Estos tiempos bárbaros: Todas las guerras (11)

Juan T. Monegro

Por un lado, que ´no vine a traer la paz sino (que) la división´, la guerra (Lc. 12, 49), a pesar del drama humano que sabemos; y por el otro, que vino ´a traer vida en abundancia´ (Jn. 10, 10), un reverso de todo lo anterior.    

¿Sugiere esto que, hasta el mismo Jesucristo, en su calidad de ´verdadero hombre´, como está mandado creer, vivió en carne propia la misma conflictividad humano-espiritual, la misma paradoja existencial, esa dialéctica vital de guerra y paz? Seguramente, sí. También, posiblemente, tenía claridad de comprensión sobre la relación intrínseca de medio y fin entre lo uno con lo otro. 

Pero bien, vuelta a lo terrenal. Está establecida, la impronta perdurable que los recurrentes conflictos bélicos estampan en la historia de los humanos. Una guerra que estalla por aquí, y la otra ´luego, luego´ por allá. Mostrándose, como acontecimientos determinantes del desarrollo social, económico, político y geopolítico y cultural. En todas, a su modo, se toca y baila el mismo son batiente de la violencia, la destrucción, la muerte. En todas, el mismo drama humano.   

Fue el caso de las guerras prolongadas entre cristianos católicos de Europa Occidental y musulmanes: “Las Cruzadas” o “Guerras de Religión” (s. XI –XIII d.C.); en que, enfrentados por intereses religiosos (la justificación principal), económicos y geopolíticos, se libraron cruentas e innumerables batallas en los territorios de Tierra Santa, en los Reinos cristianos del Levante, en Anatolia (Asia Menor), en Egipto y en parte de España (Guerras de “Reconquista”). El costo humano fue inmenso, incluyendo bajas militares, civiles y otros directamente afectados; más las bajas indirectas causadas por hambrunas, enfermedades y epidemias, desplazamientos, y otros;

Entre aztecas y españoles: “Guerra de Conquista de México” (1519 – 1521 d.C.); en que, las fuerzas del Imperio Azteca, al mando del emperador Moctezuma II, enfrentaron a la superioridad militar de los conquistadores españoles. El costo humano fue enorme, mayormente de la parte indígena: cuantioso número de los caídos en batalla; el asedio y destrucción de ciudades; la destrucción de culturas y religiones, monumentos incluidos; introducción, a modo de arma de destrucción masiva, de virus como el de la viruela, con efecto devastador sobre la población indígena (no inmunizada); colapso del orden político y social local; y la imposición de la dominación española y el sistema colonial; entre otros;

Entre incas (Imperio Inca: Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia y partes de Chile y Argentina) y españoles: “Guerras de Conquista del Perú” (1532 – 1533 (1572) d.C.); en que, las tribus del imperio incaico, al mando de emperador Atahualpa, enfrentaron la superioridad militar de los conquistadores, al mando de Francisco Pizarro. Se libraron batallas muy violentas; hubo masacres; asedios y destrucción de ciudades; destrucción de monumentos; y epidemias virales y enfermedades, con efecto devastador sobre la población indígena (sin inmunidad), entre otros configuradores del drama humano. Resultó en imposición de la dominación española, el establecimiento del sistema colonial, el colapso del orden político y social local, y la imposición de significativos cambios culturales y religiosos en la región invadida;

Entre Inglaterra y Francia: “La Guerra de los Cien Años (1337 – 1453 d.C.); en que, los reinos de Inglaterra y Francia se enfrentaron por disputas territoriales, reclamos de sucesión y rivalidades dinásticas, principalmente, con períodos de tregua y negociaciones de por medio. El drama humano causado por las batallas y asedios fue devastador, con enormes pérdidas de vida (civiles y militares), saqueos, matanzas, pérdidas económicas, hambrunas y la propagación de enfermedades como la peste negra, que exacerbó aún más el sufrimiento y la mortandad. Su impacto fue perenne en la historia y cultura de ambos países, en sus relaciones bilaterales, y en las formas de hacer la guerra;

