pongan en circunstancia de negociación en la cual Haití ganaría indefectiblemente. Esa es, al parecer, el derrotero de Claude Joseph.

Hace unos setenta años, Samuel Beckett dio a la estampa su obra teatral “Esperando a Godot”. El argumento de esta obra maestra del teatro del absurdo, dos personajes—Vladimir y Estragón—no se entienden; intentan matar el tiempo, porque cada día es un desastre y deciden esperar a Godot. Porque calculan que con la llegada de Godot sus problemas serán resueltos, se acabará la angustia, la soledad, el desamparo. Pero ellos no saben quién es Godot. Reciben señales de la posible llegada de Godot, pero, al parecer, nunca llega. La circunstancia coincide con la desesperanza del pueblo haitiano. ¿llegarán, finalmente,  los americanos?  Y, peor aún, ¿qué ocurrirá si no llegan?

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