Feria de Libros Libres
Los libros han sido parte de la vida dominicana
En mi registro de vida (ya cerca del 75 aniversario), la Distribuidora Amengual sita en El Conde entre 19 de Marzo y José Reyes, la Librería de la Rosa en la avenida José Trujillo Valdez frente al cine Max, en pleno corazón bullanguero de Villa Francisca -el lar natal de Marcio Veloz Maggiolo, su memorioso memorialista. Así como la Librería Dominicana en la recoleta calle Mercedes al lado de la Iglesia Evangélica, más el Instituto del Libro de los hermanos Escofet, ubicado en la Arz. Nouel entre Palo Hincado y Espaillat a pasos del jardín de las delicias italianas que fuera la heladería Capri, fueron entrañables referentes pioneros en la difusión de la palabra impresa.
De manera accesoria y barrial, la Librería Quisqueya del querido Chichí, en la 30 de Marzo a pocos pasos del palacio de los sándwiches y batidas de la Barra Payán. Editorial Duarte del profesor Antonio Cuello, centro del libro católico y de materiales didácticos para las ciencias comerciales, la Casa Weber con inventario poético, artístico y esotérico, ambas en la Arz. Meriño. Recuerdos Dominicanos, distribuidora de Life en español, frente al parque Colón.
El mallorquín Sebastián Amengual, tras doce años en Chile, se estableció y formó familia en Ciudad Trujillo, abriendo una librería en El Conde en el tramo final de la década del 30. Con tres ubicaciones distintas -siempre en la cuadra enmarcada entre 19 de Marzo y José Reyes- la Distribuidora Librería se convirtió rápidamente en punto focal del libro y las revistas de difusión masiva. Para los que nos deleitamos en su gran salón con estanterías y mesas surtidas de vistoso material de lectura, es recuerdo siempre grato, matizado por las atenciones del páter familia asistido por sus hijos Alberto -mi caro amigo decano de los programas de panel en la TV con Sea Usted el Jurado-, Ángela y Adita. En una ciudad carente de redes de estanquillos o kioscos que diseminaran las publicaciones periódicas y el libro de consumo popular, Amengual cubría este espacio.
De México llegaban los demandados muñequitos de los personajes de Disney (Pato Donald, Mickey, Pluto) y de otros creadores (Superman, Batman, Súper Ratón, Tarzán, Llanero Solitario, El Zorro, Archie, Pequeña Lulú, Pepita y Lorenzo), las revistas Vanidades, Selecciones. También cancioneros de los cuales se nutría Colás Casimiro para ensamblar el suyo, revistas de lucha libre (Santo, Blue Demon) y fisicoculturismo (Muscle Power), la Enciclopedia Estudiantil y Mecánica Popular.
Desde Bs Aires esperábamos Billiken -una maravilla para jóvenes-, La Familia (con patrones para bordar), La Chacra y La Hacienda. De La Habana, Carteles y Bohemia, esta última restringida por contraria a Trujillo. Tras la decapitación de la dictadura, arribaron las mexicanas Siempre -dirigida por Pagés Llergo con columnas de Carlos Fuentes, Lombardo Toledano, Monteforte Toledo- y Cuadernos Americanos de Silva Herzog, así como Panoramas de Víctor Alba, junto a los Manuales de Educación Cívica. Fue esta editora responsable del libro Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, el bestseller de Juan Bosch en el que analiza las razones del golpe de Estado.
Con un perfil similar en la venta de materiales impresos de cultura popular, pero con énfasis en textos y útiles escolares, se estableció a finales de los 30 la Librería de la Rosa, de don Juan de la Rosa Mella, padre de nuestro hermano sancarleño Jesús, en la populosa barriada de Villa Francisca, en la hermosa avenida con paseo central iluminado. Una comunidad recreada magistralmente por Veloz Maggiolo en crónicas y relatos. Con mis amigos Ricart Heredia (Miguel, José y Demetrio), los primos Fedé Polanco y Miguel Ángel Velázquez, solíamos incursionar allí cuando nos movíamos hacia los teatros Max (frente a la librería), Diana y Julia. Cuando íbamos a las retretas del parque Julia (Enriquillo) o transitábamos por la Mella. Era parada obligada.
Allí, libros de Vargas Vila, de auto ayuda (Cómo ganar amigos, Cómo ser buen vendedor, Cómo ganar dinero), retratos de los astros del cine mexicano Jorge Negrete y María Félix, álbumes de postalitas de peloteros y del Reino Animal, junto a textos escolares. En Navidades, juguetes. Un detalle singular: la importación de radios marca Emerson. La prestigiosa Librería de Villa Francisca -me refiere Jesús- patrocinó artistas de La Voz Dominicana durante su glamorosa Semana Aniversario, entre ellos al tenor mexicano Néstor Mesta Chaires, aunque los créditos se los llevaba Petán.
El Instituto del Libro de los hermanos Escofet -exiliados republicanos catalanes que llegaron luego de 1939- fue refugio exquisito que conocí en mi periplo de bibliófilo bisoño. Instalaciones cuidadas y modernas. Sus dueños, verdaderos orientadores acerca del material de lectura. Clásicos de la literatura universal en ediciones empastadas y en papel biblia de Aguilar. Lo mejor de la poesía española. Filosofía en abundancia, Kant, Heidegger, Jasper, Ortega. Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, Gaceta Ilustrada -con columnas de Julián Marías sobre cine, académicos de la lengua como Laín Entralgo, Camilo José Cela, una joya del saber y del estilo-, Cuadernos para el Diálogo. Las colecciones del Instituto de Cultura Hispánica. Pero también los materiales del exilio, como Papeles del Norte, Ruedo Ibérico, Comunidad Ibérica, Reconstruir. Esfuerzos de una España que empezaba a trazar puentes de avenencia para la transición del autoritarismo a la democracia. Los Escofet eran de esa pasta.
