Estos tiempos bárbaros: Todas las guerras (17)

Juan T. Monegro

La nación coreana se forjó quién sabe cuándo; presumiblemente, en el III milenio a.C., poco más o menos. Es una cultura legendaria, entre las que más del mundo, asentada en una región y geografía de enorme valor estratégico: la Península de Corea, muy al alcance (y al antojo) de sempiternas apetencias imperiales: Mongolia, China, Japón, Rusia y, más recientemente, USA. Corea es un filón extremadamente cautivante de la geopolítica regional y mundial.

En 1910, al Japón imperial se le hizo fácil posesionarse de la Península de Corea. Sometió y sojuzgó en términos de la más execrable y extrema humillación a la nación coreana, causándole un sufrimiento descomunal. Abominable. Hasta que, en 1945, cuando pasó lo que pasó en Hiroshima y Nagasaki. Terminó la II Guerra Mundial. El Japón fue derrotado. Y consecuentemente, llegó a su fin el oprobioso dominio colonial. Soplaron vientos libres. Dudosos vientos libres.

A su estilo y en su ser, Corea (las dos Coreas) es una nación esencialmente inescrutable, ¡tan única e íntima en su ser! Templada en espíritu bravío, recio y resistente. Aguerrido. Inequívocamente, una cultura sólida, tenaz y resiliente; marcada por un casi inigualable sentimiento nacional, el ser-coreano. Unida, por demás, por décadas de sufrimiento de la más abominable humillación imperial. Un pasivo muy doloroso de la historia imperial japonesa.  

Sin embargo, con todo y tan honrosos atributos, en la coyuntura de aquellos tiempos bárbaros (la posguerra), esa nación coreana se mostrada ¡tan fragmentada y vulnerable, tan expuesta al riesgo de intereses externos, y tan presa e incapaz de fraguar un acuerdo nacional habilitante para auto gestionar su libertad, su soberanía y su destino nacional!Pues, tan pronto libre de la infamia colonial japonesa, también así tan pronto, se mostraba como víctima atrapada entre dos polos ideológicos que preconizaban valores antitéticos. Otra vez, ¡oh desgracia coreana!, altamente expuesta al azar de designios coloniales venidos de otros nortes. Como si fuera su gran fatalidad.

Los fundamentos, esa especie de principio activo de la naturaleza misma y de la lógica histórico-cultural; la motivación original, originaria y fundacional común a todos los coreanos (la nación coreana) están ahí. Todos los coreanos son lo mismo. Estos fundamentos invitan siempre a la unidad en la identidad del ser-Corea. La única, histórica y milenaria nación-Corea. La verdadera, irrepetible y siempre subyacente nación del ser-coreano.

La otra cara de esa verdad es la negación; esa ficción acomodaticia y establecida contra natura. Esa vulgar repartición de la Península entre las dos superpotencias emergentes del fin de la II gran conflagración mundial; que, hartas y literalmente agotadas de tanto batallar en la ocasión, convinieron la división provisoria en el imaginario Paralelo 38.

Eso fue algo así, como quien dice: ´de ahí para allá, lo tuyo; de ahí para acá, lo mío. Mientras se arregla el caso´. Entonces, pasó lo que pasó. Lo provisorio se volvió ´estado de cosas´ (statu quo), tiene ya 78 años, y se está contando: 1 nación-Corea; 2 repúblicas coreanas; y 2 estados separados ya históricamente por visiones y sistemas políticos contrapuestos, y aliados internacionales archienemigos, respectivamente.

Así fue al principio, pero eso no quedó así nomás. Las visiones encontradas, los desacuerdos, las ganas de imponerse, de invadirse los unos a los otros (los del Norte a los del Sur, y viceversa) eran persistentes. Pura ingobernabilidad. Y pronto, como especie de una oración contestada, la guerra civil se desató. De repente (1950), los del Norte invadieron a los del Sur, tras el objetivo de (la justificación) unificar la península coreana bajo un solo régimen. Mientras que, Corea del Sur pugnaba por lo propio. También, unificar, a nombre de la defensa de la democracia y de la libertad. La intervención de potencias extranjeras exacerbó el conflicto subsistente coreano hacia lo extremo.

En menos que lo que dura el cantío de un gallo en madrugada de domingo en luna llena, Corea se vio a la orilla de ser (como lo fue) la primera gran encarnación caliente de la Guerra Fría desatada entre, de un lado, Oriente: que postulaba y hacía apología de los valores del marxismo y el establecimiento del comunismo en todo el mundo contra la explotación del capitalismo depredador; y, del otro lado, Occidente: inspirado en la defensa de los valores ya convencionales de la libertad, la democracia, de los derechos humanos, y otros.   

¡Estaban aún tan vívidos en Corea los tiempos bárbaros del lastimoso pasado colonial japonés! Acaso, aún ni se creían la libertad. A penas eran libres y, sin embargo, ¡tan rápido estalló el conflicto bélico intestino, inicialmente tan coreano!

