Haití: ¿razones para estar optimistas?
Flavio Darío Espinal
La última vez que un presidente africano fue recibido en la Casa Blanca en visita de Estado fue en septiembre de 2008 cuando el presidente Barack Obama recibió al presidente de Ghana John Kufuor. Esto cambió la semana pasada cuando el presidente Joe Biden recibió, también en visita de Estado, al presidente de Kenia William Ruto, justamente poco tiempo antes de que inicie, por mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad en Haití encabezada por fuerzas policiales de Kenia, con apoyo financiero y logístico principalmente de Estados Unidos. Aunque el despliegue de la misión se ha dilatado por razones no bien claras, es de esperar que se lleve a cabo según el mandato de la ONU.
Si bien Estados Unidos y Kenia tienen otros ámbitos de cooperación, como en la lucha contra grupos terroristas islámicos el este de África, no hay dudas de que el presidente Biden quiso mostrar agradecimiento y apoyo al presidente Ruto por el papel que jugará Kenia en esta importante misión en Haití, a la cual aportará mil agentes policiales. Se espera que otros países, como Las Bahamas, Bangladesh, Barbados, Belice, Benín, Chad y Jamaica, entre otros, contribuyan también con esta misión para formar un cuerpo policial internacional de dos mil agentes policiales.
En el plano interno, la puesta en funcionamiento del Consejo Presidencial de Transición de Haití constituye un importante paso de avance para crear un cierto ambiente de funcionalidad en el ámbito gubernamental a pesar del colapso que ha experimentado el Estado haitiano con el control que han logrado las pandillas criminales de amplios espacios del territorio haitiano, especialmente en Puerto Príncipe. Al menos, la Misión Multinacional de Apoyo tendrá un interlocutor válido, aceptado por la casi totalidad de las fuerzas políticas haitianas, lo que será un factor positivo en la difícil tarea de desarticular las pandillas y restablecer un orden mínimo en Haití como paso previo para celebrar elecciones según el mandado que recibió el Consejo Presidencial de Transición en el acuerdo auspiciado por la Comunidad del Caribe (CARICOM), con el apoyo de Estados Unidos, en Kingston, Jamaica.
Sin duda, la misión que se llevará a cabo con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU está llegando mucho más tarde de lo que debió llegar. La indiferencia de la comunidad internacional por tanto tiempo respecto de la crisis haitiana permitió que las pandillas tomaran demasiado poder, lo que hará que la misión sea mucho más difícil ahora que lo que hubiera sido al menos un año atrás cuando las autoridades haitianas comenzaron a reclamar el apoyo internacional para enfrentar un problema que había desbordado completamente su capacidad de respuesta. De todos modos, como dice el viejo adagio, más vale tarde que nunca.
¿Entrará Haití en un nuevo capítulo promisorio para su vida política, social, económica e institucional? Es imposible hacer predicciones puesto que sólo cuando se establezca la Misión Internacional y se llegue a conocer el tamaño del problema, si es que se hace un trabajo efectivo, se podrá saber qué se requiere para establecer un orden y una paz duradera en Haití que sirva como condición previa para emprender otras tareas de cambios estructurales que van mucho más allá de la misión específica de controlar o eliminar las pandillas criminales.
La mayor responsabilidad en el proceso de reconstrucción de Haití recae en los propios haitianos, en sus líderes políticos, sociales, empresariales y eclesiales, aunque se sabe que se trata de una sociedad extremadamente fragmentada, envuelta en una conflictividad crónica, que ha impedido que desde la propia sociedad haitiana surjan soluciones efectivas a los graves problemas que afectan a ese país. Superar ese estado de cosas requerirá que el liderazgo político de Haití genere acuerdos y compromisos con miras a darle sostenibilidad a cualquier esquema de gobernabilidad que surja de este proceso que será encabezado por el Consejo Presidencial de Transición.
Como telón de fondo de la presente crisis haitiana está la ausencia de un Estado mínimo que cumpla con tareas fundamentales como colectar impuestos, proveer servicios básicos, proteger a las personas y las propiedades, asegurar la comunicación y el funcionamiento del mercado, entre muchas otras tareas. Este es el mal de fondo en Haití, lo cual no habido respuestas en las últimas décadas, ya que las múltiples intervenciones de la comunidad internacional en ese país, desde el golpe de Estado de 1991 hasta el presente, no han tenido una visión clara de lo que hay que hacer para lograr que Haití salga de la crisis extrema que padece desde hace décadas.
Esas intervenciones, dominadas por una visión asistencialista y «onegecista», no se plantearon las tareas esenciales que hay que llevar a cabo en Haití, esto es, reconstruir el Estado para sentar las bases del orden y la seguridad como condición imprescindible para atraer inversiones, fomentar el crecimiento económico y crear empleos. Tampoco propiciaron una revisión del sistema de gobierno semipresidencial de dos cabezas, copia del francés, que ha sido fuente de tantos conflictos institucionales y, en su lugar, dar paso a un modelo que le otorgue mayor autoridad y capacidad de acción al Poder Ejecutivo, sin menoscabo del papel que está llamado a jugar el Poder Legislativo. A pesar de esto, hay que ver con un cierto optimismo, aunque bien cauteloso, el hecho de que, finalmente, la comunidad internacional decidió hacer algo en Haití. También hay que reconocer que el Consejo Presidencial de Transición, el cual acaba de designar un primer ministro con credenciales nacionales e internacionales, es mucho mejor que lo que existía antes, un gobierno sin ninguna legitimidad política. Luego de cuatro años de violencia y caos tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, se percibe, al menos, un cierto plan de acción que podría producir algún resultado positivo en Haití.
No obstante, siempre hay que tener presente que los problemas de Haití no son coyunturales ni circunstanciales, sino que surgen de realidades estructurales muy complejas. Como se ha dicho, Haití está marcado por la carencia de Estado, la destrucción del medio ambiente, la inseguridad jurídica, la pobreza extrema, la pulverización política, la disfuncionalidad institucional, la precariedad de la infraestructura pública y privada, mermada todavía más por devastadores fenómenos de la naturaleza, entre otros problemas, los cuales deben ser abordados con una visión integral que se sustente en un compromiso de transformación de mediano y largo plazo que involucre tanto a los actores internos como a la comunidad internacional. De no ser así, este esfuerzo que se inicia se desvanecerá como se han desvanecido los esfuerzos anteriores y, lamentablemente, Haití volverá, como una puerta giratoria, al mismo punto en el que se encuentra actualmente.
Diario Libre