En ese santuario cultural abrevé de las ediciones más baratas de Bruguera, Plaza y Janés, con títulos de Dickens como Los Papeles del Club Pickwick. O del provocador camaleón Curzio Malaparte, Kaputt, La Piel y La Técnica del Golpe de Estado -aplicado en sus preceptos para derrocar a Bosch, como me lo confesara satisfecho Bonilla Aybar. Intercaladas con las más caras de Seix y Barral, Aguilar, Tecnos, Salvat, Espasa Calpe.
Font Bernard, en una de sus esperadas Sabatinas en Hoy, relató el impacto que provocó en su generación la aparición de los Escofet. Reputados como «expertos libreros, fueron quienes nos dieron a conocer varios títulos de autores latinoamericanos de nombradía internacional». Recuerda Los de Abajo del mexicano Azuela, La Vorágine del colombiano de Rivera y Don Segundo Sombra del argentino Güiraldes. Un acontecimiento el libro de Haya de la Torre ¿Hacia dónde va Indo-América?
Font conservaba títulos de aquella época de Austral: Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita, Oraciones Fúnebres del Obispo Bossuet, las obras de Azorín, Benavente, Pío Baroja, Quevedo, de Campoamor, Valle Inclán, Ricardo Palma, Rubén Darío, Sor Juana Inés de la Cruz, Menéndez Pelayo, Marañón, Ortega y Gasset. El Criticón y El Discreto de Gracián, La Comedia Humana de Balzac. Textos de Poe, Chejov, Bernard Shaw. Cicerón, Aristóteles, Platón, Horacio, Virgilio y Oviedo. El «inevitable” Vargas Vila, Verne y Salgari.
La Librería Dominicana de don Julio Postigo -vinculado a la obra de la Iglesia Evangélica- fue otra fuente del saber. Se ocupó de textos escolares, libros de cultura general y de la difusión de la Biblia. Operó una sala de lectura abierta a los jóvenes. Por iniciativa de este hombre sereno y bueno con quien eché horas de plática amable llena de sabiduría, existió la Colección Pensamiento Dominicano. Casi 60 obras esenciales para entender nuestra cultura publicadas con esmero artesanal. Hostos, Lugo, García Godoy, Pedro y Max Henríquez Ureña, Troncoso, Alix, Cestero, Peña Batlle, Balaguer. Estuve en el lanzamiento de obras de Bosch (Cuentos Escritos en el Exilio, David, Biografía de un Rey), Veloz Maggiolo (Judas y El buen ladrón), Max Henríquez U. (La Independencia Efímera) y de la Autobiografía de Pieter. Reeditadas por Banreservas y los Bibliófilos.
Tras el alumbramiento libertario vino don Graciliano Cuello -un amable exiliado antitrujillista radicado en Chile- con su formidable Casa Cuello repleta de libros del Fondo de Cultura Económica, con énfasis en ciencias sociales y literatura socialista. El Conde esquina Hostos, al lado del Comercial y frente al 14 de Junio, fue solar de orientaciones que don Graciliano -hombre de izquierda- ofrecía a los jóvenes. Los siete volúmenes de G.H. Cole Historia del Pensamiento Socialista. De Rostow, Las Etapas del Crecimiento Económico, y Samuelson, Curso de Economía Moderna. De Marx, El Capital. Obras de Weber, Keynes, Sweezy, Barre, Hirschman, Hicks y Hart, Kalecki, Lewis, Lange, Roll, Robinson, Prebisch. La revista Trimestre Económico. Era la Economía Política que nos abría sus páginas plenas de teoremas y cifras.
En los 60 inició la Librería América del tesonero santiaguero Perucho Bisonó, en la Nouel con Sánchez, con sus dos vitrinas mirando hacia ambas calles, aportando un amplio surtido de libros de editoriales sudamericanas, mexicanas y españolas. Eudeba, Hachette, Losada, Paidós, Claridad, FCE, Ariel, Alianza. El Amanecer del Capitalismo y la Conquista de América, de Volodia Teitelboim, Introducción al Estudio de la Historia, de Igor Kohn, Introducción al Marxismo, de Henri Lefebvre. Estudio del Hombre, de Ralph Linton, Crimen y costumbre en la sociedad salvaje, de B. Malinowski, El miedo a la libertad y El arte de amar, de Erich Fromm, La Náusea y El Muro, de Sartre, La Peste, El Extranjero y El hombre rebelde, de Camus.
Del contestatario sociólogo norteamericano C. Wright Mills, Escucha Yanqui, La Elite del Poder y La Imaginación Sociológica. Del psiquiatra martiniqueño radicado en Argelia, Frantz Fanon, Los condenados de la tierra y Piel Negra, Máscara Blanca. Del filósofo Ernst Cassirer, Antropología Filosófica y otros textos de historia de la filosofía. De Maurice Duverger: Los Partidos Políticos y Métodos de las Ciencias Sociales. De Silva Herzog, sus tomitos sobre la revolución mexicana y de Carr y Reed los relativos a la revolución rusa. Los Breviarios y la Colección Popular de FCE pusieron al alcance del bolsillo obras literarias, políticas, económicas, sociológicas, antropológicas y filosóficas.
Cuánto saber nos aguardaba.
Publicado originalmente en Diario Libre