Así quedó fraguada. Así quedó la suerte echada de una guerra fratricida, hecha sobre principios activos (ideologías, intereses) procedentes de potencias extranjeras encontradas. Son astucias, malas jugadas de la historia de aquellos tiempos bárbaros.

En aquel día, la BBC News, naturalmente convincente, lo notició así: “El presidente de los Estados Unidos Harry S. Truman ha dado un paso más y ha urgido a las naciones occidentales a acudir en ayuda de Corea para repeler la invasión comunista”. Y luego-luego, otra vez BBC News, naturalmente convincente, citando a Truman, informó el punto moralmente esencial: “Con sus acciones en Corea, los líderes comunistas han demostrado su desprecio hacia los principios morales básicos fundacionales de los Estados Unidos”.

En otra nota, BBC News, generosamente mirando al otro lado, citando la estación de radio de Corea del Norte, en Pyongyang, menos naturalmente convincente, justificó la invasión argumentando que “las fuerzas comunistas contraatacaron ante las incursiones de la frontera de los coreanos del Sur en horas tempranas de la mañana, y comunicaron estado de guerra pasado el mediodía local”. Y más lueguito, otra vez BBC News, naturalmente convincente, recontra-contra informó: ´Después de una reunión de emergencia … el ministro surcoreano de asuntos exteriores urgió a la población de la República a resistir el “ataque a mansalva” de la parte norcoreana´.

Había estallado la guerra. 

Es la que se dio entre, de un lado: La República Popular Democrática de Corea (del Norte), liderada por Kim II-sun, con el respaldo de China y la Unión Soviética; y del otro, la República de Corea (del Sur), nacionalista, dirigida por Syngman Rhee, con el apoyo de Estados Unidos y otras naciones aliadas, bajo el manto de la ONU: La Guerra de Corea (1950-1953). Fue una guerra fratricida, devastadora, desgarrante. Técnicamente, una “guerra inacabada”. “La gran guerra olvidada” de Corea.

El drama humano de esta guerra radicó en que fue un conflicto extremadamente brutal y sangriento. Literalmente, un verdadero matadero humano en el que, murieron miles de franceses, británicos, australianos, canadienses, y de otras nacionalidades aliadas; unos 36 mil norteamericanos; 1.5 millones de chinos; y alrededor de 2 millones de coreanos, de lado y lado, de los cuales, alrededor del 80% eran civiles. Asimismo, alrededor de 10 millones de personas fueron separadas de sus familias, en torno a 10 mil niños quedaron huérfanos, y la devastación fue generalizada en todo el país; con pérdidas materiales incuantificables y una colosal destrucción de infraestructuras económicas, militares y sociales.

´El drama humano fue devastador. El conflicto separó familias y comunidades … muchas familias se vieron forzadas a huir de sus hogares para escapar de los combates; y, a la hora de la separación, quedaron cada una en uno u otro lado. Para siempre extraviadas. Las batallas causaron enormes pérdidas humanas y sufrimientos atroces, con centenas de miles de soldados y civiles muertos y heridos. El drama humano se extendió a largo plazo, expresándose en la división de la península de Corea en dos estados, generando un conflicto social continuo a uno y otro lado de la frontera. … quedaron las secuelas emocionales y sicológicas en los veteranos y sobrevivientes, que cargaron con las memorias traumáticas de la violencia y la pérdida. Ha afectado a generaciones posteriores, pues las tensiones geopolíticas persistentes han influido en la educación, la cultura, el desarrollo y la forma en que la gente vive sus vidas en uno u otro lado´.  

En la Guerra de Corea los horrores se multiplicaron, fueron inmensos. “Se llevaron a los prisioneros. Había decenas de heridos y enfermos, y acosados por los guardias avanzaban a duras penas. El jefe ejecutaba a los rezagados” (Testimonio un prisionero francés, reportero de guerra).

“Un ejército de 300 mil hombres armados atacan las posiciones estadounidenses (en Corea del Norte, ya en frontera con China). Inmediatamente, la aviación de la ONU entra en acción. Los bombarderos estadounidenses, australianos y británicos arrojan sobre los chinos toneladas de Napalm, la gasolina gelificada incendiaria… (Pero) Nada frena el avance del ejercito de Mao, y esa cantidad ingente de soldados enviados al sacrificio… “La fuerza aérea y la artillería … no son suficientes ante una superioridad numérica tan aplastante. Ante las hordas chinas, ni siquiera los marines pueden oponer resistencia. Es la primera gran derrota de este cuerpo de élite estadounidense…. Las pérdidas son espantosas. 20 mil bajas entre muertos y heridos en diez días. Así comienza la terrible retirada de las fuerzas de la ONU en el gélido invierno de las montañas de Corea del Norte” 

Fue una guerra con horrorosas armas químicas y biológicas mediante. Las bombas atómicas quedaron en la mira, sobre la mesa de las discusiones estratégicas. Incluso, como amagando sobre el terreno de la guerra. Un Gral. MacArthur setentón, soberbio, envejecido e inesperadamente vencido por las huestes maoístas llegó a plantearla como única salida. No prosperó la idea. Fue destituido.

