Estabilidad política, económica, social y el país que deberíamos desbrozar

 Por Cándido Mercedes

“Lo peor de la ingratitud es que siempre quiere tener razón”. (Jacinto Benavente).

La sociedad dominicana requiere cuidar la salud del alma y ello solo es posible si nos adentramos a su corpus, a sus tejidos: sociales, económicos, institucionales, no para autocomplacernos ante lo logrado, ni tampoco flagelarnos frente a lo obtenido. Para ello, es inevitable mirarnos endógenamente y exógenamente, sin que esa mirada externa constituya una exhaustividad.

Desde hace 59 años nuestro país irrumpió a una cierta dosis de estabilidad política, con una fuerte dominación autoritaria y ausencia de una real competencia electoral. Fuimos de los primeros países de la región en tener un “gobierno civil, republicano, democrático y representativo”. Sin embargo, es a partir de 1978, esto es, hace 47 años, que comenzamos la alternabilidad en el poder. En el interregno 1986 – 1996 hubo un retroceso en el orden institucional: electoral y político. Podríamos decir que, en apenas 30 años, los eslabones y vaivenes democráticos caminaron por cuasi tres transiciones con signos y simbologías muy diferenciadas.

A partir del 1996 una nueva elite política llegaría al poder. Las expectativas eran altas por el origen del partido que accedió al poder, independientemente del pacto que tuvieron que hacer para cristalizar aquel sueño. Grandes transformaciones en el Estado en sus normativas jurídicas, políticas, hasta culminar con una reforma constitucional en el 2010. Cuando Balaguer llegó al poder en 1966, el tamaño de la economía en dólares era US$983.9 millones de dólares. Al final de los 12 años el presidente Balaguer dejó la riqueza de la economía dominicana en US$4,730 millones de dólares.

Del 1986 al 1996, en los diez años del hombre de Navarrete, el PIB llegó a US$17,516 millones de dólares. En los primeros 30 años, que van del 1966 al 1996, la economía dominicana creció 17 veces. Sin embargo, en los 30 años subsiguientes lo haría de US$17,516.8 millones de dólares a U$136,000 millones. ¡Una economía que hoy representa la séptima economía de la región: 7/33 países!

Grandes cambios políticos, institucionales, con enormes desafíos que nos han apuntalado como un país con poco riesgo político y, aunque no tenemos todavía la certificación de Grado de Inversión, el atractivo de la ausencia del riesgo político nos hace un país admirado en el concierto del mundo. Los Indicadores de Gobernabilidad vienen mejorando (Voz y Rendición de cuentas, Ausencia de violencia y terrorismo, Efectividad gubernamental, Calidad Regulatoria del Estado, estado de Derecho y Control de la corrupción).

La estabilidad social es, como hipótesis, parte de la nobleza del dominicano. Tenemos, al decir del Informe de riesgo político de América Latina y el Caribe, una paz social aparente. Esto es, los problemas esenciales, fundamentales, estructurales, están ahí; no han sido resueltos de manera medular. A diferencia de Cota Rica, Uruguay, Chile, nosotros los hemos ido procrastinando de una manera penosa, sobre todo, frente a un país que crea riqueza todos los años, como hemos visto en los últimos 59 años, mayormente en los 30 recientes.

Aun así, hoy sabemos que crecimiento económico no significa, automáticamente, el desarrollo. Hay que destacar que un crecimiento de tantos años impacta en el tejido social, en la movilidad social, en el crecimiento de la clase media, en la disminución de la pobreza, en la disminución de la pobreza absoluta o extrema, en el ingreso per cápita, que en 1996 se encontraba en US$2,218.1 y hoy, según el Banco Mundial, se encuentra en US$11,600 dólares por habitantes (promedio).

¿Cuál era el desafío nodal a partir del 1996, más allá de los logros económicos y mejoría de muchos indicadores económicos, sociales, hasta hoy 2025?

Hemos insistido que después de un dilatado ciclo político, que alumbraría otro de transición, cada gobernante asume no solo nuevas expectativas, sino espacios políticos, institucionales que se convierten en bucle, en nudo que no nos permite avanzar. Bosch sintetizó su legado en la historia: “En mi gobierno no perecerá la libertad”. Antonio Guzmán Fernández enarboló “Libertad a los presos políticos y el retorno de los exiliados”. El gran desafío a partir de 1996 era el desarrollo institucional, la asunción de un verdadero Estado de derecho, donde las leyes no solo fueran sugerencias, sino reglas para ser cumplidas por el conjunto de los habitantes de la nación dominicana. El reto era el control de la corrupción. Constituía el legado histórico de la verdadera trascendencia como gobernantes.

