Gustavo Petro y sus circunstancias
Rafael Chaljub Mejìa
Celebro el resonante triunfo de Gustavo Petro en las elecciones de Colombia, pero comprendo las limitaciones que le imponen las circunstancias en que asciende al poder.
No estamos ante el caso histórico de Cuba. Allí se alcanzó el poder por vía de una revolución armada que destruyó la ensangrentada maquinaria que sostuvo la dictadura batistiana, dos años después y con el pueblo en armas fue derrotada la contrarrevolución armada en Playa Girón y Bahía Cochinos y en el mismo abril de 1961, mediante numerosas expropiaciones, se destruyó casi por completo la base económica de la vieja oligarquía y los monopolios norteamericanos.
Petro llega al poder por la vía electoral, con el antecedente de una hermosa jornada de resistencia e insubordinación civil que ganó las calles de las principales ciudades de Colombia, pero que no podía tomar otro cauce que el electoral. Mucho menos cuando la principal guerrilla se había visto forzada a transarse ante la imposibilidad de llegar al poder después de más de cincuenta años de lucha.
De todos modos, se trata de un triunfo de gran importancia. Porque golpea severamente la cadena de dominación imperialista en uno de sus más importantes eslabones en Latinoamérica.
En Colombia, el Israel de Suramérica, plataforma de agresión de los yanquis contra otros países, escuela del paramilitarismo, el terrorismo y la represión contra las fuerzas populares, todo un narco Estado que ahora sufre un revés al ser derrotada su más clara expresión política, el uribismo. Todos esos elementos están golpeados pero no vencidos y van a venir por la revancha.
El nuevo presidente tendrá que lidiar con ellos y es mi esperanza que sepa hacerlo. Sin exigirle hazañas que las circunstancias no le permiten, pero que ponga a Colombia en ruta hacia nuevos horizontes.
Que le ponga cese al crimen impune y freno a los asesinatos de líderes políticos y sociales y a la rampante corrupción, que adecente a ese hermoso país, desmonte las estructuras de violencia y separe del Estado las influencias del narcotráfico y sus representantes.
Que reivindique a los trabajadores, al martirizado pueblo de Colombia, a “los nadies” y que, en manos del nuevo gobierno, Colombia vuelva a la paz interna con justicia y al plano de buena vecindad con los países hermanos.
El nuevo presidente tiene las suficientes luces y es de esperar que, desde el poder, no le falten el coraje y la habilidad de que hizo galas en la oposición. Otra vez: vamos, Petro.