Luego, Stalin fue asesinado. Los caminos se fueron despejando.    

David Halberstam (1934-2007) fue un periodista e historiador estadounidense que, con estilo novelado, en “The Coldest Winter? America and the Korean War” (2007), narra el drama humano, resaltando las consecuencias humanas devastadoras de la guerra de Corea; incluidas las pérdidas de vidas, los desplazamientos y el sufrimiento generalizado.

La guerra se había estancado en batallas insoportables que ningún bando podía vencer; … había alcanzado un punto en el que ya no había victorias, sólo muerte. Ambos bandos querían ponerle fin, pero ninguno parecía tener la habilidad política suficiente para hacerlo … Iosif Stalin, complacido al ver a dos rivales potenciales atrapados en una guerra sin fin, hizo cuanto pudo por prolongarla. (Estados y China) … se vieron también frenados por su no reconocimiento mutuo; el único lugar donde se encontraban era en el campo de batalla, a punta de fusil. … las conversaciones seguían estancadas debido a la gran hostilidad ideológica y la desconfianza mutua, a lo que (además) se sumaba el hecho de que ninguna de las dos Coreas quería admitir la existencia de la otra”.

La guerra no terminó; no hubo tratado de paz. Solo hubo un alto el fuego en julio de 1953, un armisticio firmado entre las partes. El conflicto quedó ahí, como archivado. En modo hibernación. Quedando la división, las rivalidades y las heridas que parecen eternas. El estado de guerra fratricida sigue aún en pie. Vigente.

Los impactos de la guerra de Corea han sido de gran calado. Entre otros, resaltan i) la geopolítica: contribuyó a la reconfiguración política y geográfica del mundo; ii) tensiones regionales: dejó un legado de tensiones regionales, involucrando a tres superpotencias, incidiendo enormemente en las relaciones internacionales.

Además, iii) la descolonización: detonó un proceso de descolonización, que se generalizó a nivel mundial; iv) animó la Unión Europea: avivó los ánimos que indujeron su creación de la Unión Europea; v) la influencia – USA en la región: justificó y consolidó la presencia militar y la influencia política estadounidense en la dinámica de poder en la región; y vi) las alianzas regionales: contribuyó a forjar y alianzas regionales (como la de Corea del Norte con China, y la de Corea del Sur con Estados Unidos), afectando aún más la geopolítica.

Asimismo, vii) las dos Coreas: la guerra troqueló la división de la península en dos países, misma que persiste hoy en día, dando lugar a una de las zonas más tensas del mundo; viii) industrialización y modernización: Corea del Sur se desarrolló, al punto de, en la actualidad, ser la 13va economía del mundo; y ix) aislamiento y militarización: Corea del Norte se atrasó, enrocada en el desarrollo de su fuerza militar y en el programa nuclear, generando tensiones internacionales, y sumando sanciones  cuantiosas que lastran hasta más no más su desarrollo.

Principales mensajes lecciones aprendidas

Primero. Valorar un acuerdo de nación. Toda nación se forja y prevalece en torno a un acuerdo de nación. Forjarlo y valorarlo es un activo vital en referencia al cual se buscan los consensos se superan las eventuales tensiones y conflictos internos. Aquella vez, la nación-Corea carecía de un acuerdo de nación; lo que facilitó que las confrontaciones llegaran en extremo a amenazar la estabilidad y la supervivencia como país, a poner en riesgo su existencia misma, y a lastrar su soberanía. La lucha intestina abrió de par en par las puertas a otros nortes. Perdió la nación-Corea.  

Segundo. Tensiones y conflictos internos, caldo de cultivo para el rejuego geopolítico.Mal gestionados, los conflictos internos facilitan que una nación caiga víctima del reajuste geopolítico de las ideologías apadrinadas por las potencias mundiales. La Guerra de Corea mostró cómo las tensiones internas pueden ser explotadas por intereses externos para avanzar en sus agendas, aumentando la inestabilidad y el riesgo mismo de la propia existencia vital como nación. Corresponde a cada pueblo (a cada ciudadano) desarrollar y cuidar las capacidades nacionales para la resolución pacífica de sus conflictos internos y fomentar la unidad nacional; cuestión de evitar oficiar de peones en el ajedrez geopolítico global.

Tercero. El irreparable drama humano.El drama humano causado por el conflicto bélico, y sus consecuencias perdurables en las personas directa o indirectamente afectadas son irreparables. De repente, decenas o centenas de miles de soldados son lanzados a la tormenta de la guerra, en la que padecen toda clase de penurias, persecución, incertidumbre, y no menos peor aún: la sensación de inminencia de la muerte. El drama humano son también los cientos de miles, los millones de personas que abandonan sus hogares, sus familias, sus amigos, sus comunidades o su país huyendo hacia no se sabe dónde. Son vidas desperdigadas, vidas truncadas que, luego, acaso ni pesan en la ecuación sobre los costos y beneficios de la guerra.

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