Gracias, Taylor y Travis. Lo necesitaba

Por Jennifer Weiner

The New York Times

Weiner es novelista y escribe con frecuencia sobre género y cultura.

Probablemente ya te habrás enterado de la noticia, o tal vez solo de los chillidos de alegría que emanan de TikTok o de las Swifties de tu barrio: el martes, Travis Kelce y Taylor Swift, la estrella de fútbol americano de los Kansas City Chiefs y la princesa del pop multiplatino (o, como la feliz pareja se refiere a sí misma, “tu maestra de inglés y tu profesor de gimnasia”) anunciaron su compromiso.

La noticia no fue una sorpresa inesperada. Por un lado, la pareja lleva saliendo dos años. Por otro, el anuncio fue tan cuidadosamente coreografiado, con una preparación tan larga y deliberada y un plan tan obviamente elaborado para conseguir la máxima saturación mediática, que bien podría haber sido el plan de relaciones públicas de una película de verano.

Primero salió el número de septiembre de GQ, con Kelce en portada. Después, Swift se unió a él en New Heights, el pódcast que presenta con su hermano Jason, que batió el récord mundial de visitas simultáneas para un pódcast en YouTube. También dio una primicia al anunciar el título y la fecha de lanzamiento de su próximo álbum, The Life of a Showgirl. Por último, el martes por la tarde, la pareja rompió internet al publicar fotos de su compromiso en cada una de sus cuentas de Instagram.

En un exuberante jardín, Kelce estaba de rodillas, con el anillo en la mano; Swift tenía las manos apoyadas en las mejillas de él; un primer plano de un diamante tan grande como el Ritz, al ritmo de “So High School” de Swift. Y más allá de los márgenes de la foto, tal vez, un enorme equipo de estilistas y ayudantes de fotógrafos, ofertas de servicios artesanales, ventiladores, luces, etc.

Podrías pensar que algo tan deliberado generaría una oleada de rechazo, un tsunami de cinismo. Y, sin embargo, a juzgar por las primeras reacciones en las redes sociales, el sentimiento general parecía ser, bueno, de deleite. “¿Estamos mi hija y yo sentadas en una cafetería llorando porque hoy la dejo en la universidad? No. ¿Estamos llorando porque Taylor y Travis se van a casar? Por supuesto que sí”, decía un sentimiento bastante típico.

La noticia parece un trocito de alegría en un mar de problemas, un poco de luz en la oscuridad. Sí, probablemente todo estaba microgestionado. Aun así, me hizo feliz y me dio esperanzas. Quizá aún haya hombres buenos. Quizá el amor aún gana. Y quizá estuviéramos viendo un nuevo paradigma de la vieja pareja formada por una bella estrella femenina y un atleta masculino de éxito.

Sobre el papel, las estrellas y los atletas tienen mucho en común: la fama y el dinero; una vida en la carretera, a la vista del público; la obligación de soportar las proyecciones y fantasías del público. Pero con demasiada frecuencia, estos matrimonios de equipo de ensueño acaban mal. Sobre todo cuando al deportista se le pide que comparta —o incluso ceda— el centro de atención.

Marilyn Monroe y Joe DiMaggio eran, el señor y la señora Estados Unidos, la estrella de cine más famosa del mundo y el héroe jugador de béisbol, pero su matrimonio solo duró nueve meses supuestamente tormentosos. Según la biografía de DiMaggio escrita por Richard Ben Cramer, la pareja estaba de luna de miel en Japón cuando invitaron a Monroe a actuar ante los soldados en Corea. Sola.

Adelante, le dijo DiMaggio. “Es tu luna de miel”.

Desde el escenario, ella le llamó. “¿Todavía me quieres, Joe?”, arrulló. “¿Me extrañas?”. Él dijo que sí. Sonó terriblemente cortante.

“Joe, nunca has oído tantos vítores”, le dijo ella, cuando se reunieron. “Sí, los he oído”, respondió él.

Como dijo Cramer, “a Joe no le gustaba ser un accesorio en su espectáculo”.

Travis Kelce, por el contrario, parece totalmente encantado de ser un accesorio en el show de Swift. El verano pasado, hizo una aparición sorpresa en su gira Eras, donde se puso un esmoquin y fingió revivirla durante la canción “I Can Do It With a Broken Heart”. El reciente episodio del pódcast estaba lleno de descripciones suyas sobre cómo él era el que estaba enamorado y lo mucho que se esforzó por gustarle.

“Era como si estuviera delante de mi ventana con una radiocasetera”, recuerda Swift, “como diciendo: ‘¡Quiero salir contigo! ¿Quieres ir a una cita conmigo? ¡Te hice una pulsera de la amistad! ¿Quieres salir conmigo?’”.

Sobre su decisión de decir que sí, a él le gusta decir que es “el hombre más afortunado del mundo”.

¿Fue todo una pose? Escucha el pódcast y decide por ti mismo, pero yo creo que no. En un momento en el que las ambiciones profesionales de las mujeres se tachan de antifamiliares y a los chicos se les enseña a creer que las emociones son una debilidad, llevar el corazón en la solapa —para la autoproclamada señora con gatos y sin hijos, el saco de boxeo del presidente, el objeto de sospecha de muchos de tus propios admiradores— constituye un comportamiento ejemplar.

No soy la única consumidora hastiada de noticias de famosos que sintieron el amor. Donald Trump, quien tan recientemente opinó “¡ODIO A TAYLOR SWIFT!”, se animó a dar su opinión: “Creo que él es un gran tipo y que ella es una persona estupenda. Así que les deseo mucha suerte”.

The New York Times

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