Avanzamos en nuevas leyes, empero, el grueso de ellas, sobre todo, las atinentes a materia del control de la corrupción, eran desconocidas, inobservadas. Ocurrió, a partir del 2004-2020, una verdadera anomia institucional. Un cataclismo que creó, en medio de una modernización la más espantosa creación de un sistema de corrupción: sistémico, institucional, endémico, bosquejado desde el Estado, con un cimiento clientelar. Fue la creación de una antípoda desbordada en la más lacerada y abyecta expectativa. El más horrido nivel de neopatrimonialismo. ¡Un ecosistema de corrupción y de impunidad, de complicidad!

Para la Generación Baby Boomer, que naciera entre 1953 y 1965, el reto: la cristalización de la institucionalidad, el soporte donde la corrupción no solo se detuviera en la puerta del Despacho del Presidente, sino en el conjunto del Estado y de la sociedad. La generación que hoy tenemos entre 65 y 75 años, incluyendo la biogénesis o cohorte: silenciosa, que nacieran entre 1928 y 1945, no respondieron desde el poder político a la clave real de la necesidad impostergable: el Estado de derecho, esto es, lo que hoy llamamos los Indicadores de gobernabilidad.

Los dirigentes del PLD – FP que ocuparon puestos estelares en los órganos de dirección partidaria y en los mandos altos de la administración, que hoy tienen más de 65 años, deben desplazarse, deben de asumir una rotación, de asumir otros espacios en la vida social, de los distintos roles que ocupan los seres humanos a lo largo de ciclo vital. Las generaciones: silenciosa (1928-1945) y Baby Boomer (1953-1965), no cumplieron históricamente su papel en el sitio de la historia. Mi generación no cumplió su rol en el ambiente político, que era la lucha contra la corrupción y el Estado de derecho, con la marcatura institucional.

Lo que vimos con ODEBRECHT, con anti pulpo, Medusa, Coral, Coral 5 G, Maxi Montilla, Sund Land, Embraer, Migración y la pérdida de 200 millones, Punta Catalina, Programa Eventual Mínimo de Empleo (PEME), Programa de Acción Barrial (PRODABA), que desvió más de RD$1,438 millones. Sobrevaluación del Proyecto Portal Electrónico por US$13 millones de dólares, cuando debió costar US$2 millones. Las nominillas por RD$18,000 mil millones de pesos que Nuria denunció en el 2008. El 2 de julio del 2011 con el título de “La corrupción se acrecienta en los 10 años del presidente Leonel Fernández”. Se señalan allí, en ese documento, todos los desafueros cometidos en ese interregno.

Participación Ciudadana, importante organización de la sociedad civil que lucha contra la corrupción y la impunidad, contra la complicidad, llegó a publicar: 20 años de corrupción e impunidad (1983-2003), Corrupción sin Castigo (98 casos, del 2003 al 2013). La Manzana y la Serpiente. La sociedad dominicana debería coordinar un largometraje, de Nuria, sobre la corrupción, desde el 1996-2025, para la pedagogía social al pueblo dominicano y coadyuvar, con la educación, al fortalecimiento ético y moral y evitar el terrible paroxismo en que nos encontrábamos,

El ser determina la conciencia y somos un producto social. La práctica política-social de la generación que hoy tiene 70, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78 años, fracasó en el desafío de la trascendencia. Hicieron de la sociedad una construcción de la delincuencia política a través de la corrupción desde el Estado, que germinó la más grande cleptocracia de los últimos 60 años. El país que deberíamos desbrozar es la búsqueda por invertir en más capital humano, en mejor educación, mejor salud, en una mejor distribución de la riqueza.

La traición en esa generación que gobernó es doble: por venir del PLD, el Partido que fundara Juan Bosch a los 64 años para terminar la obra de Juan Pablo Duarte y porque iba del PRD, porque allí había comerciantes de la política. En consecuencia, todo el discurso del PLD giraba alrededor de la lucha contra la corrupción. Se repartían dos ediciones de Vanguardia del Pueblo para mostrar la corrupción del PRD, del gobierno de don Antonio Guzmán. ¡Miro y no sé si llorar o reír al verificar tan enorme distancia!

La subcultura de la corrupción se transformó en la cultura dominante de la corrupción, normalizada y lo peor aún, con una tolerancia a la cultura del delito, mugre, donde el lodazal pasó a constituir en el agua para el baño y la primera, segunda y tercera base, en una fuerte simbología de poder. Demasiado descaro para olvidar en tan poco tiempo y permitir que una generación que fraguó, construyó la anomia social e institucional obstaculice a otra generación.

Los que somos de las generaciones Silenciosa y Baby Boomer debemos, en el ocaso de nuestra existencia por la tierra, empujar a que las generaciones X, Y y Z puedan llegar al poder para el 2028. Demos paso a ellas para que jueguen el rol que no hicimos nosotros. Ellas pueden dejar atrás ese lastre del pasado y pautar de manera más halagüeña el eco necesario del desarrollo institucional.

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