Globalización y geopolítica

Federico Cuello

Parece que fue ayer cuando China (2001) y Rusia (2012) ingresaron a la OMC. El comercio mundial debía regirse por reglas comunes, administradas por un organismo de membresía prácticamente universal y dotado de un tribunal respetado por todos.

Las rivalidades políticas entre potencias quedarían reemplazadas por la competencia de sus empresas en un mercado globalizado.

Ese ideal nunca estuvo más lejos de la realidad, caracterizada por alianzas cimentadas en los mecanismos de acceso preferencial vigentes al momento de crearse la OMC en diciembre 1994.

Dichos mecanismos fueron luego reemplazados por acuerdos más liberales en lo comercial y estrictos en lo reglamentario que lo dispuesto en la OMC.
La UE construyó una vasta red de acuerdos de asociación económica. Los EE. UU., que ya tenía su NAFTA con Canadá y México desde enero 1994, ampliaron luego su propia red en América Latina y el Caribe, usando como modelo el acuerdo firmado con Singapur en mayo 2003.

Y China no se quedaría atrás. Con su nuevo “cinturón económico de la seda”, promueve desde 2013 la construcción de infraestructuras inicialmente en la antigua ruta comercial a través de los países sin litoral del Asia central. Luego beneficiaba hasta 146 países al 26.4.2019.

El apoyo chino cuenta con el financiamiento de un banco de desarrollo y se sustenta en crecientes relaciones de libre comercio, primero con países asiáticos y latinoamericanos con litoral en el Pacífico, integrando luego a otros países del Asia central y de Europa.

La autoexclusión de los EE. UU. del TPP (Partenariado trans-pacífico), en 2017, fue inmediatamente aprovechada por China para lanzar y rápidamente firmar una iniciativa similar, el Partenariado Económico Regional (RECP). El TPP sobrevivió en manos de sus otros 13 miembros.

Por su parte, la triste y terca tosquedad con que trata Rusia a Ucrania fue precedida por la creación de varios mecanismos para mantener su hegemonía frente a los exmiembros de la desaparecida URSS, incluyendo el libre comercio entre la Mancomunidad de Estados Independientes, una zona económica común (que incluye a Ucrania) y otros acuerdos bilaterales con países como Irán, Nueva Zelanda y Vietnam.

El impacto del COVID sobre las cadenas mundiales de suministro provocó un despertar en todo el mundo. Depender del suministro de insumos y productos esenciales fabricados en países rivales paralizados por cuarentenas estrictas puso en riesgo la defensa, la electrónica y la salud.

Así, lo que ya promovía Trump en respuesta al resurgir de China para relocalizar (“reshore”) la producción de dichos productos en territorio estadounidense, adquiere hoy un nuevo giro.

El proyecto de ley bipartidista de relocalización cercana (“nearshoring”), sometido en la Cámara de Representantes a finales de abril 2022, llama al traslado de la producción desde China hacia América Latina y el Caribe.

Ofrece libre comercio a aquellos en la región que todavía tienen pendiente negociarlo y establece mecanismos financieros para cubrir el costo del traslado, con cargo a los aranceles que cobra los EE. UU. a productos chinos.
RD ya se beneficia del nearshoring. Nuestras zonas francas no dan abasto. Las exportaciones han roto todos los récords. La realidad geopolítica sigue marcando la globalización.

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