¿Este es el Silicon Valley de América Latina?
Por Farah Stockman
The New York Times
Stockman es integrante del comité editorial y autora de American Made: What Happens to People When Work Disappears. Reportó desde San José, Costa Rica, para este ensayo.
Los estadounidenses solían pensar que China era un lugar para hacer negocios y Latinoamérica, uno para vacacionar. Más recientemente, nuestros vecinos del sur son percibidos como una fuente de migrantes en desesperación. Esa forma de pensar nos llevó al problema en el que ahora estamos metidos ahora. Los expertos afirman que, en este momento, la economía estadounidense depende demasiado de China para suministros vitales, mientras que las importaciones de países en nuestro hemisferio, con excepción de Canadá y México, están rezagadas. Nuestra influencia en nuestro propio vecindario está disminuyendo.
No tiene que ser así. Vi evidencia de eso en Costa Rica, una democracia estable que compite para convertirse en el Silicon Valley de América Latina, con apoyo activo de Estados Unidos.
Costa Rica es esencial para el gigantesco esfuerzo estadounidense por reducir la dependencia en microchips de China, país que desempeña un papel enorme en empaquetar y probar los dispositivos diminutos que hacen funcionar todo desde los teléfonos inteligentes hasta aviones de combate. Más del 40 por ciento de los chips que el Departamento de Defensa de Estados Unidos usa para sistemas de armamentos e infraestructura dependen de los proveedores chinos. Más del 90 por ciento de los chips avanzados se producen en Taiwán, una isla con gobierno independiente reclamada por China.
Ahora, Costa Rica se posiciona para convertirse en un centro de gran importancia para el empaquetamiento y la prueba de microchips fuera de Asia. En la década de 1990, Intel construyó una fábrica cerca de San José para hacer precisamente eso. Eso dio paso a más fábricas e industrias y, por ende, a una fuerza laboral cada vez más orientada a la tecnología. En la actualidad, la categoría más grande de exportaciones de Costa Rica ya no es el café o el plátano, sino los dispositivos médicos.
La tarde de un jueves reciente, en un salón de un hotel en las afueras de la capital, San José, el presidente Rodrigo Chaves prometió incentivos fiscales, reformas regulatorias y una red operada con el 99 por ciento de energías renovables conforme ponía en marcha una estrategia nacional para expandir la industria. “Bienvenidos a Costa Rica”, dijo, un país en el que no tendrán que enfrentarse a la “burocracia”.
Su público —entre quienes estaban la secretaria de Comercio de Estados Unidos, Gina Raimondo; Laura Richardson, la general de cuatro estrellas que es jefa del Comando Sur de Estados Unidos, y altos ejecutivos de Intel— aplaudió con entusiasmo.
“Necesitamos aliados más cerca de casa”, me dijo Raimondo. La secretaria está a cargo de entregar decenas de miles de millones de dólares en subsidios para traer la industria a lugares más próximos a Estados Unidos, un esfuerzo que es vital para garantizar que los estadounidenses se mantengan a la vanguardia de la inteligencia artificial y otras tecnologías cruciales en el futuro.
El gran reacomodo de la cadena de suministro estadounidense podría ser clave para establecer mejores relaciones en Latinoamérica en un momento de creciente aislamiento en Estados Unidos, cuando ambos partidos políticos se han vuelto escépticos del libre comercio y están frustrados por las cifras récord de llegadas de migrantes.
Aunque la Ley de Chips y Ciencia es mejor conocida por sus subsidios de miles de millones de dólares para construir instalaciones en suelo estadounidense, también brinda un financiamiento modesto a nuestros aliados. Costa Rica y Panamá han recibido dinero para aumentar su fuerza laboral y su infraestructura. La República Dominicana parece estar lista para ser la siguiente.
No es coincidencia que “generar resiliencia” para las cadenas de suministro sea una meta principal de la Ley de las Américas, la nueva iniciativa de ley bipartidista que reavivaría las relaciones con vecinos amistosos y los pondría en camino a unirse al T-MEC (el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá), el acuerdo comercial que remplazó al TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte).
Fui una crítica manifiesta del TLCAN, un punto de vista que formé durante el tiempo que escribí sobre los trabajadores de fábricas estadounidenses que perdieron sus empleos cuando la planta en la que laboraban se mudó a México. Exportar nuestra base industrial afectó a los trabajadores estadounidenses y la seguridad nacional de nuestro país. Sin embargo, el T-MEC, que se aprobó de manera abrumadora en el Congreso hace algunos años, ha hecho mucho para abordar las inquietudes de los trabajadores. Es popular. ¿Por qué no expandirlo? Además, si un mayor comercio con Latinoamérica construirá una base industrial que de otra forma se hubiera ido al continente asiático, podría fortalecer nuestra región, no debilitarla.
Las naciones que tienen mayor comercio con sus vecinos más cercanos obtienen los beneficios comerciales más grandes al mismo tiempo que minimizan la transtornante pérdida de empleos que puede ocurrir como efecto de ello, como Shannon O’Neil argumenta en su libro de reciente publicación, The Globalization Myth. Europa y Asia están dominando esa práctica. Estados Unidos no.
Cuando Estados Unidos recurrió a Asia en busca de mano de obra barata, dejó un vacío en nuestro propio continente, como señalan Karina Fernandez-Stark y Penny Bamber en un reciente artículo de The Wilson Quarterly. China lo está llenando, convirtiéndose en el socio comercial y el inversor más importante en gran parte de América Latina. Veintidós países del hemisferio occidental se han adherido a la iniciativa china de la Franja y la Ruta. Empresas chinas están construyendo un puerto de aguas profundas en Perú, un puente sobre el canal de Panamá y una estación terrestre de espacio profundo en Argentina.
No podemos culpar a nuestros amigos latinoamericanos por recurrir a China para realizar inversiones que nosotros no les ofrecemos. Mientras hemos estado fuera intentando dirigir el mundo, nos han sacado a codazos de nuestro propio hemisferio.
La diplomacia de la cadena de suministro puede ayudar. Hasta la fecha, Costa Rica ha protegido sus apuestas, ya que firmó con la Iniciativa de la Franja y la Ruta mientras presiona para conseguir una oportunidad de unirse al T-MEC. Sin embargo, la posibilidad de ser un centro neurálgico de los microchips parece haber inclinado la balanza. Chaves excluyó abruptamente al vendedor chino Huawei, y a otros, de la construcción de la red 5G del país, lo que molestó a China.
The New York Times