Entre, de un lado: los Habsburgo, principalmente Austria y España, y sus aliados católicos; y del otro lado, una coalición de estados protestantes encabezados por Suecia y Francia: “La Guerra de los 30 Años” (1618 – 1648 d.C.); en que, las potencias europeas se enfrentaron en territorio del Sacro Impero Romano Germánico, librando uno de los conflictos bélicos más devastadores de la historia, al costo de un inmenso drama humano. Además de las bajas militares (inmensas), hubo consecuencias desastrosas en la población civil: hambrunas, saqueos, violaciones, asesinatos, enfermedades y desplazamientos masivos que potenciaron la mortandad, dejando huellas perennes: cambios territoriales, redibujo de fronteras, reafirmación de identidades nacionales y cambios en la estructura política a social, entre otros.

En todas las guerras, el mismo drama humano.

Bernal Díaz del Castillo (1496 – 1584), en su obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, refleja sus sentimientos de tristeza, dolor y horror, al describir vívidamente, como si reportando en tiempo real ´desde el lugar de los hechos´, el drama humano de la Guerra de Conquista de México, en aquellos términos bárbaros:

“Y lo que sentíamos en ver en aquella sazón a aquella gran ciudad toda abrasada y destruida, los templos todos arruinados y llenos de cuerpos humanos muertos, los cuales se les cortaban las cabezas, los brazos y piernas y se les desollaban y comían las carnes delante de sus ídolos y adoratorios; las plazas y calles llenas de sangre de los sacrificados y arrancados corazones; las casas destruidas, todo esto nos daba en el corazón un sentimiento y dolor muy grande; y así callábamos sin osar hablar palabra, y aun no nos osábamos mirar el uno al otro» (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Capítulo CLXV; aportado por ChatGPT).

Mensajes clave

Primero:De la complejidad del ser humano.De un lado, el de los conquistadores o invasores: resaltan el abuso, el egoísmo, la sed de oro, la codicia, el instinto de dominio, la crueldad; y del otro, el de los invadidos: resaltan la bravura, la intrepidez, la gallardía, el pundonor; el temple del alma puesta por delante, haciéndole de tripas corazón para detener el oprobio y defender la propia identidad del ser. También del mismo lado están las rivalidades, las transas y las divisiones que llevan a la traición y a pactar con el enemigo. Eso es el ser humano. Así es la guerra.

Segundo: De la complejidad del choque de culturas. El dramatismo de la guerra es particularmente más agudo e intenso cuando están en juego los activos espirituales (las creencias) que sustentan la identidad del ser de, al menos, una de las partes enfrentadas. Un ´choque de civilización´. Reconocer y respetar las diferencias culturales; y, asimismo, los valores y derechos de la otredad, puede ser un antídoto efectivo a la prevalencia de la imposición y la violencia, a la opresión. A la anulación de todo lo demás.

Tercero: En la guerra, ¿qué es la vida que se va? La vida en la guerra ha sido descrita como un mundo de silencio profundo y, en el fondo y a la vez, de mucho ruido. Ruido de todo. De rugidos de fiereza humana, cuando se baten en la línea del frente los soldados. Ruidos de la propia condición, de los sentimientos y de las capacidades humanas. Ruido de la interacción de los propios valores existenciales, entrecruzados y encontrados. En suma, ´¡Tanto, tanto ruido!´ (Sabina).

En la guerra, la muerte no acecha a la vuelta de la esquina; no. Está ahí, al lado; y enfrente. Al alcance de una puntería hostil, ansiosa de casarse con la gloria de poner al otro ´en tierra´. Está ahí, presta a tocarle; a entrar sin avisar, y hacerlo en menos de un abrir y cerrar de ojos. Y entonces, para el de la desdicha, el silencio absoluto, total, fatal. Eterno. El definitivo dejar de ser. El pasar a ser para la nada. A ser´como si no hubieras sido´ (Eclesiastés 3, 3).

Cuarto: El arte de crear, sensibilizar y hacer conciencia humana. Valgan pues los creadores que, con prosa cruda y estilo descriptivo y realista, recrean el drama humano de la guerra. Logrando una sombría representación del salvajismo y la brutalidad; del lado más oscuro de la condición humana. Pretendientes de que, sea un recurso movilizador de conciencias, de sentimientos de empatía y de compasión humana. ¡Lo bueno es que así sea!

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